Frankl
también saca como conclusión que sólo hay dos razas de hombres, hombres
decentes e indecentes. Ninguna sociedad está libre de ninguno de ellos, y así
habían guardias Nazi “decentes” y prisioneros “indecentes,” más notablemente el
kapo que torturaba y abusaba de sus compañeros prisioneros por ganancia
personal.
Su
pasaje concluyente en la Parte Uno describe la reacción psicológica de los
internos a su liberación, que separa en tres etapas. La primera es
despersonalización – un periodo de reajuste, en el que el prisionero
gradualmente regresa al mundo. Inicialmente, los prisioneros liberados están
tan aturdidos que no son capaces de comprender lo que significa la libertad, o
de responder a ella emocionalmente. Parte de ellos cree que es una ilusión o un
sueño que les será quitado. En su primera incursión fuera de su antigua
prisión, los prisioneros se dan cuenta de que no pueden comprender qué es el
placer. Las flores y la realidad de la libertad que habían soñado durante años
eran surrealistas ante su incapacidad de captar debido a su despersonalización.
El
cuerpo es el primera elemento a romper en esta etapa, respondiendo a grandes
apetitos respecto a comer y querer dormir más. Sólo después de una reposición
parcial del cuerpo, la mente es capaz de responder, como “sintiéndose de pronto
quebrantada por los extraños grilletes que la habían restringido”.
Esto
hace que comience la segunda etapa, en la que existe el peligro de deformación.
Conforme la intensa presión de la mente es liberada, la salud mental puede ser
puesta en peligro. Frankl usa la analogía de un buzo que de pronto es liberado
de su cámara de presión. Recuenta la historia de un amigo decente que
inmediatamente se vio obsesionado con dispensar la misma violencia en un juicio
hacia sus abusadores que ellos le habían infligido a él.
Al
regresar al hogar, los prisioneros tenían que enfrentar dos experiencias
fundamentales que también podían dañar su salud mental: amargura y desilusión.
La última parte es la amargura y la falta de respuesta del mundo exterior – una
“superficialidad y ausencia de sentimientos… tan repugnante que uno finalmente
sentía la necesidad de meterse en un hoyo y no volver a oír ni a ver seres
humanos nunca más” Peor era la desilusión, que era descubrir que el sufrimiento
no termina, que la felicidad anhelada no llegará. Esta era la experiencia de
aquellos que – como Frankl – regresaron a casa para descubrir que nadie los
esperaba. La esperanza que los había sostenido a lo largo de su tiempo en el
campo de concentración ahora se había ido. Frankl cita su experiencia como la
más difícil de superar.
Conforme
pasó el tiempo, sin embargo, la experiencia del prisionero en un campo de
concentración finalmente se convirtió en nada más que una pesadilla recordada.
Lo que es más, sabe que no tiene nada más que temer, “excepto a su Dios”.
El
sentido de la vida de Frankl es ayudar a otros a encontrar el suyo.
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