lunes, 12 de septiembre de 2016

Lunes 12 de septiembre, recapitulando sobre los días anteriores, y sobre mi existencia difícil


El fin de semana que comenzó el viernes pasado por la tarde-noche, fue de una notoria falta de actividad. No me ejercité en mi bicicleta de carreras, ni lavé una sola prenda de ropa y solamente fui de compras en dos ocasiones: el viernes a wal-mart a comprar un horno de microondas (el que teníamos falló) y al día siguiente, sábado a una ferretería a comprar un regulador de voltaje (de precio bastante elevado) para el mencionado horno y de nuevo a wal-mart a comprar carne de res y pescado y diferentes alimentos para la semana que comienza hoy.

Como he mencionado en entradas anteriores, he subido mucho de peso pero curiosamente esto no es obvio, es decir, no salta a la vista. El miércoles de la semana pasada (7 de septiembre) fui al Hospital Civil a mi cita en psiquiatría y me atendió Edith, esa linda residente y me redujo a la mitad la dosis de Risperidona. Ello me permitirá salir de la cama por la mañana sin estar cayéndome de sueño y espero contar con más energía. Creo que fue este medicamento el que me provocó ese considerable aumento de peso.

El día ha transcurrido en calma y ha sido muy productivo, puedo decir que lo he disfrutado. A partir de las 7:00 horas comienzo a traducir del inglés al español páginas de documentos de la industria farmacéutica y continúo deteniéndome solamente para servirme café o para ir al baño, hasta las 13:00 horas. Entonces hago un paréntesis y empiezo a buscar “cosas” en internet. Y uso la palabra “cosas” porque se me ha hecho costumbre ver algunos de los miles y miles de artículos que se venden en amazon.com. He comprado novelas y libros de iluminar para adultos para mi madre (mi Osito Dormilón) y para mí compré un reproductor mp3, un libro de terapia cognitivo conductual de Marsha Linehan (bastante costoso, en inglés), unos zapatos de ciclismo marca wave (no muy conocida), un ventilador con alimentación vía USB para la oficina, etc. He gastado una cantidad considerable de dinero y me doy cuenta de que tengo que buscar otro pasatiempo.

Mientras trabajo pienso mucho en la vida que he llevado y en ningún momento cambia mi percepción de que ha sido injusta. Me duelen mucho las actitudes de mis dos hermanas vivas, Mónica y Yolanda que tienen en común que han involucrado a sus esposos para atacarme. A Jeffery Jung, el gringo hijo de puta que se casó con Mónica es muy probable que jamás vuelva a verlo ni a tener ningún tipo de trato ni comunicación con él. El caso de Enrique, el esposo de Yolanda, es diferente.

De una manera u otra, todas las dificultades serias que he tenido en mi vida se relacionan con mi padre, ese individuo perverso, cruel y pendejo que dejó un legado de devastación y de pobreza de todo tipo. Ahora que he vuelto a dejar de creer en Dios, no tengo ni la más remota idea de dónde pueda estar ese monstruo ni de lo que va a ser de él, si existe algo después de la muerte.

Mi hermana Yolanda se casó con el Enrique, el remedo de padrote con la ayuda de nuestro padre; sin él habría sido imposible contraer nupcias. Y Enrique es una de las mayores porquerías que dejó mi padre.

En los últimos fines de semana he hablado por teléfono con una psicóloga de nombre Ariadna y como me ha sucedido antes con otras terapeutas, me he sentido muy atraído por ella. Su voz es bella y me imagino que corresponde a una mujer bella también. Se ve bien preparada e inteligente y bastante joven, 34 años. Sé muy bien que jamás voy a tener una relación de pareja con ella y casi seguramente ni siquiera seremos amigos.

Bueno, quién sabe. Ese parecía ser el caso con Laura y después de años de no saber casi nada de ella, ahora es parte de mi vida.

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