En un momento determinado desperté y me di cuenta de que mi padre está muerto desde hace casi 10 años y que es absurdo que yo le siga reclamando a mi madre sobre lo que sucedió en el pasado, sobre su alianza con ese mal individuo, con ese monstruo y las consecuencias tan terribles que ello acarreó.
Al día de hoy, octubre de 2017, Mónica y yo tenemos 53 años y Yolanda 49. Esos somos los hijos que quedamos. Yo, Oscar, el hijo mayor soy un inadaptado ya en la edad madura que ha llegado verdaderamente muy tarde a la etapa productiva de la vida y su existencia transcurre en soledad, preso de la furia y el resentimiento.
Mónica contrajo nupcias hace prácticamente 16 años, algo muy extraño, pues esta arpía siempre ha destilado hiel por cada uno de los poros de su anatomía; pero la vida es extraña, así que eso no debería sorprenderme tanto. Para unirse en matrimonio, mi hermana gemela encontró un individuo religioso, mocho, santurrón, hipócrita, cobarde y traidor que encajó con la personalidad de ella como dos piezas de madera que han sido talladas para que ensamblen y formen una unión.
Hoy en la mañana recordé algo que sucedió en 1985, cuando mi hermana Yolanda tuvo una breve relación sentimental con Efraín, hijo de un compañero de nuestro padre de la Universidad y su esposa Nena. Yolanda y ese muchacho hacían largas llamadas telefónicas (cosa nada desacostumbrada entre adolescentes que andan quedando bien) y una se prolongó hasta la media noche. Mis padres no estaban en casa (debía ser fin de semana) y Mónica se dio cuenta y hecha una furia hizo que Yolanda colgara el teléfono, como si estuviera cometiendo un acto de lo más inmoral. Si yo me había dado cuenta, me había importado un cacahuate. Entonces Mónica, echando espumarajos por el hocico arremetió contra mí, diciéndome: “el hombrecito de la casa, ¡pendejo!”
Y esta arpía me acusa de haberla violentado y haberle hecho “bajezas”, repitiendo palabras textuales de nuestro padre.
Esta hermana siempre ha sido un perro rabioso y vive dándoselas de víctima, eso sí, muy religiosa, muy católica, muy golpe de pecho, igual que su despreciable marido.
Mi hermana Yolanda vive casada con un individuo verdaderamente muy pobre, con escolaridad primaria, incapaz de ganarse la vida y mantener a su familia, simple y sencillamente porque Yolanda es una mujer muy dominante. Unida a un hombre tan inferior, lo tiene totalmente sometido y el problema con eso es el daño que le está haciendo a sus hijos.
Pasados los cincuenta años me doy cuenta de todo esto.
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