Mi situación actual es bastante buena, finalmente tengo un empleo, que es algo que se me había negado la mayor parte de mi vida como adulto. Me gusta mi trabajo, pero implica pasar ocho horas y media sentado frente a la computadora de lunes a viernes, traduciendo ‘archivos maestros de fármaco’ principalmente, en ocasiones artículos médicos, algo que me resulta mucho más interesante, y en ocasiones otro tipo de documentos.
Aunque disfruto mi trabajo y me da la satisfacción de mostrar un buen rendimiento como un empleado competente y responsable, conforme pasan las horas siento la necesidad de hacer otras cosas —no necesariamente trabajo— que no requieran mucho tiempo y no me distraigan de mi labor, escribir, específicamente.
Ahora que llego más temprano a casa, porque cambié mi horario de trabajo, paso más horas diurnas en la sala y mi soledad me hace sentir la necesidad de tener a alguien con quien hablar. En los últimos días he hablado con una psicóloga de otra entidad que me atiende vía telefónica; nuestras conversaciones han sido muy interesantes.
Le he hablado a Leticia de mi necesidad de encontrar una pareja, una compañera, informándole sobre mi amistad incipiente con otra psicóloga que me atendió hace ocho años durante 16 meses en otro servicio de atención psicológica vía telefónica y sobre mi tendencia a buscar relacionarme con mujeres que tienen esa profesión. Leticia me dijo algo de lo más interesante: que la gente que estudia psicología lo hace movida por su temor a la locura; me dijo además que esa podía también ser mi motivación para buscar ese tipo de compañía.
Esa mujer que me atendió hace ocho años, comenzando el día siguiente a la muerte de mi padre, sábado 15 de diciembre de 2007, finalmente se ha convertido en mi amiga. Pienso muchísimo en ella y el interés que me despierta proviene de su inteligencia, su cultura, su preparación académica y de su belleza interior. En fecha próxima será su cumpleaños y por esa razón he comprado vía internet una novela que es una obra maestra de la literatura norteamericana por duplicado, sólo que uno es el libro en español, el otro en inglés, el idioma original.
¿Qué busco dándole obsequios a esta dama a quien quiero tanto? Mostrarle mis sentimientos hacia ella, me imagino, manifestándose de esta forma, con una obra literaria porque eso es acorde con su nivel intelectual (además ella está estudiando inglés) y cuando haya leído esta obra la comentaremos.
Hace ocho años, durante el 2008, le hablé a esta interventora en crisis de esta novela ‘To kill a mockingbird’ (traducida al español como ‘matar un ruiseñor’, de Harper Lee) y mi fascinación con el relato en boca de una niña en un pueblo en Alabama, estado sureño en que Jean Louise ‘Scout’ Finch, relata esos años de infancia, comenzando poco antes de que ella inicie su educación elemental, en que nos describe su vida con su padre Atticus, abogado viudo en sus tardíos cuarentas; su hermano Jeremy (Jem), cuatro años mayor que ella; Calpurnia, la sirvienta negra; Dill, un amigo al que conocen porque viene a pasar las vacaciones de verano con una tía, vecina de los Finch, y conforme avanza la novela otros personajes que con el desarrollo de la misma cobran importancia.
La obra gira en torno a un incidente racial. Tom Robinson, hombre de raza negra de 25 años es acusado de violación por Mayella Ewell, mujer de raza blanca de 19, hija mayor de Bob Ewell, que con seis hermanos menores que vive en una cabaña de madera junto al basurero municipal en condiciones lamentables, por el alcoholismo de su padre y la ausencia de su madre, finada.
A Atticus se le asigna la tarea de defender a Tom Robinson y durante el juicio demuestra que este no solamente no violó a Mayella Ewell sino que no le hizo ningún daño, es más, fue el único ser humano que trató bien a Mayella en sus 19 años de vida, lo que acabó costándole la vida. En esa época, en la década de los treintas en un estado del sur de la Unión Americana, no era posible que se diera un fallo a favor de un negro y en contra de un blanco.
La historia no termina ahí. El infame Bob Ewell empieza a odiar a Atticus por haber puesto de manifiesto la falsedad de las acusaciones de él y de su hija Mayella y por haberle arruinado su intento de convertirse en una celebridad en la comunidad, en lugar de un borracho que tiene a sus hijos viviendo como animales entre la basura. Este mal individuo confronta un día a Atticus en la calle retándolo a una pelea a golpes y le escupe en la cara, jurAndo ajustarle las cuentas, ‘así sea lo último que haga’.
La novela incluye otros personajes, varios vecinos de los Finch, notablemente la señorita Maudie Attkinson, viuda aproximadamente 10 años menor que Atticus que se convierte en amiga de Scout y Jem, y de forma muy importante Arthur ‘Boo’ Radley, un hombre en sus tempranos 30s que se ha convertido en un recluso desde su adolescencia y que está siempre en la imaginación de Scout y Jem, a quien ellos temen mientras él siente mucho afecto por ellos y lo demuestra dejándoles regalos en el nodo de un árbol.
Cuando hablaba con esta psicóloga, que en ese entonces era mi interventora en crisis y ahora es mi amiga, le comenté mucho la trama de esta novela, sobre sus personajes, particularmente sobre Atticus, un hombre al que yo considero excepcionalmente fuerte por su carácter tan estable, por su capacidad para amar y respetar a todas las personas y todos los seres vivos y por su absoluta oposición a cualquier tipo de violencia.
Siento que demostrarle con este obsequio a esta psicóloga, el afecto que siento por ella y lo mucho que la quiero consolida nuestra amistad. Ya tendremos tiempo de comentar la obra.