Una vez en el rancho, estando mi papá bien borracho, cayó de sentón en tierra, a unos metros de la casa de campo hecha de adobe que mi padre había reconstruido años antes, debió ser en 1985, lo que significa que yo tenía 21 años y él 48.
Teníamos visitas, y las mujeres de todas las edades iban a dormir en esa casa, mientras los hombres de todas las edades, íbamos a hacerlo en otros aposentos. La caída de mi padre fue en tierra firme y no involucró humedad de ningún tipo. En aquel entonces yo no lo odiaba con la intensidad a la que llegaría hacia los últimos años de su vida. El chapuzón de mi padre no fue en agua clara y limpia. Mi padre se arrojó en la inmundicia teniendo una enfermedad, el alcoholismo, y un espíritu inmundo.
Mi padre se arrojó en una laguna de podredumbre y nadó ahí como pez en el agua, regodeándose en la porquería. Nunca fue un buen nadador, pero de haber estado su vida en peligro, yo no habría movido un dedo por ayudarle. Ese lago de podredumbre en el que se arrojó era en realidad una ciénaga de agua estancada llena de todo tipo de materia orgánica, desde materia vegetal putrefacta, reptiles vivos y muertos, serpientes y víboras venenosas y materia fecal. También estaba contaminada con metales pesados como plomo y mercurio y el vapor que emanaba de ese cuerpo de agua era cálido y pegajoso; el lugar hedía, aunque no tanto como mi padre y su espíritu inmundo.
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