Hace ocho o nueve años adopté al leopardo como mi álter ego, ahora lo he cambiado por el oso, parece ser más congruente con mi corpulencia actual y el hecho de que mi madre es un osito dormilón.
De alguna manera los últimos días transcurridos han sido más apacibles, pues he sentido una tranquilidad desacostumbrada que no implica solamente la ausencia de estallidos de furia, sino al mismo tiempo, el miedo (irracional y sin causa aparente la mayor parte del tiempo) no está presente y eso facilita mucho el transcurrir del tiempo y me da una mejor calidad de vida.
He sentido, sin poder explicar esto de una manera racional, que David, mi enemigo, ha muerto o que está arruinado para siempre, pero reconozco que muchas veces este tipo de vivencias no guardan ninguna relación con la realidad. Este mal individuo ha ocupado mis pensamientos durante los últimos 18 años porque al pegarme por la espalda inició un proceso que continuó mi padre y que estuvo muy cerca de destruirme y provocó pérdidas que han parecido gigantescas e imposibles de recuperar. El monstruo imbécil que tuve por padre me pegó por la espalda (como había hecho numerosas veces a lo largo de mis 34 años que tenía en ese entonces) pretendiendo que en esa ciudad a la que me fui buscando un empleo (Tijuana) sobreviviera lavando carros. La estupidez de ese mutante borracho no conocía límites.
El hecho es que ese empleo que perdí porque desperté la envidia de David, hiriendo su narcisismo, fue como una mutilación porque era una ocupación que me permitía ganarme la vida con un ingreso muy respetable (el de un profesionista) y era el resultado de muchos años de esfuerzo, no me había caído nada del cielo. Una vez que lo hube perdido, caí en una pobreza que provocaba un sufrimiento muy profundo porque no me permitía vivir como un adulto ni procurarme nada que no fuera la satisfacción de mis necesidades más básicas. Parte de lo más doloroso fue cómo me imposibilitó establecer una relación de pareja con una mujer, pues no tendría nada que ofrecerle.
Al mismo tiempo, vivir dependiendo de otra persona siendo un adulto, me colocaba en una situación vergonzosa y me obligaba a vivir mintiendo. Años más tarde traté de recuperar lo que había perdido regresando a la maquiladora electrónica entrando como operador, buscando una oportunidad en algo mejor una vez adentro, pero pese a que hice todo bien, todo salió mal. Por segunda vez en mi existencia, perdí la voluntad de vivir.
Ahora, teniendo más de medio siglo de vida, he conseguido un empleo que disfruto en muy buena medida, que tiene que ver con conocer un idioma extranjero, que tiene que ver con traducir y redactar y con conocimientos que adquirí cuando me esforcé tratando de convertirme en un ingeniero.
Mis ingresos son bajos y las probabilidades de que esto cambie no son muchas y esto me provocó recurrentes crisis en el pasado reciente (hace unos cuantos meses) pues me resultaba imposible no pensar en qué hubiera pasado si hubiera trabajado todos esos años en que no tuve un empleo y lo diferente que sería mi vida, toda la injusticia que no habría presente en mi vida y todo el sufrimiento que me hubiera ahorrado.
Mi padre me humilló desde mi más temprana infancia hasta el día que murió, que yo contaba con 43 años. Mi hermana menor murió hace diez años y mis hermanas Mónica y Yolanda me han atacado haciéndome sentir el dolor de vivir en la indefensión.
En este momento, a quince meses de haber conseguido este empleo que ha cambiado mi vida tengo ante mí una disyuntiva: prolongar el sufrimiento de una pesadilla que se prolongó muchos años, o despertar para empezar a llevar una vida plena. Si opto por lo segundo, deberé dejarle al destino que haga justicia, o que ponga las cosas en su lugar. Es curioso que ahora que ya no soy joven estoy bastante conforme con mi aspecto y con mi desempeño físico y en la edad madura no temo al paso del tiempo y a la ineludible llegada de la vejez, que podría ser una época de plenitud porque podría consolidarse lo que pueda haber aprendido en mi vida, que definitivamente no ha sido inútil.
Es posible que haya llegado el momento de sanar.
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