miércoles, 1 de junio de 2016

Después de las crisis, revalorar mi realidad actual


Ya se cumplieron cuatro semanas de que hablé por última vez con Laura Cristina, esa psicóloga a quien quiero tanto y he pensado mucho en ella, haciendo todo tipo de conjeturas. Quiero pensar que voy a regresar a su vida y vamos a volver a ser amigos, pero para eso primero tengo que aprender a relacionarme con otras personas de una manera sana, sin que mi trastorno límite de la personalidad destruya cada relación voluntaria que entablo y continúe arruinando mi vida social.

Edith, la linda pasante de psiquiatría del Hospital Civil a quien vi el pasado 4 de mayo me cambió el antidepresivo, sertralina por fluoxetina porque seguramente el primero no estaba funcionando. Entre otras cosas, estaba sintiendo un agotamiento continuo, pese a que no hago trabajo físico, estaba comiendo demasiado, tomando muchísimo café y había dejado de hacer ejercicio. Ahora he tratado de cambiar todo eso, pero lo último, lo del ejercicio es de particular importancia por varias razones, la primera es que he ganado peso y eso contribuye a que sienta que mi juventud ya terminó (cosa que no deja de ser cierta), pero no quiero sentir eso porque si bien ya no soy joven, tampoco soy un viejo. Tengo que volver a una rutina de ejercicio en la que pedalee por lo menos cuatro periodos de cuarenta minutos en mi bicicleta de carreras entre semana, más las salidas de fin de semana, para sumar unas seis horas y no menos que eso. También habré incorporado un programa de ejercicios con pesas, que iré aumentando gradualmente conforme pase el tiempo.

No niego que le doy mucha importancia a mi apariencia física. En los últimos meses, al ver mi silueta reflejada en un espejo, me parece percibir que mi espalda ya no se ve tan ancha y eso pudiera deberse a que debido a que mi cintura ya no es tan estrecha, no se ve el contraste entre mi espalda y mi cintura y eso da la impresión de que la primera no es tan amplia como solía ser. Al mismo tiempo, mi abdomen ya no es plano, aunque no se nota más que cuando me quito la ropa. Si me vuelvo a ver como un individuo ordinario, es decir, si dejo de verme como un hombre atlético, no podré escapar al sentimiento de gusano, de sentirme como un pendejo con apariencia de masacote perdido en un mar de gente jodida y dada a la chingada.

Mis crisis han sido provocadas por mi soledad, por no tener un círculo social, pero sobre todo por no tener una pareja. No puedo evitar voltear a ver al prójimo y me duele ver tantos individuos tan jodidos que están casados o tienen una relación de pareja estable, mientras yo carezco de algo tan básico y tan indispensable. Lo más doloroso del asunto es que así ha sido la mayor parte de mi vida.

Otro tema es lo mucho que me enojo con mi anciana madre, de 74 años, y lo mal que la trato. Me enojo porque no oye lo que le digo y eso es irracional y estúpido; ella no ha perdido la audición voluntariamente y si no me escucha por falta de ganas. Llego a casa aproximadamente a las 17:30 horas y en algún momento ella me sirve de comer. Siempre le pregunto por mi hermana Yolanda sabiendo que casi con toda seguridad no tiene información sobre ella. A lo que quiero llegar es que siento la necesidad imperiosa de enterarme de que mi hermana la está pasando mal por dificultades que está enfrentando como resultado de lo que he hecho contra ella y contra su cónyuge, el padrote mantenido vividor.

Esperar que la vida me dé grandes satisfacciones al enterarme de que a gente que me ha hecho daño le han pasado cosas muy malas, no es un sentimiento muy noble ni una actitud muy productiva que digamos. En la lista de personas a las que les deseo que les vaya muy mal están mi hermana Mónica y su esposo, David el cobarde traidor a quien le hice daño escribiendo sobre él y publicándolo en internet y otras personas menos importantes.

Me doy cuenta de que tengo que comenzar a vivir dejando de contemplar mis carencias, lo que no tengo y lo mucho que he perdido y en lugar de eso aprender a apreciar lo que sí tengo. Tengo un empleo, algo que me fue negado prácticamente toda mi vida, tengo estabilidad económica pese a no ganar mucho dinero y tengo mi libertad, tiempo que puedo dedicar a algún proyecto del que muchas personas no disponen por las responsabilidades que tienen que asumir.

Te extraño, Laura Cristina. Te quiero.

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