Todavía no son las cinco de la mañana y yo ya estoy despierto. Ahora que vuelvo a tener internet en casa, mi tendencia a pasar muchas horas en redes sociales (especialmente twitter) vuelve a convertirse en un problema.
Creo que el origen de este comportamiento se encuentra en la soledad en la que vivo, que pese a que he dejado de vivir solo, sigue siendo un problema. Las gentes con las que vivo no son lo que yo quisiera a mi alrededor. Entonces, meterme a internet es querer encontrar lo que no tengo, una amiga cercana, una pareja y la probabilidad de que eso suceda es prácticamente inexistente. No cuento con un empleo y si tengo pequeños ingresos es gracias a mi amiga Lupita, que me permite ayudarle en el aprendizaje del idioma inglés y que ocasionalmente le traduzca material al español, pero es muy poco dinero y yo necesitaría mucho más para tener algo que ofrecerle a una compañera.
En menos de cuatro meses voy a cumplir 50 años y no tengo nada. En mayo de 2011 le dije a Fabiola Vargas Magaña, en ese entonces mi psiquiatra, que ya no quería seguir en terapia con ella. Le expresé la idea de que mi TDAH en adulto parecía un problema muy serio, posiblemente más que mi trastorno límite de personalidad (borderline) y ella me dijo que este último estaba considerado como “muy grave.” Creo que eso explica en una gran medida que haya llegado a la edad madura, cuando la juventud ha terminado, sin tener una carrera, sin haber aprendido a ganarme la vida y sin un patrimonio. Considero a mi difunto padre, Rafael Madrid Escobedo (1937-2007), el principal responsable de esto. Sigo odiando a ese mal individuo y eso me afecta de una manera muy significativa. El origen de ese odio, en relación con el modo como vivo, no se limita a que él, con la violencia a la que me sometió, provocó mi grave patología, sino todavía más, a que imposibilitó mi recuperación, el grandísimo hijo de puta.
Estas últimas tres semanas, en que fue Navidad y año nuevo, en que tuve dinero y la posibilidad de hacer muchas cosas que normalmente traen consigo un bienestar significativo, este estuvo ausente en buena medida. La razón de esto es esa furia y ese odio que siento en todo momento contra mi padre. He sido incapaz de sacarlo de mi mente e impedirle que siga amargando mi existencia. Ese monstruo ya se fue y no está conmigo, pero en mi mente enferma sigue presente a través de miles de recuerdos que se originan en mi más temprana infancia, cuando contaba con unos tres años de edad, y continúan a lo largo de los siguientes cuarenta años.
El viejo era un alcohólico, un borracho con un carácter sádico e incestuoso. Me odiaba por todo lo malo que le pasó en su infancia, en su adolescencia (al inicio de la pubertad perdió a su madre), y en su juventud. Después me odió por la injusticia social que existe en el mundo y después, por no perder la costumbre, porque no podía vivir sin tener alguien a quien odiar y su capacidad para eso no conocía límites.
Cuando murió mi padre, mi hermana Yolanda, la más estúpida e inconsciente de sus hijas, lo hizo cremar. Dos años y ocho meses y medio después de su deceso, el 1 de septiembre de 2010, mi madre me informó que sus cenizas estaban en una habitación de la casa y antes de dos horas, siendo aproximadamente las 10 de la noche, fui a buscarlas y las eché por el excusado. Una pequeña satisfacción, una victoria sobre el peor enemigo que he tenido en mi vida. Te vas por donde se van las heces fecales, porque así debe de ser, padre. Te vas por donde se va la porquería porque tú te convertiste en porquería. Arruinaste la vida de tu único hijo varón (sin tomar en cuenta a tus hijos bastardos), despojaste a tu esposa de lo que le correspondía por ley y por derecho, y por lo que le hiciste, murió mi hermana Verónica, tu hija menor. Espero que te estés pudriendo en el infierno, pedazo de cerdo.