lunes, 30 de octubre de 2017

Prosigue nuestra extraña relación


Han pasado más de seis años de que comencé a tomar el tratamiento farmacológico completo, que consiste en un estabilizador del estado de ánimo (primero valproato de magnesio, después topiramato), un antidepresivo (fluoxetina al principio, después sertralina, otra vez fluoxetina) y un antipsicótico (risperidona). Desde entonces (mediados de 2011, contaba yo con 47 años) mi libido sexual cayó a cero, o casi.

He vivido célibe la mayor parte de este tiempo, excepto por algunos encuentros casuales con mujeres que conocí durante mis épocas difíciles (de desempleo, pobreza y aislamiento), pero lo que anhelaba era amor más que sexo.

De pronto, sin que me lo esperara, aparece Ana, una mujer verdaderamente muy hermosa, mucho más joven que yo, y su sensualidad despierta mis instintos en estado de hibernación. El sexo entre ella y yo es indescriptible y en mucho se debe a la belleza de su anatomía, la perfección de sus formas y su conciencia sobre lo hermosa que es y el placer inconmensurable que la sola exhibición de su cuerpo puede proporcionar, ¿qué decir de las sensaciones que provoca tocar su piel, su cuerpo, la totalidad de su humanidad?

Al mismo tiempo, durante el transcurrir de la noche, escucho de forma fragmentada relatos de su vida y en mi mente comienza a formarse un collage sobre lo que ha sido su existencia.

Me sorprendió enterarme que Ana vivió un par de años con otra mujer, joven también. No tendría nada de particular si hubieran compartido una vivienda, pero no se limitaron a eso; tenían una relación de pareja. Enterarme fue al mismo tiempo un alivio, pues habría sido doloroso pensar que había pasado tiempo en la intimidad con un hombre que no era yo. Más tarde me habló sobre la violencia de género de que fue objeto en la escuela secundaria y el nivel de violencia al que tuvo que recurrir para resolver el problema, por lo menos en parte.

Ana también tuvo un padre atroz, la diferencia es que el suyo aún vive. Ella habla de las visitas periódicas a sus padres y algunos de sus comentarios me llevan a deducir que el viejo abusó de ella sexualmente, con complicidad de su madre.

Por mi parte, evito hablarle a la mujer que amo de mis conflictos familiares y del odio que siento por mi padre. Creo que ya he hablado demasiado de este asunto a demasiadas personas. No me atrevo a preguntarle por qué no se aleja para siempre de sus padres y se ocupa de perseguir sus metas y buscar su realización y su felicidad.

Ana presenció uno de mis arrebatos de furia, que derivó en violencia física y lo tomó como algo muy natural. No hizo ningún comentario, no pareció asustarse y si bien no pareció agradarle, tampoco se molestó conmigo. Hay una forma de comunicación en su mirada, en la expresividad de su rostro y en su comportamiento en apariencia distante que me hace pensar que esta bellísima mujer acepta la violencia y las consecuencias que pueda acarrear —sean las que fueren— como algo natural, inevitable, a lo que nadie puede escapar.

Más me llama la atención cómo personas cercanas a ella han muerto en fechas recientes, como me ha sucedido a mí, y ello le hace pensar que su propia vida podría terminar uno de estos días.

Tampoco le preocupa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario