jueves, 9 de noviembre de 2017

Recovered Borderline


El fin de semana hablé por teléfono con una psicóloga y le comenté sobre las condiciones en mi trabajo, que han cambiado para bien, o posiblemente lo que haya cambiado sea mi actitud en mi ambiente laboral y ante la vida en general.

Le expuse a Catalina mis ideas sobre mi patología y mis avances en los dos años y medio que me he desempeñado en este empleo. Con avances, quiero decir, mejoras en mi manera de percibir la realidad y en mi interacción con otras personas.

Antes que nada debo dejar claro que desde el principio se dieron circunstancias muy favorables. En primer lugar, mi jefa directa es una finísima persona, y una dama. La directora del departamento al que pertenezco, una mujer algunos años más joven que yo, es una persona de muy alta preparación y con grandes cualidades de liderazgo, pues su inteligencia no se limita a conocimientos técnicos sino también a algo en lo que muchísimos jefes fallan: el manejo de personal.

En la oficina somos un poco más de 20 integrantes. En el laboratorio están el resto en diferentes turnos y en total somos poco más de 50.

El trato con algunos compañeros dentro de la oficina es verdaderamente complicado, pero he aprendido en las últimas semanas a dejar de preocuparme por las actitudes incorrectas de otras personas, dándome cuenta de que en realidad no pueden hacerme ningún daño.

Regresé de una incapacidad laboral a mediados de junio (habiendo estado ausente casi todo mayo) del año en curso, y encontré que había una nueva integrante ocupando el mismo puesto que yo, una mujer mayor de 60 años con muy malas características. Inmediatamente puso de manifiesto que quería situarse en un nivel muy superior al mío, o más bien quería situarme a mí en un nivel muy inferior al de ella (postura por demás absurda) y entonces opté por no hablarle para nada. Esta mujer ridícula y patética comenzó entonces su guerra sucia, jugándola con mucha habilidad, diciéndole a otros miembros de este departamento que yo era muy grosero con ella. Uno de mis compañeros, que ocupa un puesto de jefatura, comenzó entonces con una guerra de hostilidad no muy encubierta, algo que me molestó mucho. El tipo es un alfeñique, un marica, y sería fácil hacerlo pedazos, pero por supuesto no puedo hacer eso pues perdería mi trabajo.

Otras personas que forman un pequeño grupo de gente bastante negativa, con pésimas características, siguieron con ese patrón de comportamiento, manifestando una hostilidad contra mí no disimulada y ello me hizo sentir miserable.

Me permito recordar aquí algo que leí hace algún tiempo en relación con el trastorno que padezco (el trastorno límite de la personalidad, también conocido como Borderline). “Padecer ese trastorno es como haber sufrido quemaduras graves. El menor movimiento, el menor contacto, provoca un sufrimiento espantoso.”

Durante semanas que se convirtieron en meses, las jornadas se hicieron lentas y dolorosas porque yo me debatía en la furia impotente por sentirme atacado por gente estúpida que se dejaba manipular ante los chismes y las intrigas, sin detenerse a pensar que lo que se decía sobre mí podría no ser cierto.

El tiempo siguió su marcha y en algún momento (en fecha bastante reciente), dejé de sentir ese dolor y esa angustia y comencé a disfrutar más del momento presente, de mi trabajo, de llegar a casa a ejercitarme, de la convivencia con mis mascotas, de la convivencia con mi madre y a dormir mejor y a dejar de sentir ese agotamiento permanente.

Entonces comencé a preguntarme si este enorme progreso se debía al tratamiento farmacológico (cosa bastante dudosa) o a haber llegado a un nuevo nivel de conciencia en el que dejo de preocuparme (o me preocupo menos) por cómo me ven los demás y por lo que piensen de mí.

Así pues, el sábado pasado al hablar por teléfono con la psicóloga Catalina, le plantee la posibilidad de dejar el tratamiento farmacológico en fecha próxima, a mediano plazo, posiblemente convirtiéndome en lo que Susana Keysen al final de la película ‘Girl, interrupted’: Recovered borderline.

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