En abril de 2014 cumplí 50 años y no esperaba encontrar un empleo. Este me había sido negado en mi juventud y en la edad adulta, y ahora en la madurez, la probabilidad de conseguir uno parecía tan remota que resultaba inexistente.
Iveth, amiga de una vecina, me buscó a finales de 2013 y comencé a trabajar con ella en marzo de 2014, haciendo traducciones técnicas. Esa mujer me pagó muy poco dinero por mi trabajo, pero aprendí sobre el área técnica de la industria farmacéutica y en abril de 2015, a punto de cumplir 51 años, ese conocimiento y modesta experiencia me permitieron conseguir un empleo en una empresa del mencionado giro.
Ahora, a casi cuatro meses de haber entrado a trabajar, mi vida ha dado un giro muy afortunado, si bien tengo ingresos muy modestos. Nací con una discapacidad bastante común, pero trajo muy graves perjuicios en mi vida, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que conllevó problemas de aprendizaje. Llegué a la universidad a una licenciatura en ingeniería, sin dominar siquiera las cuatro operaciones de la aritmética, lo que hacía el desastre una certidumbre prácticamente absoluta.
En contraste, mi habilidad para la redacción y la lectura (por supuesto) siempre estuvo muy por arriba del promedio, pero cuando estaba por terminar la preparatoria, decidí que evitar una carrera que requiriera un buen dominio de matemáticas (ingeniería), sería vivir en la debilidad y en la cobardía. A pesar de que cometí un error, pienso que tenía razón al pensar así.
Una vez que hube fracasado en la universidad, pasé mi juventud metido en mi casa, sin trabajar y en consecuencia sin ningún ingreso, en la pobreza, en la soledad, sin amigos y sin pareja, en un sufrimiento tremendo. Mi familia nunca pensó en la posibilidad de que esa existencia reflejara una patología. De mis hermanas no sería razonable esperar otra cosa, la mayor tiene mi edad y las otras dos eran más jóvenes, no eran ellas quienes tenían que identificar la enfermedad en un miembro de la familia. Pero tratándose de mis padres, la situación era completamente diferente. Mi padre fue un hombre cruel, perverso, sádico y adicto, un alcohólico que entre sus numerosas patologías presentaba un odio inagotable contra mí, su único hijo varón, y un carácter incestuoso que se manifestaba en su deseo carnal por sus hijas. Tengo miles de recuerdos del modo como me maltrató desde que yo era un niño muy pequeño, y su violencia fue cambiando de forma, pero nunca perdió fuerza, es más, en sus últimos años de vida se intensificó.
Al ingresar a la universidad, conocí a un individuo que parecía poco probable que se convirtiera en mi amigo. Recuerdo haberlo observado con detenimiento una vez que pasó al frente, participando en la clase. Su desempeño académico era bueno, pero era un muchacho larguirucho, débil y con una anatomía muy defectuosa. Al verlo sentí una mezcla de aversión y desprecio por un individuo con una genética tan pobre. Unos dos años más tarde, comenzamos a hacer amistad y 14 años más tarde, me pegó uno de los golpes más devastadores de mi vida. Su nombre era David.
Este individuo tuvo poder sobre mí en los últimos meses de 1997, cuando yo contaba con 33 años de edad, porque era mi jefe en una empresa de la maquiladora electrónica. Él era un año más joven y ocupaba el puesto de gerente de ingeniería, yo era el técnico ambiental y de seguridad e higiene.
David mostró la certidumbre absoluta de que él era superior a mí y una determinación de dominarme completamente, tal como había hecho mi padre. Esa voluntad de querer controlar incluso los pensamientos de una persona, es característica inequívoca del carácter sádico, válgase la redundancia.
David me echó de la empresa tras dos meses y medio de trabajo, porque habiéndome elegido para probar sus fuerzas (buscando un adversario débil, fácil de derrotar) se encontró con que en ciertas áreas del desempeño intelectual yo era mejor que él.
Los siguientes años fueron una verdadera pesadilla, y en sus momentos más oscuros, un verdadero infierno. Ya había pasado, al llegar a los 31 años de edad, por un trance que me puso al borde de la tumba, del que me recuperé para caer en una existencia todavía más difícil.
Sin proponérselo, David hizo equipo con mi padre para enviarme a una vida de improductividad, de enfermedad, aislamiento y pobreza. Ese individuo al que erróneamente consideré mi amigo, me despojó de un empleo que yo había ganado mediante años de esfuerzo en condiciones muy difíciles, me sacó del juego que constituye el desempeño laboral, para el que yo estaba muy bien dotado a pesar de mis problemas de aprendizaje y mi enfermedad mental.
Ahora, a mis 51 años mis ingresos son bastante bajos, pero en comparación con lo que gané trabajando como operador (obrero), parecen mucho dinero. No vivo en la pobreza, aunque sí estoy privado de un patrimonio que no se me permitió construir. Mi padre odiaba la injusticia y me veía a mí como al muchacho que habiendo nacido en la opulencia, vive rodeado de todo aquello que el dinero puede comprar mientras la pobreza mata a miles de personas en su alrededor. Esa situación existió solamente en su mente enferma y podrida, pero el odio al que eso dio lugar y la violencia que generó, lo llevaron a someterme a una tremenda pobreza. Durante muchos años viví solo, subempleado o desempleado, enfermo, sin atención médica y una vez que ya no pude conseguir un empleo, ni siquiera de nivel obrero, careciendo con mucha frecuencia hasta del alimento.
Hace siete años, habiendo cumplido 44 años, una psicóloga identificó en mí un trastorno de personalidad, y en el transcurso de los siguientes años me di cuenta de lo grave que es. Ahora, me doy cuenta de que todo el sufrimiento por el que he pasado y las pérdidas gigantescas que he sufrido en mi vida, no podrían haberse evitado de ninguna manera. El monstruo que tuve por padre murió hace siete años y ocho meses y el odio que sentí por él no ha disminuido en lo más absoluto. Ha sido difícil perdonar a mi madre por haber permitido al monstruo violentarme tanto, y por haberse sumado a esa violencia en un buen número de ocasiones.
En este momento me encuentro en una buena situación. Hoy recibí la planta en la empresa en la que trabajo, habiendo completado exitosamente el periodo de tres meses a prueba y la directora de mi departamento me considera un empleado competente y responsable, con muy buena actitud; en otras palabras, una persona valiosa.
No sé qué me depara el futuro, pero sí sé que ya no soy joven y que todo lo que perdí (que fue mucho), se fue para siempre; es imposible de recuperar.
Quisiera encontrar la manera de dejar de odiar, de dejar atrás el resentimiento que hace mi existencia tan difícil.
Iveth, amiga de una vecina, me buscó a finales de 2013 y comencé a trabajar con ella en marzo de 2014, haciendo traducciones técnicas. Esa mujer me pagó muy poco dinero por mi trabajo, pero aprendí sobre el área técnica de la industria farmacéutica y en abril de 2015, a punto de cumplir 51 años, ese conocimiento y modesta experiencia me permitieron conseguir un empleo en una empresa del mencionado giro.
Ahora, a casi cuatro meses de haber entrado a trabajar, mi vida ha dado un giro muy afortunado, si bien tengo ingresos muy modestos. Nací con una discapacidad bastante común, pero trajo muy graves perjuicios en mi vida, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que conllevó problemas de aprendizaje. Llegué a la universidad a una licenciatura en ingeniería, sin dominar siquiera las cuatro operaciones de la aritmética, lo que hacía el desastre una certidumbre prácticamente absoluta.
En contraste, mi habilidad para la redacción y la lectura (por supuesto) siempre estuvo muy por arriba del promedio, pero cuando estaba por terminar la preparatoria, decidí que evitar una carrera que requiriera un buen dominio de matemáticas (ingeniería), sería vivir en la debilidad y en la cobardía. A pesar de que cometí un error, pienso que tenía razón al pensar así.
Una vez que hube fracasado en la universidad, pasé mi juventud metido en mi casa, sin trabajar y en consecuencia sin ningún ingreso, en la pobreza, en la soledad, sin amigos y sin pareja, en un sufrimiento tremendo. Mi familia nunca pensó en la posibilidad de que esa existencia reflejara una patología. De mis hermanas no sería razonable esperar otra cosa, la mayor tiene mi edad y las otras dos eran más jóvenes, no eran ellas quienes tenían que identificar la enfermedad en un miembro de la familia. Pero tratándose de mis padres, la situación era completamente diferente. Mi padre fue un hombre cruel, perverso, sádico y adicto, un alcohólico que entre sus numerosas patologías presentaba un odio inagotable contra mí, su único hijo varón, y un carácter incestuoso que se manifestaba en su deseo carnal por sus hijas. Tengo miles de recuerdos del modo como me maltrató desde que yo era un niño muy pequeño, y su violencia fue cambiando de forma, pero nunca perdió fuerza, es más, en sus últimos años de vida se intensificó.
Al ingresar a la universidad, conocí a un individuo que parecía poco probable que se convirtiera en mi amigo. Recuerdo haberlo observado con detenimiento una vez que pasó al frente, participando en la clase. Su desempeño académico era bueno, pero era un muchacho larguirucho, débil y con una anatomía muy defectuosa. Al verlo sentí una mezcla de aversión y desprecio por un individuo con una genética tan pobre. Unos dos años más tarde, comenzamos a hacer amistad y 14 años más tarde, me pegó uno de los golpes más devastadores de mi vida. Su nombre era David.
Este individuo tuvo poder sobre mí en los últimos meses de 1997, cuando yo contaba con 33 años de edad, porque era mi jefe en una empresa de la maquiladora electrónica. Él era un año más joven y ocupaba el puesto de gerente de ingeniería, yo era el técnico ambiental y de seguridad e higiene.
David mostró la certidumbre absoluta de que él era superior a mí y una determinación de dominarme completamente, tal como había hecho mi padre. Esa voluntad de querer controlar incluso los pensamientos de una persona, es característica inequívoca del carácter sádico, válgase la redundancia.
David me echó de la empresa tras dos meses y medio de trabajo, porque habiéndome elegido para probar sus fuerzas (buscando un adversario débil, fácil de derrotar) se encontró con que en ciertas áreas del desempeño intelectual yo era mejor que él.
Los siguientes años fueron una verdadera pesadilla, y en sus momentos más oscuros, un verdadero infierno. Ya había pasado, al llegar a los 31 años de edad, por un trance que me puso al borde de la tumba, del que me recuperé para caer en una existencia todavía más difícil.
Sin proponérselo, David hizo equipo con mi padre para enviarme a una vida de improductividad, de enfermedad, aislamiento y pobreza. Ese individuo al que erróneamente consideré mi amigo, me despojó de un empleo que yo había ganado mediante años de esfuerzo en condiciones muy difíciles, me sacó del juego que constituye el desempeño laboral, para el que yo estaba muy bien dotado a pesar de mis problemas de aprendizaje y mi enfermedad mental.
Ahora, a mis 51 años mis ingresos son bastante bajos, pero en comparación con lo que gané trabajando como operador (obrero), parecen mucho dinero. No vivo en la pobreza, aunque sí estoy privado de un patrimonio que no se me permitió construir. Mi padre odiaba la injusticia y me veía a mí como al muchacho que habiendo nacido en la opulencia, vive rodeado de todo aquello que el dinero puede comprar mientras la pobreza mata a miles de personas en su alrededor. Esa situación existió solamente en su mente enferma y podrida, pero el odio al que eso dio lugar y la violencia que generó, lo llevaron a someterme a una tremenda pobreza. Durante muchos años viví solo, subempleado o desempleado, enfermo, sin atención médica y una vez que ya no pude conseguir un empleo, ni siquiera de nivel obrero, careciendo con mucha frecuencia hasta del alimento.
Hace siete años, habiendo cumplido 44 años, una psicóloga identificó en mí un trastorno de personalidad, y en el transcurso de los siguientes años me di cuenta de lo grave que es. Ahora, me doy cuenta de que todo el sufrimiento por el que he pasado y las pérdidas gigantescas que he sufrido en mi vida, no podrían haberse evitado de ninguna manera. El monstruo que tuve por padre murió hace siete años y ocho meses y el odio que sentí por él no ha disminuido en lo más absoluto. Ha sido difícil perdonar a mi madre por haber permitido al monstruo violentarme tanto, y por haberse sumado a esa violencia en un buen número de ocasiones.
En este momento me encuentro en una buena situación. Hoy recibí la planta en la empresa en la que trabajo, habiendo completado exitosamente el periodo de tres meses a prueba y la directora de mi departamento me considera un empleado competente y responsable, con muy buena actitud; en otras palabras, una persona valiosa.
No sé qué me depara el futuro, pero sí sé que ya no soy joven y que todo lo que perdí (que fue mucho), se fue para siempre; es imposible de recuperar.
Quisiera encontrar la manera de dejar de odiar, de dejar atrás el resentimiento que hace mi existencia tan difícil.