Hace una semana recibí el libro Man’s search for meaning, de Viktor Frankl y desde entonces lo he estado leyendo. El sufrimiento que relata es verdaderamente aterrador por las condiciones extremas en el campo de concentración, donde los prisioneros viven privados del alimento, de un lecho, de ropa de abrigo, de zapatos a su medida, prácticamente de todo y las horas de vigilia son de una agonía que ellos tratan de mitigar intentando disfrutar las migajas de pan que se llevan a la boca, o la sopa muy líquida y muy poco sólida que pueden ingerir, cultivando el sentido del humor y tratando de apreciar la belleza que la naturaleza ofrece ocasionalmente. Se suma al terror, tener a su alrededor al capo, el prisionero judío que se ha puesto al servicio del verdugo traicionando a su raza y al género humano, cometiendo los actos de mayor crueldad.
Debería pensar en todo aquello que tengo y doy por descontado, como el alimento, un lecho amplio, cálido y mullido, una vivienda digna, el amor de mi madre que vive conmigo, la compañía de mis mascotas, las horas de descanso y las jornadas de un trabajo bien remunerado con sus prestaciones correspondientes.
En lugar de eso, dejo que una compañera de trabajo que comparte el escritorio múltiple que uso en mi oficina con otros tres empleados, me esté fastidiando con su hostilidad y su odio no disimulado. Por alguna razón no puedo sentir empatía hacia ella y no puedo compadecerla. Es una muchacha muy obesa, muy adiposa, muy gorda; con aspecto de tía solterona o abuelita tonta, con un cociente intelectual extremadamente bajo (en proporción inversa con su gordura), que habla y come compulsivamente y a todas luces tiene problemas de salud mental muy serios.
Es un hecho que la genética muy defectuosa de los mexicanos nos predispone a la obesidad, con sus correspondientes riesgos para la salud, pero más que eso, con la deformación física que conlleva. Esta muchacha tiene la piel de una tonalidad clara y el abundante tejido adiposo en su rostro hace que se asemeje mucho al de un cerdito, pero un cochinito que carece de la gracia que caracteriza a sus congéneres, y que lanza una mirada opaca cargada de resentimiento y amargura.
Y surge una interrogante sin respuesta: ¿de dónde surge ese veneno que hincha a esta marrana y la presión que le provoca envía ondas de choque inmateriales que pese a no tener cuerpo, pueden ser percibidas con absoluta certidumbre?
No puedo dejar de reconocer que una persona como esta me retuerce las vísceras y no le deseo nada bueno. Espero que pronto se ausente del trabajo para no tenerla por un lado como una presencia odiosa, como un bote de basura alrededor del cual revolotean numerosas moscas, o peor aún, una letrina repleta de porquería.
Debería pensar en todo aquello que tengo y doy por descontado, como el alimento, un lecho amplio, cálido y mullido, una vivienda digna, el amor de mi madre que vive conmigo, la compañía de mis mascotas, las horas de descanso y las jornadas de un trabajo bien remunerado con sus prestaciones correspondientes.
En lugar de eso, dejo que una compañera de trabajo que comparte el escritorio múltiple que uso en mi oficina con otros tres empleados, me esté fastidiando con su hostilidad y su odio no disimulado. Por alguna razón no puedo sentir empatía hacia ella y no puedo compadecerla. Es una muchacha muy obesa, muy adiposa, muy gorda; con aspecto de tía solterona o abuelita tonta, con un cociente intelectual extremadamente bajo (en proporción inversa con su gordura), que habla y come compulsivamente y a todas luces tiene problemas de salud mental muy serios.
Es un hecho que la genética muy defectuosa de los mexicanos nos predispone a la obesidad, con sus correspondientes riesgos para la salud, pero más que eso, con la deformación física que conlleva. Esta muchacha tiene la piel de una tonalidad clara y el abundante tejido adiposo en su rostro hace que se asemeje mucho al de un cerdito, pero un cochinito que carece de la gracia que caracteriza a sus congéneres, y que lanza una mirada opaca cargada de resentimiento y amargura.
Y surge una interrogante sin respuesta: ¿de dónde surge ese veneno que hincha a esta marrana y la presión que le provoca envía ondas de choque inmateriales que pese a no tener cuerpo, pueden ser percibidas con absoluta certidumbre?
No puedo dejar de reconocer que una persona como esta me retuerce las vísceras y no le deseo nada bueno. Espero que pronto se ausente del trabajo para no tenerla por un lado como una presencia odiosa, como un bote de basura alrededor del cual revolotean numerosas moscas, o peor aún, una letrina repleta de porquería.