viernes, 29 de julio de 2016

¿Estoy dispuesto a seguir odiando en lugar de disfrutar mi vida? La respuesta debe ser no.


No sé hasta qué punto mi percepción de la belleza femenina se ve influenciada por mi soledad y el dolor que conlleva sentir la necesidad de tener una relación de pareja y no tenerla; indudablemente ese es un vacío muy grande en mi existencia.

Con frecuencia recuerdo a Angélica, esa bella joven que me visitó en noviembre de 2006, específicamente viene a mi mente la imagen del momento en que se aproximó a mi cama para tenderse en ella llevando únicamente pantaletas, con su pelo húmedo y su espalda desnuda y yo sentí tanto cariño hacia esta hermosa mujer al mirar sus redondas y generosas nalgas, características de la anatomía femenina que al igual que el tamaño y la forma de los senos está determinado por factores genéticos y sobre todo por las hormonas que produce su maravilloso organismo. Pensar en que la mujer libera un óvulo periódicamente y cuando este no es fecundado provoca la menstruación, pensar en la hemorragia que este fenómeno produce y que fluye hacia afuera pasando por la vagina de una mujer me llena de ternura, de deseo y de amor hacia ese ser tan extraordinario.

Esta última semana que (laboralmente) terminará en unos minutos ha sido de mucha satisfacción y de una extraña tranquilidad, hay fenómenos que no puedo explicar, con esto quiero decir que siento que algo importante ha ocurrido y ese acontecimiento cambiará mi vida para bien, de forma definitiva.

He dormido bien, he hecho ejercicio, no mucho pero lo he realizado de forma muy eficiente y la depresión ha desaparecido, así como mis arrebatos de furia y el resentimiento contra tantas personas.

Hace dos semanas mi madre estuvo en Puerto Vallarta por el cumpleaños de su nieta, mi sobrina Irys, e inevitablemente pensé en Enrique, el padre de esta niña tan hermosa a la que tanto quiero. Tengo la seguridad de que este individuo ha seguido vomitando veneno sobre mí a mis espaldas, y de pronto empiezo a cuestionarme si estoy dispuesto a seguir odiando a personas que no valen nada en lugar de disfrutar mi vida. Me queda claro que la respuesta es no.

Y esto me trae a la mente aquél sábado 30 de enero que fui a desayunar con Laura, mi queridísima amiga, la mujer que amo y que ella me confió un incidente que sucedió en su pubertad en que fue víctima de violencia de género, el perpetrador fue un compañero de la escuela secundaria y ella decidió que no quería vivir enojada con ese individuo.

Ahora comprendo el significado y la sabiduría de tus palabras, Laura, querida amiga. No tengo palabras para agradecértelo.

Te quiero.

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