Hoy lunes desperté antes de las 7 a.m., decidí salir
con mi mascota, mi perrita Clara, a un área de un parque muy cercano a mi
vivienda. Había dormido bien durante la noche, durante el fin de semana había
realizado labores que había proyectado desde hacía años (literalmente, años),
pero como sucede tanto conmigo —por mi patología tan grave, que ha hecho de mí una
persona tan disfuncional— las había dejado para después durante esos periodos
de tiempo tan prolongados.
Ayer domingo limpié la cocina. Para ello moví muchos
objetos situados en el área que ocupa el fregadero (en estado lamentable) e
incluso la mesa de madera que usamos mi madre y yo para consumir nuestros
alimentos. Hay una plaga de cucarachas y moscas muy pequeñas, que dificulta
hacer cualquier cosa; cuento con poco dinero y resulta difícil comprar
insecticida para controlar esos bichos. Su presencia dispara mi alta vulnerabilidad
a cualquier elemento generador de estrés.
Siguen brotando en mi mente decenas de recuerdos de
vivencias negativas protagonizadas por individuos que en diferentes épocas de
mi vida, manifestaron su pobreza (incluso miseria) asumiendo actitudes de
agresividad y violencia (de manera cobarde, la mayor parte de las veces),
porque características mías, positivas, deseables, como mi persona —anatomía de
un deportista y fisonomía de un hombre de origen étnico caucásico, además de un
cociente intelectual alto— despertaron en ellos envidia y por ello exhibieron
sin el menor pudor, su debilidad mental, su impotencia vital y su cobardía;
triada que constituye un campo fértil para el cultivo de un narcisismo grave.
Lo lamentable del asunto es la afectación para otras personas a quienes estos
lisiados de espíritu violentan de muy diversas maneras. En casos graves, esos
narcisos arruinan o incluso aniquilan a personas vulnerables que por diferentes
razones no pueden alejarse de ellos. Muchas de esas personas, víctimas
potenciales, no son siquiera capaces de identificar la destructividad de estos seres
miserables e incluso habiendo sido seducidos por ellos, llegan a adorarlos, los
colocan en un pedestal y cuando los identifican como lo que son —manipuladores,
perversos sádicos despiadados— ya es demasiado tarde.
Así como no necesitamos divinidades —un poder
superior, dioses— tampoco necesitamos demonios, ángeles caídos, avernos ni nada
que tenga que ver con ese tipo de fantasías o mitologías. La destructividad
humana cubre el rango completo desde la mayor virtud hasta la depravación
extrema.
A mí la vida me jugó rudo. Mi padre era un psicópata,
mis familias paterna y materna presentaban una descomposición que se convirtió
en un caldo de cultivo para la desintegración mental y física de sus
integrantes. Hace falta señalar aquí que este tipo de entornos familiares no
son nada raros, la inmensa mayoría de las familias son muy disfuncionales y
para muchísimas personas, el lugar más inhóspito del mundo se encuentra donde
está su familia.
Volviendo al modo como han transcurrido estos últimos
días, debo mencionar que hace 10 días mi madre viajó a un destino de playa
donde vive una hermana que es cuatro años menor que yo (cumplió años el pasado
domingo 13 de julio) y su ausencia facilita realizar esas labores tan
importantes, pues siento que hay un paralelismo entre la suciedad que se ha acumulado
en mi vivienda el resentimiento que llevo en mi psiquis, algo que se ha
convertido en un carga muy pesada y el agotamiento que produce resulta doloroso
y da lugar a una furia difícil de manejar. El gasto de energía (dilapidación)
podría ser el origen (por lo menos en parte) del agotamiento que me aqueja.
Esos estados
anímicos me inmovilizan y durante cerca de cuatro años —a partir de que fui
despojado de un empleo, lo cual representó una injusticia enorme, una constante
en mi historia de vida— no he hecho casi nada; nada que no sea ejercitarme
compulsivamente, expresar por escrito y oralmente el dolor y el sufrimiento
psíquico que me aquejan, y pasar demasiado tiempo en la red (internet), la mayor
parte del tiempo perdiendo el tiempo de una manera miserable.
Con 1.78 m de estatura, mi peso corporal ha descendido
a unos 62 o 63 kg. No me preocupa mucho porque sé que eso se debe a que mi
metabolismo se ha acelerado por la actividad física que comencé a incrementar
hace cuatro años, durante el año 2021, antes de ser despojado de ese empleo en
una empresa farmacéutica en la que trabajé durante seis años y tres meses. Experiencia
terrible, Productos Maver.
Mi ingesta calórica es muy alta. Hoy bebí una taza de
café sin azúcar y sin ningún edulcorante (no consumo sacarosa ni nada
parecido), acompañada de pan que yo mismo preparé (hot cakes, con harina de
trigo, huevo, leche, mantequilla, un poco de sal y polvo de hornear, sin
azúcar) seguida de un tazón de avena hervida en agua con plátano (banano) y
pasitas, sin leche ni azúcar.
Más tarde comeré una mezcla de arroz y frijol con
mucha cebolla y ajo crudos. Combino estos alimentos, el arroz y el frijol, porque
un cereal y una leguminosa forman el equivalente a proteína de origen animal,
pero sin el peligro de dañar al hígado y a los riñones. Acompañaré ese plato
exquisito con un par de huevos con trocitos de papa (patata) previamente
hervida y tortillas; otro cereal, maíz.
Cuando llegue la hora de la cena, comeré sopa de pasta
aguada, con mucha zanahoria poco cocida y carne, a lo que también agregaré
mucha cebolla y ajo crudo.
Mis características anatómicas son poco comunes en un
hombre de mi edad, en mi temprana séptima década (cumplí 61 años de edad en
abril pasado), resultado de haber comenzado a convertirme en un deportista hace
45 años (año 1980, con 16 años de edad), y haberme interesado en la buena
nutrición, el consumo de alimentos y bebidas sanos y nutritivos, evitando
alimentos y bebidas carentes de nutrientes y de alta toxicidad; algo de lo más
representativo del neoliberalismo terriblemente destructivo, genocida de hecho.
He observado en muchos individuos, sobre todo en edad
madura o en la vejez (así sea temprana), un deterioro que se manifiesta no
solamente en su deformidad anatómica, abundante tejido adiposo, sino en su
rostro y cuello, hinchados, abotagados, inflamados. Muchos de ellos amplifican
el deterioro dejándose pelos (bigote y/o barba) siguiendo la moda grotesca —algo
que no es nuevo, siempre han predominado los débiles mentales, que viven como
si no contaran con una voluntad propia, capacidad para decidir lo que hacen,
optando por hacer lo que hacen los demás, petimetres y similares.
Ese malestar que me aqueja, que frecuentemente me
abruma, puede ser disminuido drásticamente al enfocarme en aquello positivo que
hay en mi existencia. Mi salud orgánica parecería formidable. Mis órganos
internos funcionan mejor que los de muchos hombres que no tienen la mitad de mi
edad; esa funcionalidad se proyecta en mi aspecto físico y mi nivel intelectual
– cultural es poco común porque desde mi infancia me interesé mucho en el
conocimiento y la cultura, me fascinaron los libros e incluso aprendí una
lengua extranjera (el inglés, cuyo aprendizaje sigue en curso, por supuesto)
principalmente como autodidacta.
Me propongo seguir con mis proyectos, apartar de mi
mente esa realidad tan terrible (una vida plagada de violencia) y enfocarme en
mis logros. Superar mi grave patología, liberarme de ese peso descomunal que
representa el resentimiento que llevo a cuestas, hará posible que continúe
desarrollando mis potencialidades y ello me llevará a vivir en plenitud.
Lo mejor está por venir