miércoles, 19 de noviembre de 2014

Terapia para Rachel, ella confronta a su psiquiatra

Habiendo llegado al día siguiente con dos horas de anticipación, recorrí las áreas del hospital y el vecindario que lo rodeaba, escuchando las melancólicas notas de Supertramp, tratando de que mi más reciente descubrimiento cobrara sentido. Concedido, siempre había sabido que era diferente, con muchas alteraciones, pero ¿mentalmente enferma? El pensamiento era abrumador. Tenía que ver al Dr. Padgett inmediatamente. No soportaba tener que esperar un minuto más.

Para cuando comenzó la sesión, mi incertidumbre y mi confusión se habían convertido en furia. Inmediatamente caminé hacia mi silla, inclinándome intencionalmente hacia adelante y cruzando mis brazos con mucha tensión. Era el momento de la confrontación. No necesité tiempo para organizar mis pensamientos, comencé inmediatamente.

“Usted me mintió, no puedo creer que me haya mentido”.

“¿Mentí?” el Dr. Padgett tenía la mirada inocente de alguien que sinceramente no tenía idea de lo que yo decía.

“¿Sabe qué estuve haciendo hasta las cuatro de la mañana? ¿Lo sabe? Estuve leyendo I hate you, don’t leave me. No es una frase que un loquero acuñó, mentiroso. Es un libro, sobre un diagnóstico del que usted no tuvo los tamaños para decirme”.

Él asintió. Ahora sabía exactamente de qué estaba hablando.

“Trastorno límite de la personalidad”, dijo.

“Sí, trastorno límite de la personalidad. Estoy enferma como el demonio. Soy un maldito caso mental, demencial. Probablemente estaré entrando y saliendo de este maldito hospital por el resto de mi vida, sentándome aquí por 120 dólares la hora, hasta el infinito. Y usted me lo iba a ocultar, ¿no es así, pendejo? Continuaría extrayendo el dinero de la pequeña jodida hasta que se retirara”.

“No mentí”, dijo él, mostrando una calma en la misma medida en que yo estaba agitada. “El diagnóstico estaba en el plan de tratamiento, de manera muy abierta. Tú lo leíste, tú lo firmaste. No te he mentido acerca de nada”.

Hice girar mis ojos, tamborilee en la mesa y comencé a mover la silla de atrás hacia adelante. Quería estrangularlo, quería correr. Maldita sea, quería correr  sin detenerme jamás.

“Pendejadas. Estas son pendejadas. Firmé tanta basura en el hospital, llené tantas formas. ¿Quién lee todo lo que firma? Un montón de papeles plagados de sinsentidos psicológicos, puras pendejadas. Usted es basura, es lo que es, basura. Desde la primera sesión, cuando no tuvo los tamaños para darme los resultados del examen, simplemente me entregó un maldito informe por escrito cuando iba saliendo. Y ahora tengo una enfermedad mental psiquiátrica. Lo desprecio. Desearía jamás haberlo conocido”.

Ahora el tamborileo había alcanzado intensidad pico, la silla no nada más se movía hacia los lados sino también hacia atrás y hacia adelante, mis pies golpeaban el suelo, mi cuerpo temblaba listo para explotar.

“Rachel, eres un adulto. No estás loca y puedes controlar tus movimientos corporales. Deja de golpear con los pies, deja de mover tus pies y la silla, cálmate y escucha”.

Sin levantar la voz en lo más mínimo, había dado la orden con clara autoridad. Todavía enfurecida, dejé de moverme.

“Primero que nada, conoces las reglas. No podemos trabajar con tus sentimientos intensos cuando los actúas físicamente. Necesitamos usar palabras”.

“De acuerdo, entonces. Váyase al diablo”.

“No es eso de lo que hablo y lo sabes. Maldecirme es otra manera de actuar tus sentimientos. No me dice lo que sientes o por qué lo sientes”.

Eso me devolvió a mi lugar. Era la primera vez que él había censurado mi discurso y le había llamado “actuar los sentimientos”. Sentí el golpe frío que correspondía a haber traspasado la línea. Pude sentir cómo me sonrojaba  y me callé.

“¿Escuchas ahora? ¿Ahora estás lista para mirar este asunto? ¿Tiene el control el adulto?”

Asentí.

“Okay.” Incluso la pantalla blanca dejaba ver su irritación, pero bajo las circunstancias, la ocultaba muy bien. “No traté de ocultarte ningún diagnóstico. Estaba en el plan de tratamiento que tú firmaste; eso no es ocultarlo. Hemos estado tratando asuntos bastante importantes. El diagnóstico es un asunto en sí mismo, pero no creo que sea tan relevante como otros de los que hemos hablado”.

“¿Usted no cree que el trastorno límite de la personalidad es relevante? Mire… ¿cómo puedo decir esto? De veras estoy tratando de controlarme. Estuve despierta hasta las cuatro de la mañana leyendo este libro sobre lo que parece ser una enfermedad muy seria. Satisfago los criterios. Tengo que decir que no veo una enorme diferencia entre tener TLP y ser un pendejo manipulador. ¿Puede culparme por perder el control?”

“Es un diagnóstico de una categoría muy amplia y general, tal vez demasiado general, en mi opinión. TLP abarca a toda clase de gente con todas las variedades de comportamiento. No te define”.

“¿Entonces está usted diciendo que en realidad no lo tengo? ¿Qué en realidad no es tan grave? ¿Tal vez el mío es un caso más leve?

“No, no estoy diciendo eso. Tú satisfaces los criterios, y estás en una situación muy seria”.

“Así que estoy enferma”.

“Sí, estás enferma. Nunca dije nada que contradijera eso. Siempre he dicho que la terapia es un asunto de vida o muerte para ti. Pero tú no eres una mala persona, Rachel. En el fondo eres una buena persona que ha enfrentado circunstancias muy adversas”.

Afirmaciones sentimentaloides. Ya conocía ese argumento, todos son buenos en el fondo. El abogado defensor elocuente pinta un retrato conmovedor hasta las lágrimas del “niño de la calle” que ha sido desatendido y víctima de abuso. El abogado despierta empatías, toca fibras del corazón y tuerce todo hasta que de alguna manera el violador o asesino se convierte en la víctima. Tal vez la historia del abogado sobre desatención y abuso sea cierta. Triste, tal vez. Pero para mí, nunca cuenta como excusa. La persona que murió es la víctima y el asesino es el asesino.

Era escéptica respecto a la filosofía de la bondad interior porque se usaba tan frecuentemente como una débil justificación para cualquier cosa. ¿Para qué servían los principios, qué valor había en el carácter si cualquier cosa podía ser culpa de un pasado de adversidad? ¿Todo lo que no tenía disculpa se basaba en una infancia difícil?

Tenía estos fuertes sentimientos y así se lo dije al Dr. Padgett, esperando totalmente que mostrara desacuerdo, tal vez atribuyendo estos pensamientos al legado de mi padre. El doctor me sorprendió.

“No estoy en desacuerdo en absoluto con lo que tú dices. De hecho, creo que hay una línea bien definida entre el bien y el mal y que hay gente que cruza esa línea y merece ser castigada y enfrentar las consecuencias. Y no importa lo que haya sucedido en su infancia. Creo en la pena de muerte en ciertos casos.

“Pero tú no has cruzado esa línea. Tal vez hayas hecho algunas cosas en tu vida que lamentas, tal vez has hecho cosas que debes lamentar. Pero has pagado un alto precio por ellas y te has castigado a ti misma mucho más de lo que merecías.

“No estoy en contra de nada de lo que has concluido de tu lectura. Sí, hay muchos pacientes borderline que jamás se van a recuperar. Pero creo que tú eres una de esas personas que pueden superar esto. No sólo controlarlo, sino cambiar fundamentalmente y liberarte de ello. Si no creyera eso, no te habría comprometido para recibir terapia. No te habría elegido”.

No me habría elegido. Palabras que habría escuchado con escepticismo antes eran lo que necesitaba oír en este momento.

“Lo que estoy tratando de decir, es que el trastorno límite de la personalidad es una categoría demasiado amplia para sacar conclusiones que se puedan aplicar a todos. La mayoría de los psiquiatras piensan que Adolfo Hitler era borderline, pero piensan que también lo fue Marilyn Monroe. ¿Puedes ver la diferencia? No voy a restarle importancia a lo serio que es para ti. Es grave. Pero los matices y diferencias en el trastorno límite de la personalidad son como las estaciones en un radio. Un radio puede estar a todo volumen, a los máximos decibeles de intensidad, pero las piezas musicales que oyes cuando cambias de una estación a otra pueden ser completamente diferentes”.

Cuando la sesión terminó, me sentí recuperada, si bien sólo temporalmente. La noción de trastorno límite de la personalidad todavía era abrumador para mí, y algo con lo que tendría que contender por un largo tiempo. Pero el Dr. Padgett todavía creía en mí, sin importar lo negativo que el pronóstico pudiera ser.

Tal vez algún día, pensé, pueda creer en mí misma tanto como él parece hacerlo.