Soy muy dado a pensar en las fechas, acompañándolas del día de la semana correspondiente. Llegué a mi Congregación Cristiana (calle España, colonia Moderna) un domingo 12 de diciembre de 2010, o sea, hace seis meses. Ayer, tenía eso en mente y al comenzar el culto, mi pastor dio la bienvenida a quienes se presentaban en la iglesia por primera vez y después mencionó a otras personas, yo la primera. Dijo algo así como: “a ver, ¿alguien conoce a Óscar? Tiene algunos meses con nosotros,” y me pidió que me pusiera de pie. La atención de mis hermanos de Congregación se centró en mí y eso fue muy agradable, despertó el sentimiento de pertenencia. Así sucedió aquel día de diciembre que acudí por primera vez, Chela me preguntó mi nombre y mi procedencia y me pidió que le anotara esos datos en un papel y Fernando me dio la bienvenida.
En una entrada reciente, volví a escribir sobre mi padre —quien el martes 14 de junio cumple tres años y medio de muerto— y el hecho de que el odio que siento contra él casi no ha disminuido. Ese es un problema mayor. Por supuesto, dejar de odiar equivale a perdonar y esto último es una decisión consciente con dos niveles: el intelectual y el espiritual. Tengo clara conciencia de el daño que implica seguir odiándolo y al mismo tiempo, si después de haberme alejado de la religión durante 23 años, es decir, la mitad de mi vida e incluso haber dejado de creer en Dios durante todo ese tiempo, hace menos de un año sentí la necesidad de volver a creer en Él y acercarme a una religión organizada, no perdonar a mi padre sería una incongruencia y no tendría sentido permanecer en la Congregación. Será necesario encontrar la manera...
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