El consultorio de esta psiquiatra era demasiado austero, de hecho bastante feo por los muebles, el escritorio de metal y las sillas de madera que parecían de fábrica, sin ningún arte ni consideración por la estética. Además las paredes eran de color verde pistache y daba la impresión de que nos encontrábamos en una oficina de gobierno.
Mientras hablaba, esta profesional de la salud mental, que además cuenta con una especialidad en psicoanálisis, dibujaba rectángulos y me hacía preguntas difíciles de responder. La verdad es que yo no fui a someterme a ningún tipo de interrogatorio, cosa que le hice saber desde el principio, pero ella insistía y no parecía darse cuenta que en lugar de responder a sus preguntas, yo entablaba un diálogo con ella.
La primera vez que vi a Denisse me di cuenta de que no es una mujer bonita, con su rostro poco agraciado y su anatomía débil, más bien raquítica. Su semblante es un tanto anguloso y el color de su piel y su morfología reflejan una genética pobre. Sin embargo, me sentí atraído por ella.
Conforme transcurrió nuestra primera cita (a la que no podría llamar consulta, pues no soy su paciente) Denisse me informó que de mí dependía la vida de un ser humano, algo que yo ya sabía. No me pareció prudente informarle que eso no significa nada para mí, y esto no quiere decir que no me importe la vida de una persona, sino que la vida de ese individuo en particular no me importa en lo más absoluto.
Denisse se percató que durante la hora que duró nuestro diálogo —si le puedo llamar así porque ella habló la mayor parte del tiempo— mantuve una actitud de indiferencia y una distancia emocional muy evidente. En otras circunstancias hubiera esperado que un profesional de la salud mental tratara de hacerme ver la seriedad del asunto, que de lo que yo decida depende la integridad y el destino de uno de sus pacientes, de un ser humano, pero ella se limitó a mirarme con lo que pareció ser frustración.
Creo que esta mujer, que debe de tener unos 38 años, sabe más de mí de lo que yo esperaría. Imagino que los familiares de su paciente caído en desgracia consiguieron información sobre mi existencia de alguna manera, probablemente contratando a un investigador privado, algo que debió costarles mucho dinero.
¿Por qué está psiquiatra, contando con poco tiempo no trata de apresurar el proceso? Me doy cuenta de que este asunto la perturba más de lo que ella está dispuesta a admitir y eso es lo que me intriga. Si su paciente se vuelve a desplomar, habrá terminado todo para él, y para su psiquiatra significará un fracaso profesional y un deceso.
Sé que los familiares del paciente de Denisse me odian, si bien ninguno de ellos me recuerda pues han pasado muchos años desde aquella época en que ese infame y yo éramos compañeros de juventud y nos visitábamos mutuamente en las casas de nuestras respectivas familias. Ese individuo despreciable se ha derrumbado y de pronto su madre y sus hermanos ven una faceta de él que no conocían: la de una piltrafa humana. Ni qué decir de su esposa y sus hijos, que salvo el mayor son menores de edad.
¿Debo decidir yo su destino? ¿Por qué? Yo no tengo ninguna responsabilidad en lo que le ha pasado, o mejor dicho en lo que él se ha hecho a sí mismo. Simplemente me coloqué a la orilla de un precipicio con intención de contemplarlo y él se acercó a mí y manifestó su deseo irrefrenable de saltar. Yo sonreí y lo miré haciendo patente lo mucho que me gustaba la idea. Él se arrojó por voluntad propia, yo no lo empujé. De hecho cuando sucedió yo ya no estaba ahí.
Este pedazo de basura está hecho pedazos y yo no lo lamento, más bien me da mucho gusto.