lunes, 29 de abril de 2013

Gustavo Marín Pérez, el problema de la fealdad

Acudí por primera vez a este médico psiquiatra cuando tenía su consultorio en Marsella, detrás de una gasolinera muy cerca de la glorieta de Niños Héroes, a mediados de 1990. Yo contaba con 26 años y mi realidad era muy difícil, pues no trabajaba y pasaba el tiempo encerrado en mi habitación estudiando materias de ingeniería e inglés, con intención de regresar a la universidad a concluir mi licenciatura.

El día que lo conocí, acudí acompañado de mi madre porque unos días antes se había presentado una crisis muy dolorosa, sin que nadie de mi familia supiera que padecía de un trastorno de personalidad muy grave. En la primera cita, Gustavo Marín me dijo que era necesario que siguiéramos viéndonos esa semana pues mi estado era delicado. En los meses que siguieron, este señor me dijo que yo era un intelectual y cuando yo daba a entender que estaba mal, él preguntaba por qué y me insistía en que yo era normal; no contaba yo con ningún elemento para sospechar que este señor era un incompetente que no iba a servir para nada, pues mi trastorno de personalidad (que a todas luces él no identificó), está considerado como muy grave.

No me importó su fealdad física, pues como hombre, no le doy importancia a esos asuntos cuando trato con otros hombres; sin embargo, con el paso de los años, me di cuenta de que ese aspecto físico tan horrible de este señor, sería un factor decisivo en su mal desempeño y en su perversidad.

El señor presentaba una estatura mediana, con un cuerpo de una genética muy pobre en su morfología, en su escasa masa muscular y en su espalda angosta y su cintura inexistente. Además, siendo un hombre relativamente joven, presentaba una calvicie sobre un rostro horrendo, de ojos saltones y facciones equiparables a las de un reptil. He llegado a deducir que en su caso, como en el de muchos otros profesionales de la salud mental, los traumas ocasionados desde la más temprana infancia por el rechazo, las burlas y los ataques frecuentes de otras personas, llevaron a este individuo a desarrollar problemas psicológicos que no pudo enfrentar y superar y como una reacción, decidió estudiar medicina y especializarse en psiquiatría, en el estudio de las enfermedades mentales, obviamente sin tener conciencia de sus propias patologías, verdaderamente muy graves. La fealdad de este señor era ya repulsiva en ese entonces.

Después de unos meses de tratamiento fallido (porque los medicamentos que me daban no eran los indicados para tratar mi trastorno de personalidad), abandoné la terapia con este inútil porque entre otras cosas, a diferencia de antes que había afirmado numerosas veces que yo era un intelectual, comenzó a tratarme como a un embustero que afirma haber estudiado sin que eso sea cierto. El episodio de esa última consulta me dejó muy frustrado y con un mal recuerdo. Eso ocurrió a finales de 1990.

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