miércoles, 6 de agosto de 2025

El motivo de este escrito referente a las malas acciones de una psicóloga. Segunda parte

 

Como decía al inicio de la entrada anterior, mi intención no es referirme a esa psicóloga, Marcela, sino a otra psicóloga, de nombre Catalina, que confundió todo y por lo que ella hizo (desaciertos monumentales, que parecerían incomprensibles), y por lo que pareciera ser la firme intención de vengarse de mí, alta burocracia ha violado la ley de protección de datos personales enviando información sobre mí a muchos lugares, describiéndome como un individuo que se enamora de sus terapeutas, las acosa y por su patología (tal vez una psicopatía), ellas podrían encontrarse en serio peligro.

Creo que al gobierno de mi país le toca atender este asunto. No sé si tenga que encargarse la Secretaría de la Función Pública.

Esa es mi intención al escribir sobre este asunto. Mi reputación ha sido dañada por ese proceder de alta burocracia del sector salud, algo que no estoy dispuesto a aceptar.

No soy un delincuente, no tengo antecedentes penales. He evitado quebrantar la ley, no tanto por temor a las consecuencias, sino porque llevo conmigo una inclinación que parece natural a apegarme a la ética, la honestidad y la decencia.

No voy a negar que por mi neurosis, un trastorno de personalidad, presento inestabilidad emocional y una cierta propensión a la violencia, pero no voy por la vida intentando hacer daño a nadie.

No quiero perjudicar a Marcela Palacios Minakata, ni a Martha Catalina Pérez González (la psicóloga que cometió desaciertos monumentales y con ello me perjudicó en gran medida), ni a los burócratas responsables de esa violación a la ley de protección de datos personales perpetrada en mi contra. Ni siquiera contra quienes encubrieron lo que hizo Marcela en el año 2008, el director de la institución, médico psiquiatra de nombre Daniel Ojeda Torres, ni su subalterno (también médico psiquiatra) Eduardo Valle Ochoa, etc.

Es necesario que se investigue todo esto y se haga lo que proceda. No más y no menos que eso.

No considero que Marcela deba ser castigada, pues por lo que hizo enfrentó consecuencias muy graves. Eso se pudo haber evitado, pues yo ofrecí que ella y yo arregláramos nuestro conflicto, oferta que la institución pública de salud mental no tomó en cuenta y Marcela rechazó.

Martha Catalina Pérez González me hizo daño, pero no tengo nada contra ella. Yo sé que no era su intención, ella vive buscando el agotamiento, a todas luces ha convertido su trabajo en un mecanismo de evasión. No quiero hacerle ningún daño.

Al señor Francisco Gutiérrez no lo conozco, sé quién es, prefiero no decir nada sobre él. Tengo la seguridad de que su salud mental está muy mal, su nivel intelectual muestra deficiencias muy graves, por su problemática su actividad profesional puede resultar inútil, incluso dañina.

Mi postura en la vida no es de cobardía, tampoco es de incongruencia, pragmática.

Las cosas están cambiando en mi país desde diciembre de 2018, para bien. Sé que eso va a continuar y será posible que mejoren muchas cosas.

Agradezco a quien me haga el favor de leer estos escritos

El motivo de este escrito referente a las malas acciones de una psicóloga. Primera parte

 

Iniciaré esta entrada a blog señalando algo muy importante. La intención al escribir sobre este asunto, la violencia perpetrada en mi contra por burócratas del sector salud, no es Marcela. Esa psicóloga me atendió desde enero de 2008 —mi padre, un narcisista maligno, psicópata, había muerto unas semanas antes, un viernes 14 de diciembre de 2007, yo no fui a su funeral, me negué a asistir a las exequias del peor enemigo que tuve jamás.

A partir de la fecha en que murió mi padre, comencé a hacer uso de ese servicio de orientación emocional, vía telefónica, prácticamente todos los días, de lunes a domingo, porque la afectación por la violencia que él y mi madre (con la participación de muchísimas personas) había dado lugar a una afectación muy grave. Mi hermana menor, había muerto el último día de abril de 2006, tres días después de que yo cumplí 42 años de edad. Es decir, ella murió un año y siete meses antes que nuestro padre.

Esa hermana menor, de nombre Verónica (1972-2006) y yo, fuimos dos de los cuatro hijos, en quienes se concentró la violencia perpetrada por nuestro padre psicópata; ella no sobrevivió.

La afectación de la tortura psicológica que mi padre perpetró contra mí durante no menos de 40 años (yo contaba con 43 años y siete meses de edad cuando él murió) había dañado tanto mi salud mental que provocó un trastorno muy grave, a la que muchos hombres no habrían sobrevivido.

Vivir con hambre, no contar si quiera con el dinero suficiente para comprar alimento y satisfacer mi necesidad de ingesta calórica, me provocaba un sufrimiento terrible. Vivía en soledad desde hacía años, sin atención médica, en un aislamiento muy anómalo, patológico. Habiéndome convertido en un deportista a los 16 años, (cerca de 28 años antes), no practicaba mi deporte (el ciclismo de ruta) porque ello habría acelerado mi metabolismo, lo cual habría incrementado mi sufrimiento por esa carencia de alimento.

Lo más doloroso después de esa pobreza inmerecida (porque me había esforzado mucho durante años, convirtiéndome en un autodidacta para superar mis graves deficiencias académicas y aprender matemáticas, física y materias de ingeniería y así convertirme en un individuo productivo, útil a la sociedad), lo más doloroso, era esa soledad. Necesitaba alguien a quien amar.

La psicóloga Marcela comenzó a atenderme cada día de lunes a viernes durante la tarde, vía telefónica al comenzar ese año 2008. Su horario era de 14:30 a 21 h, los días mencionados. Se dio una relación terapéutica en que psicóloga y paciente se tomaron ciertas libertades y manifestaron una atracción mutua. Marcela me dijo en algún momento, cuando yo me expresaba bien de una compañera suya —que trabajaba turnos de noche, tres días por semana, de las 20 h de un día a las 8 h del día siguiente— me voy a poner celosa.

Ahí comenzó un romance telefónico. Marcela y yo nos vimos una sola vez, en persona, en esa institución pública de salud mental. Fue el martes 29 de abril de 2008, dos días después de que yo cumplí 44 años de edad. Al día siguiente, miércoles 30 de abril, se cumplirían dos años de la muerte de mi hermana Verónica, uno de los acontecimientos más traumáticos de mi historia de vida.

Ella se incapacitó unas semanas después por una lesión en un pie, regresó al cabo de un tiempo breve, habiéndole dado un giro de 180 grados a su postura. Me dijo que ya no me iba a atender, a menos que se tratara de una crisis, que yo me encontrara en una situación de malestar muy severo, incluso en peligro de atentar contra mi vida.

Mujer carente de principios, de ética e incluso de pudor, Marcela manejó el asunto con la deshonestidad que la caracteriza. Su reputación en esa institución era muy mala, porque habiendo sido la asistente del primer director —un psiquiatra de nombre Benjamín Becerra Rodríguez, de muy mala reputación— tal vez durante seis años, había cometido todo tipo de abusos.

Yo la busqué con desesperación, busqué su número telefónico en un directorio (todavía existía) y le llamé a su casa. Al escuchar mi voz, ella colgó. Esto sucedió un sábado 28 de junio de 2008. Horas más tarde, sonó mi teléfono celular (básico). Al identificarme, el cónyuge de esta psicóloga, me dijo quién era y me amenazó. Ella lo había manipulado, haciéndose la víctima de acoso, induciendo a su esposo a cometer un delito. Por supuesto, no le informó del romance telefónico que había mantenido conmigo, mucho menos que me había planteado la posibilidad de iniciar una relación de pareja y me había preguntado si estaría dispuesto a tener un hijo con ella.

Yo reporté esto a esa institución pública de salud mental el lunes siguiente, 30 de junio de 2008. Denuncié en la procuraduría del estado el delito de amenazas, ratifiqué mi denuncia meses más tarde y se me ofreció atención como víctima de delito en trabajo social (que no necesitaba), en atención psicológica (que ya había iniciado, poco tiempo antes en una unidad de Cruz Verde) y atención psiquiátrica, que acepté.

Se me brindó esa atención psiquiátrica como víctima de delito entre noviembre de 2008 y noviembre de 2009. De ahí, se me canalizó a una institución pública enorme, el Hospital Civil Fray Antonio Alcalde. Esa es otra historia.

El nombre de la médico psiquiatra que me atendió en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses durante ese periodo de doce meses, noviembre de 2008 a noviembre de 2009, es Georgina Quezada Luna. Ahí mismo se evaluó la afectación a mi salud mental por el delito cometido en mi contra por esa psicóloga y su cónyuge. La institución pública de salud mental donde sucedió todo eso, encubrió lo que hizo esa psicóloga, algo que no sorprende a nadie que conozca la realidad de mi país, y de la mayor parte del resto del mundo.

lunes, 4 de agosto de 2025

Entrevista a Francisco Gutiérrez, jefe de Psicología Básica del CUCS. Tercera parte

 


En este último segmento de esa entrevista a Francisco Gutiérrez, la entrevistadora exhibe una vez más su muy precario nivel intelectual. Su discurso parecería el de una persona que apenas fue capaz de concluir la educación básica, primaria.

Al plantear a Francisco la posibilidad de que en su convivencia en sus ratos de ocio con otras personas, sus acompañantes podrían requerir su consulta, ella dice “a ‘consultar” a todo mundo que está a un lado de usted”, como si fuera él quién pidiera la consulta y sus acompañantes quienes le prestaran ese servicio.

La respuesta del señor Gutiérrez parece otra aberración, “me va a ‘psicoanalizar’…” ¿No conoce un profesional de la salud mental, un licenciado en psicología, el significado de la palabra “psicoanálisis”?

Estos ejemplos grotescos de precariedad intelectual se dan por todas partes, lo que resulta aún más lamentable cuando se trata de medios culturales del estado, que funcionan con fondos públicos, los impuestos que pagan los contribuyentes.  

 


Francisco Gutiérrez:

… y bueno, cumplimos con las labores de trabajo, pero también tenemos espacios de esparcimiento…

 

Entrevistadora (interrumpiendo):

¿Qué es lo que más le gusta, en esos ratos de ocio?

 

Francisco Gutiérrez:

Me gusta mucho el bosque, me gusta mucho escribir, me gusta mucho, este, la naturaleza, estar en contacto, porque te permite reflexionar, a ver, ¿dónde estoy, hacia dónde voy, qué quiero? Estas preguntas que nos hacemos cuando a veces estamos en un espacio…, a ver, lo que me gusta, ¿lo amo, me apasiona? Y verdaderamente es muy satisfactorio.

 

Entrevistadora:

¿Y no cae en esta situación de, de que al momento en que está platicando con alguien en el bosque en tiempo de relax total, empiece a (riendo estúpidamente), este, a “consultar” a todo mundo que está a un lado de usted?

 

Francisco Gutiérrez:

 Muchas veces la gente piensa que uno es psicólogo y que, “me va a psicoanalizar”, es la primera pregunta. Yo les digo “no es que miren, eso es muy cansado, por eso se cobra y no se hace aquí (risa estúpida, incomprensible)… Pero sí la situación es que te permite tener termómetros de esos problemas de la vida cotidiana, ¿no?

Entrevista a Francisco Gutiérrez, jefe de Psicología Básica del CUCS. Segunda parte


Otro segmento de esa entrevista, en el que el señor Gutiérrez menciona la apertura de un centro de atención a víctimas de delito. Esto resulta de particular importancia porque una psicóloga muy allegada a él, presenció la comisión de faltas gravísimas cometidas por una compañera de trabajo en una institución pública de salud mental —incluso incurrió en conductas delictivas— y confundió las cosas.



 


Lo que esa psicóloga (de nombre Catalina) muy allegada a Francisco Gutiérrez hizo, en relación con las faltas gravísimas cometidas por esa compañera de trabajo (de nombre Marcela), dio lugar a que se considerara al usuario que fue objeto de esa violencia perpetrada por una profesional de la salud mental (que por añadidura contaba con una muy mala reputación en el ejercicio de sus funciones), un sujeto peligroso, que se enamoraba de sus terapeutas, las acosaba, etc.

 


Sé que la psicóloga Catalina no es una mala persona, pero igual que Francisco (con quien forma una simbiosis que parecería de gemelos siameses), vive haciéndose daño a sí misma. Por ello, ella, Catalina, también resulta incapaz de cumplir con su función, pues por su problemática puede hacer daño a usuarios de los servicios de salud mental en el ejercicio de sus funciones.

 


 

Entrevistadora:

¿Cómo se divide todo eso? Al estar expuesto ante varias problemáticas, estar estudiando lo que pasa en la sociedad, ¿cómo dividir también aspecto de la familia, que nos llegue también ese toque de problemas?

 

Francisco Gutiérrez:

Ha sido una experiencia bastante enriquecedora porque hemos combinado la docencia. Yo estoy en la Universidad de Guadalajara, por cumplir 30 años de docencia. Combinamos los centros de atención que hemos ido abriendo, estamos por abrir un nuevo centro, eh de atención a víctimas de delitos, de cualquier índole, el mes que entra… eh hemos combinado justamente la familia, me gusta cocinar, he, colaboramos con un grupo de estudiantes, de profesores, que también dedicamos (incomprensible) como buen parte al manejo del tiempo libre. A veces vamos a una capacitación…

Entrevista a Francisco Gutiérrez, jefe de Psicología Básica del CUCS. Primera parte

 



Aparece esta entrevista en la red social YouTube, hecha a Francisco Gutiérrez, jefe de Psicología Básica en el Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara. Un video de 10 minutos con 57 segundos de duración, en que se pone de manifiesto un nivel intelectual deplorable de este profesional de la salud mental (lo mismo sucede con la entrevistadora, pero ese es otro asunto).

La obesidad muy grave de este señor parece un indicador de una salud mental terrible, pues hasta donde yo sé, la obesidad es autoagresión. A todas luces, Francisco Gutiérrez vive un proceso de autodestrucción ya muy avanzado, parece haberse condenado a muerte a sí mismo.

Su precariedad intelectual se manifiesta claramente en los primeros minutos de la entrevista, en que la entrevistadora le pregunta cómo se inició en la psicología. Francisco Gutiérrez responde: “bueno, originalmente, yo fui ‘terapista’ físico…” La palabra que debió usar es “terapeuta”, pues la palabra “terapista” no existe en el idioma español, el señor Gutiérrez debe haberla tomado del idioma inglés, therapist.

¿Qué se puede esperar de una persona como esa, como Francisco Gutiérrez? Parece razonable suponer que en el mejor de los casos, su labor resulta inútil; en el peor de los casos, un individuo como ese puede hacer mucho daño. Podría suceder esto —que su actividad fuera inútil o incluso dañina— por su incapacidad para cumplir sus funciones, cuyo origen sería, por supuesto, su pésima salud tanto física como mental. Todavía peor que eso, podría hacer daño a personas en situación de vulnerabilidad (pacientes, usuarios de servicios de salud mental) motivado por su problemática personal, el deseo de violentar a alguien, sin importar de quién se trate.

Esto sucede mucho entre todo tipo de personal médico, más frecuentemente entre quienes prestan servicios de salud mental, psicólogos (una ocupación en la que predomina el género femenino) y psiquiatras.

 


Entrevistadora:

… que lo hemos tenido aquí con charlas, tenemos temas específicos, referentes a la psicología, suicidio y otros temas. Pero hoy queremos hablar de usted, de su trayectoria y cómo comienza… eh… ¿por qué decide estudiar la carrera de psicología?

 

Francisco Gutiérrez:

Bueno, originalmente yo fui “terapista” físico, técnico en terapia física, pero era una carrera que se tenía que estudiar en la ciudad de México. Eh, tengo cinco hermanos contadores y un psicólogo…

lunes, 21 de julio de 2025

Una adversidad grave que dominó mi existencia, la lucha continúa

 

Hoy lunes desperté antes de las 7 a.m., decidí salir con mi mascota, mi perrita Clara, a un área de un parque muy cercano a mi vivienda. Había dormido bien durante la noche, durante el fin de semana había realizado labores que había proyectado desde hacía años (literalmente, años), pero como sucede tanto conmigo —por mi patología tan grave, que ha hecho de mí una persona tan disfuncional— las había dejado para después durante esos periodos de tiempo tan prolongados.

Ayer domingo limpié la cocina. Para ello moví muchos objetos situados en el área que ocupa el fregadero (en estado lamentable) e incluso la mesa de madera que usamos mi madre y yo para consumir nuestros alimentos. Hay una plaga de cucarachas y moscas muy pequeñas, que dificulta hacer cualquier cosa; cuento con poco dinero y resulta difícil comprar insecticida para controlar esos bichos. Su presencia dispara mi alta vulnerabilidad a cualquier elemento generador de estrés.

Siguen brotando en mi mente decenas de recuerdos de vivencias negativas protagonizadas por individuos que en diferentes épocas de mi vida, manifestaron su pobreza (incluso miseria) asumiendo actitudes de agresividad y violencia (de manera cobarde, la mayor parte de las veces), porque características mías, positivas, deseables, como mi persona —anatomía de un deportista y fisonomía de un hombre de origen étnico caucásico, además de un cociente intelectual alto— despertaron en ellos envidia y por ello exhibieron sin el menor pudor, su debilidad mental, su impotencia vital y su cobardía; triada que constituye un campo fértil para el cultivo de un narcisismo grave. Lo lamentable del asunto es la afectación para otras personas a quienes estos lisiados de espíritu violentan de muy diversas maneras. En casos graves, esos narcisos arruinan o incluso aniquilan a personas vulnerables que por diferentes razones no pueden alejarse de ellos. Muchas de esas personas, víctimas potenciales, no son siquiera capaces de identificar la destructividad de estos seres miserables e incluso habiendo sido seducidos por ellos, llegan a adorarlos, los colocan en un pedestal y cuando los identifican como lo que son —manipuladores, perversos sádicos despiadados— ya es demasiado tarde.

Así como no necesitamos divinidades —un poder superior, dioses— tampoco necesitamos demonios, ángeles caídos, avernos ni nada que tenga que ver con ese tipo de fantasías o mitologías. La destructividad humana cubre el rango completo desde la mayor virtud hasta la depravación extrema.

A mí la vida me jugó rudo. Mi padre era un psicópata, mis familias paterna y materna presentaban una descomposición que se convirtió en un caldo de cultivo para la desintegración mental y física de sus integrantes. Hace falta señalar aquí que este tipo de entornos familiares no son nada raros, la inmensa mayoría de las familias son muy disfuncionales y para muchísimas personas, el lugar más inhóspito del mundo se encuentra donde está su familia.

Volviendo al modo como han transcurrido estos últimos días, debo mencionar que hace 10 días mi madre viajó a un destino de playa donde vive una hermana que es cuatro años menor que yo (cumplió años el pasado domingo 13 de julio) y su ausencia facilita realizar esas labores tan importantes, pues siento que hay un paralelismo entre la suciedad que se ha acumulado en mi vivienda el resentimiento que llevo en mi psiquis, algo que se ha convertido en un carga muy pesada y el agotamiento que produce resulta doloroso y da lugar a una furia difícil de manejar. El gasto de energía (dilapidación) podría ser el origen (por lo menos en parte) del agotamiento que me aqueja.

 Esos estados anímicos me inmovilizan y durante cerca de cuatro años —a partir de que fui despojado de un empleo, lo cual representó una injusticia enorme, una constante en mi historia de vida— no he hecho casi nada; nada que no sea ejercitarme compulsivamente, expresar por escrito y oralmente el dolor y el sufrimiento psíquico que me aquejan, y pasar demasiado tiempo en la red (internet), la mayor parte del tiempo perdiendo el tiempo de una manera miserable.

Con 1.78 m de estatura, mi peso corporal ha descendido a unos 62 o 63 kg. No me preocupa mucho porque sé que eso se debe a que mi metabolismo se ha acelerado por la actividad física que comencé a incrementar hace cuatro años, durante el año 2021, antes de ser despojado de ese empleo en una empresa farmacéutica en la que trabajé durante seis años y tres meses. Experiencia terrible, Productos Maver.

Mi ingesta calórica es muy alta. Hoy bebí una taza de café sin azúcar y sin ningún edulcorante (no consumo sacarosa ni nada parecido), acompañada de pan que yo mismo preparé (hot cakes, con harina de trigo, huevo, leche, mantequilla, un poco de sal y polvo de hornear, sin azúcar) seguida de un tazón de avena hervida en agua con plátano (banano) y pasitas, sin leche ni azúcar.

Más tarde comeré una mezcla de arroz y frijol con mucha cebolla y ajo crudos. Combino estos alimentos, el arroz y el frijol, porque un cereal y una leguminosa forman el equivalente a proteína de origen animal, pero sin el peligro de dañar al hígado y a los riñones. Acompañaré ese plato exquisito con un par de huevos con trocitos de papa (patata) previamente hervida y tortillas; otro cereal, maíz.

Cuando llegue la hora de la cena, comeré sopa de pasta aguada, con mucha zanahoria poco cocida y carne, a lo que también agregaré mucha cebolla y ajo crudo.

Mis características anatómicas son poco comunes en un hombre de mi edad, en mi temprana séptima década (cumplí 61 años de edad en abril pasado), resultado de haber comenzado a convertirme en un deportista hace 45 años (año 1980, con 16 años de edad), y haberme interesado en la buena nutrición, el consumo de alimentos y bebidas sanos y nutritivos, evitando alimentos y bebidas carentes de nutrientes y de alta toxicidad; algo de lo más representativo del neoliberalismo terriblemente destructivo, genocida de hecho.

He observado en muchos individuos, sobre todo en edad madura o en la vejez (así sea temprana), un deterioro que se manifiesta no solamente en su deformidad anatómica, abundante tejido adiposo, sino en su rostro y cuello, hinchados, abotagados, inflamados. Muchos de ellos amplifican el deterioro dejándose pelos (bigote y/o barba) siguiendo la moda grotesca —algo que no es nuevo, siempre han predominado los débiles mentales, que viven como si no contaran con una voluntad propia, capacidad para decidir lo que hacen, optando por hacer lo que hacen los demás, petimetres y similares.

Ese malestar que me aqueja, que frecuentemente me abruma, puede ser disminuido drásticamente al enfocarme en aquello positivo que hay en mi existencia. Mi salud orgánica parecería formidable. Mis órganos internos funcionan mejor que los de muchos hombres que no tienen la mitad de mi edad; esa funcionalidad se proyecta en mi aspecto físico y mi nivel intelectual – cultural es poco común porque desde mi infancia me interesé mucho en el conocimiento y la cultura, me fascinaron los libros e incluso aprendí una lengua extranjera (el inglés, cuyo aprendizaje sigue en curso, por supuesto) principalmente como autodidacta.

Me propongo seguir con mis proyectos, apartar de mi mente esa realidad tan terrible (una vida plagada de violencia) y enfocarme en mis logros. Superar mi grave patología, liberarme de ese peso descomunal que representa el resentimiento que llevo a cuestas, hará posible que continúe desarrollando mis potencialidades y ello me llevará a vivir en plenitud.

Lo mejor está por venir