Cuando llegue a casa seré recibido por mi madre, una mujer anciana con quien tengo una relación complicada, en primer lugar porque no es la compañía que quisiera, en segundo lugar porque el afecto que siento por ella coexiste con un fuerte resentimiento porque ella me utilizó para eternizar su relación destructiva con el monstruo que tuve por padre, y en 1998 me pegó por la espalda en un momento decisivo, lo que acabó de arruinar mi vida.
Hay un porqué para el nombre de este blog, “la enfermedad mental, violencia”. Pertenezco a un grupo vulnerable, el de los enfermos mentales. Muchas personas a lo largo de mi vida no se han enterado de que padezco un trastorno psicológico grave, pero sí han observado que soy muy vulnerable y por ello me han atacado; esa parece ser la condición humana.
La agresión de mi hermana Yolanda sigue doliéndome mucho, pese a que se dio hace dos años, en abril de 2014. Esta tipa debe estar muy enferma para haberse unido en matrimonio con un individuo sin educación, con poquísima escolaridad y un aspecto repulsivo y haber estado casada con semejante basura durante 22 años + nueve meses. No es mi culpa que haya contraído nupcias con un lacra, farsante, impostor, sinvergüenza y para colmo de males extranjero ilegal que ha vivido en este país durante décadas con documentos apócrifos. De hecho, técnicamente Yolanda no está casada, pues Enrique Manuel Cano Hernández es una persona que no existe.
En lo que respecta a mi hermana Mónica, no la he visto en 13 años y si no la vuelvo a ver jamás, será lo mejor. La traición parece ser su naturaleza y la amargura que la caracteriza se refleja en su físico, en su mirada llena de odio, en su voz que expresa una furia incontenible, en su mirada que parece la de una hiena, y en su manera de conducirse, siempre desagradable, su persona destila odio por cada uno de los poros de su anatomía.
Muy mal trabajo hicieron mis padres con tres de los cuatro hijos que tuvieron. Mi hermana Verónica, la menor, murió hace ya 10 años y pese a que sus circunstancias fueron difíciles desde el principio, era la que menos resentimiento albergaba en su interior.
Yo estoy cansado de sufrir, cansado de que otras personas me violenten, cansado de recibir golpes. Cuando a una de esas malas personas que en el pasado me han hecho daño o me han contrariado de alguna manera le sucede algo malo, lo disfruto mucho. Así, al vecino Carlos, el súper patán le amputaron una pierna por complicaciones que tienen que ver con que padece diabetes; a Juan, el hijo de puta que trabaja en una tienda de computadoras y vomitó veneno sobre mí a mis espaldas le dio cáncer en el colon, cosa que para mí es una gran satisfacción.
Sería de lo más agradable que a mi hermana Mónica se le presentara la tragedia en su existencia y sufriera mucho, y supiera lo que es no querer vivir. A mi hermana Yolanda sería bueno que un día abriera los ojos y viera la familia que ha formado y hacia dónde va casada con un individuo que a cualquier persona decente le revuelve el estómago.
A David, el “amigo” que hace 18 años me arruinó en la maquiladora electrónica, logré asestarle un buen golpe, pero no sé qué consecuencias trajo a su vida. Me gustaría verlo completamente arruinado. De todos modos, el pobre pendejo es un alfeñique falto de virilidad y de hombría, y eso no tiene remedio.
Todo esto es violencia, sé muy bien que no es noble ni digna de admiración, pero es lo que quisiera procurarle a las personas que han vivido haciéndome daño.
Soy humano, y nada más que eso.
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