Hace unas seis semanas, leyendo un libro de psicología, me topé con una tabla que clasifica los trastornos de personalidad (personality disorders), por grado de afectación.
Para comprender esto, habría que definir un trastorno de personalidad.
El capítulo 19 del libro “Introduction to Psychology” Exploration and Application, Sexta Edición, de Dennis Coon, se titula “Comportamiento de Mala Adaptación: Desviación y Trastorno.”
En el apartado en el que define los Trastornos de Personalidad, tiene como subtítulo “mapa de una pobre adaptación,” y dice como sigue:
... los trastornos de personalidad son patrones profundamente arraigados de pobre adaptación. Por ejemplo, la personalidad paranoide es excesivamente desconfiada, sospechosa de otros, hipersensible, cauta e incapaz de confiar en la honestidad de otros. Las personalidades narcisistas viven preocupados con su propia importancia: necesitan admiración constante y se dejan absorber por fantasías de poder, riqueza, inteligencia, belleza y amor. La personalidad dependiente se caracteriza por una carencia extrema de auto-confianza; otras personas gobiernan su vida y la persona supedita sus necesidades a las de otras.
La tabla que menciono al principio clasifica los trastornos de personalidad por afectación como moderada, alta y severa.
En la última categoría aparecen el trastorno limítrofe (borderline), el paranoide y el esquizotípico. Esto significa que mi trastorno límite de personalidad es uno de los más graves, y por lo tanto, uno de los más devastadores...
Laura, la psicóloga que fue mi interventora en crisis entre diciembre de 2007 y abril de 2009, me informó que yo padecía de un trastorno de personalidad, mismo que identifiqué en septiembre de 2008 (borderline), viviendo una serie de crisis desencadenadas por profesionales de la salud mental de una institución pública del sector salud. En ese momento, hace casi dos años, percatándome de la gravedad de ese trastorno, no alcancé a comprender la devastación que ha causado en mi vida. Tendrían que presentarse más acontecimientos desafortunados antes de que eso fuera posible y ya en mayo de este 2010, descubrí la gravedad del mismo –que para colmo de males parece estar combinado con el trastorno paranoide- y eso me permitió comprender por qué he vivido así, como un hombre improductivo, incapaz de trabajar y ganarse la vida, sin un patrimonio, aislado, sin un círculo social, la mayor parte del tiempo sin pareja y obviamente soltero y sin haber formado una familia.
La semana que comenzó el lunes 26 de julio, un acontecimiento terminó provocando una serie de crisis entre el jueves y el viernes siguiente. Ese último día –viernes- en atención de emergencia, hablando con la psicóloga Nayeli en Cruz Verde, me pregunté: “¿dónde está mi vida? ¿qué sucedió con mis 46 años de existencia?”
Quisiera aclarar que no soy el tipo de persona que no reconoce su responsabilidad; hay cosas en mi vida de las que no estoy nada orgulloso y no estoy para tirar la primera piedra. Sin embargo, no puedo cerrar los ojos ante la condición en la que vivo como enfermo mental, que confió en médicos especialistas en psiquiatría que no mostraron la competencia que se requería para atenderme y ayudarme con mis problemas de salud emocional y, todavía más grave, fallaron miserablemente, debido a sus carencias como individuos, a su pobreza personal.
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