lunes, 20 de febrero de 2017

Mi situación actual, recordando a mi tío Paco


Hace unos meses vivía en un permanente cansancio crónico, falto de energía y me hallaba deprimido, de mal humor y en un estado anímico en el que pensaba que mi situación no iba a mejorar y en lugar de ello iba a mantenerse así y a empeorar con el paso del tiempo. Leyendo la red social Quora, me topé con una entrada en la que mencionaban el régimen vegetariano que permite una alta ingestión de alimento con un bajo consumo de calorías y una excelente nutrición y decidí incorporar ensaladas a mi dieta, de una manera cotidiana. Los resultados no se dieron de manera inmediata, pero ahora he perdido un poco de peso y en mis sesiones de ejercicio mi resistencia ha aumentado espectacularmente, la intensidad de mi pedaleo en mi bicicleta de carreras, mi capacidad aeróbica y he perdido talla; definitivamente estoy más delgado y al mismo tiempo más fuerte. Ahora salgo de la cama por las mañanas sin sentir que me caigo de sueño y las horas del día son más llevaderas.

Mi obsesividad sigue presente, por ejemplo cuando ceno en compañía de mi madre y le pregunto por mi hermana Yolanda —por quien tengo sentimientos ambivalentes— y en las horas de la mañana, mientras trabajo, pienso en mi edad adulta, esa época tan dolorosa de soledad, enfermedad, pobreza, inactividad, en que hasta hace menos de dos años pensaba que el día que la situación se hiciera demasiado difícil me quitaría la vida.

Lo que sucedió en septiembre del año pasado con mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi mamá, fallecida trágicamente en septiembre de 2014, simboliza un fenómeno de violencia cultural porque está enmarcado por el mito de paternidad que va acompañado por patrones tanto seculares como religiosos, que coinciden en que los padres son intocables y deben ser objeto de culto.

Mi tío Paco es el prototipo del individuo ignorante que carece de iniciativa, de ambición y de inteligencia y una cierta conciencia de ello le llevó admirar a un mal individuo como mi papá, que habiendo nacido en la pobreza, hizo una carrera universitaria y llegó a tener cierto éxito profesional y material. Además era agresivo y violento y eso despertó envidia y admiración en mi tío Paco que parecía producir muy poca testosterona y era un individuo poco viril; le he comentado a mi mamá que posiblemente este señor tiene una homosexualidad latente y estaba enamorado de mi padre en cierta medida.

Aquella vez que nos visitaron con motivo de la Navidad en diciembre de 1982, en la mañana del 27, mi papá gritó desde el piso de abajo: “Rafael, vente a desayunar”. Yo me hallaba desvelado sintiendo un profundo malestar físico por lo que había pasado la madrugada anterior, unas cuantas horas antes en que nos habíamos visto en la calle, porque debido a un desperfecto de la camioneta en que habíamos ido a un club deportivo a jugar tenis nos habían dejado a media noche en una de las principales avenidas de Guadalajara, exclamé molesto: “¿para eso me hablas?” Mi papá entonces montó en cólera y subió corriendo a enfrentarse conmigo. Yo era un adolescente de 18 años que dependía de él y no podía hacer nada para defenderme, fui víctima de su agresión cobarde. Unos minutos más tarde, el pendejo tío Paco le buscaba la cara con su sonrisita de cobarde imbécil y exclamaba: “es que uno como papá no tiene paciencia y es más dado a recurrir a la violencia”. Así de pendejo era este señor, en lugar de mostrar el valor civil para decirle a un abusivo, “esa no es manera de tratar a un hijo”, le festejaba su desplante de abuso y de cobardía. Faltó que le dijera: “déjame te beso los huevos, cuñado. Te tengo en un pedestal, así soy de pendejo.”

Pasaron los años y la violencia de mi padre hacia su esposa y sus hijos cambió de forma, pero nunca disminuyó. Por supuesto, no se distribuía equitativamente. Mi hermana Yolanda viajó a la Cd. de México siendo estudiante y visitó a esa familia de mi tía Susana y su esposo Paco y en algún momento les habló de lo mucho que sufría y por supuesto omitió que mi padre con su complejo de Edipo proyectaba en ella todas las cualidades extraordinarias de su maravillosa madre fallecida hacía muchas décadas, lo que le daba todo tipo de privilegios y poder del que Yolanda hacía mal uso y abusaba de él. En lugar de ello le decía a mis tíos Susana y Paco que yo le hacía la vida imposible, por ejemplo pisando el piso recién trapeado, situación que una vez mi tío denunció ante mis padres; así de viril y hombre era ese viejo maricón.

El alcoholismo de mi padre provocó todo tipo de calamidades, incluyendo que cayéramos en el quebranto económico y ello dio lugar a que cuando mi hermana Verónica terminó la preparatoria, no hubiera dinero para que pudiera ingresar a la Universidad. En lugar de ello se quedó un año sin estudiar, tiempo durante el cual se embarazó y sobrevino el desastre para ella. Yolanda debió decirle a gente como ese señor, mi tío Paco que una vez nuestro padre trató de violar a Verónica, nuestra hermana menor.

A principios de 1993, año en que se casaría Yolanda, se descubrió que nuestro padre había tenido tres hijos con una mujer a la que daba trabajo en su “rancho” en el estado de Nayarit, una persona que no pasó del segundo año de primaria. Muchos años más tarde, al finalizar el 2006 (año en que murió mi hermana Verónica) mi tíos Susana y Paco acudieron a Tepic para ser padrinos de bautizo de mi sobrina Irys Fernanda, que tenía tres meses de nacida. Vieron entonces a mi padre (que de pasadita maltrató al hijo de mi prima Andrea, nieto de mis tíos Susana y Paco) y convivieron con él sin el menor problema, sabiendo muy bien la clase de persona que era y el modo como había devastado la vida de sus hijos y lo que le había hecho a mi madre. Es así como tantas personas tratan bien a los infames y en cambio violentan a quienes han sido víctimas de la violencia. Qué fácil resulta traicionar y pegarle al caído.

Platicando con mi madre le comenté que considero altamente probable que mi tío Paco envidiara, o admirara a mi padre por haber tenido una casa chica.

En fin, hay tanta porquería en la vida. Mi tío Paco constituye un monumento viviente a la pendejez y a la mariconería.

viernes, 17 de febrero de 2017

Lo que queda de mi familia nuclear


No dejo de contemplar lo que queda de mi familia nuclear, un hijo varón con dos hermanas y su madre, el padre fallecido (un verdadero monstruo) y la hermana menor fallecida hace cerca de once años. Los tres hermanos Oscar, Mónica y Yolanda no nos hablamos y entre nosotros privan sentimientos que rayan en el odio. El hijo varón nunca se casó y no tuvo descendencia y vive con la madre cercano a cumplir 53 años y por designio es la oveja negra de la familia; Mónica, de la misma edad, está casada con un gringo y vive en Katy, Texas con dos hijos varones, muy pequeños tomando en cuenta las edades de sus padres; y Yolanda sigue llevando a cuestas una pesada carga, manteniendo sola a una familia, haciéndose daño a sí misma y a sus dos hijas, de 21 y 10 años, enseñándoles a engañarse respecto al individuo con el que contrajo nupcias y con el que decidió formar una familia. Su calidad de vida es ínfima y si Yolanda no me hubiera atacado con tanta perversidad y tanta saña, sentiría mucha pena por ella.

Mónica y Yolanda están igualmente distanciadas, no tienen contacto entre ellas. Sus esposos, Jeffery y Enrique tienen en común que son malos individuos, si bien son muy diferentes. No puedo ver el futuro y por lo tanto no puedo saber qué va a suceder en sus vidas, pero me parece lógico suponer que no seguirán sendas muy afortunadas. Habiendo crecido en un hogar muy disfuncional, con un padre alcohólico, perverso, sádico y maldito, la salud mental de los cuatro hijos resultó muy afectada, pero además Mónica y Yolanda se montaron en el carrusel de la violencia voluntariamente y aprovecharon la inercia para propinar golpes contra mí, lo que no sé —y lo digo con toda la honestidad que soy capaz— es qué ganaron haciendo eso.

Han pasado trece años y ocho meses desde que vi a Mónica por última vez y por supuesto no sé cómo vive. Últimamente se me ha ocurrido la pregunta, ¿tienen amigos ella y su esposo? Por supuesto que tienen relaciones con la familia de él, de hecho esa es una familia muégano, seguramente él tiene colegas con sus respectivas familias, tienen vecinos y conocidos por ejemplo de la iglesia (católica) a la que acuden todos los fines de semana, pero ¿tendrán amistades, tendrán una vida social? La pregunta podría parecer tonta, pero me parece muy probable que padezcan una patología grave que no les permita relacionarse con otras personas como lo hace la gente que goza de una buena salud mental. Ese señor Jeffery Alan Jung es un individuo perverso, un hijo de puta, y a lo mejor no es un enfermo mental, pero podría estar explotando la enfermedad mental de su esposa.

Mi hermana Yolanda, ha desperdiciado su juventud manteniendo a un perdedor fracasado por vocación y está arruinando su vida, envejeciéndose prematuramente y haciéndole daño a sus hijas; su hija mayor parece ir por muy mal camino y me da la impresión de que va a ser muy difícil revertir el daño, pudiera ser demasiado tarde. Inconscientemente ha comenzado a aceptar el fracaso. Hace más de cuatro años intentó regresar al hogar paterno con todo y cónyuge e hijos porque se dio cuenta que ese mantenido nunca iba a poder comprarle una casa y quiso invadir la casa de su madre (a la que traicionó cuando nuestro padre la despojó de lo que le correspondía). El colmo es que su esposo Enrique, el mantenido sinvergüenza reclamara la casa como suya al igual que su hija Paola. Alguien debería explicarle a esa muchacha, que quienes tienen obligación de darle una casa son sus padres Yolanda y Enrique, no su abuela; y de pasadita explicarle que su padre Enrique tendría la obligación de trabajar y mantenerla y no de ser un mantenido y andarse metiendo en una casa y en una familia donde no tiene nada que hacer ni nada que exigir.

Todo esto constituye la herencia de nuestro padre alcohólico, incestuoso y ladrón que desde hace nueve años se pudre en el infierno.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Recordando un 14 de febrero, hace 19 años


Sábado 14 de febrero de 1998, a 12 días de haber renunciado a aquel empleo en la maquiladora electrónica en el que duré dos meses y medio, que se convertiría en un regreso al infierno, de hecho a un infierno peor del que ya conocía.

Aquella noche visité a Martín Torres Oceguera en su casa en La Estancia, municipio de Zapopan, porque tenía que recoger diccionarios y obras de consulta que había usado para mi trabajo en AVEX Electronics de México y Martín me había hecho el favor de llevárselos pues para mí habría sido muy difícil hacerlo el día que renuncié. Esa noche Martín me presentó a Nelida, su esposa, una dama con muy buena presencia, y a Iván, su bebé de unos meses de nacido. Platicamos unos minutos en la sala de su casa y la conversación reflejó el duelo que yo comenzaba a vivir, se me venía el mundo encima otra vez, aunque no lo supiera y acercándome a los 34 años, mi vida estaba casi totalmente arruinada. Doce días antes, el lunes 2 de febrero de ese 1998, cuando presenté mi renuncia a la infame y monstruosa gerente de Recursos Humanos Diana Vázquez Hinojosa (la versión femenina de David Iturbe Gutiérrez), Martín me ofreció hablar con un amigo de Hewlett Packard, pero pasaron los días y no supe nada del asunto. Casi tengo la seguridad de que David habló con él y le dijo que yo era un mal individuo y por eso no había hecho nada por detenerme.

En diciembre de 2003 traté de regresar a la maquiladora electrónica, esta vez a Solectron, otra de esas empresas cuyo nombre es sinónimo de porquería, esta vez como operador (un trabajo verdaderamente denigrante, una temporada en el infierno) y unas semanas después me encontré con Martín Torres, que me saludó amablemente y cuando nos encontramos (él se iba cuando yo llegaba a trabajar) me trataba con amabilidad, pero nunca hizo nada para tratar de ayudarme. Lo suyo es la indiferencia.

Hace tiempo me enteré que David Iturbe Gutiérrez fue contratado por Technicolor y se fue a radicar a Indianapolis, Indiana. Hace poco debió cambiar a Atlanta, Georgia, con la misma compañía. ¿Cómo le va a este infame? El hijo de puta me arruinó y no ha enfrentado consecuencias por lo que hizo, va por la vida con la frente en alto y en teoría no tiene nada que temer de nadie.

Si me sirve de consuelo, puedo afirmar que este sujeto, como hombre es un lisiado y eso lo saben las personas más cercanas a él. Es el cobarde más grande que he conocido en mi vida.

Procuraré superar todo esto y hacer algo con lo que me queda de vida.

jueves, 9 de febrero de 2017

Atacar mis debilidades, 1a parte


En un pasado ya lejano tuvimos un proyector de cine (diminuto, de 8 mm) en el que proyectábamos ocasionalmente imágenes sin sonido de los años tempranos de nuestra vida familiar, por ejemplo de cuando Mónica y yo éramos muy pequeños. En una de esas cintas aparece uno de nuestros cumpleaños y en una secuencia aparezco yo, vistiendo pantalones cortos, corriendo al frente de otros niños de mi edad más o menos, jugando a algo así como “a la víbora, víbora de la mar…” y de pronto tropiezo y me voy al suelo y lo mismo le sucede a los niños que vienen detrás de mí. Inmediatamente nos levantamos y continuamos el juego.

Esto parece no tener importancia. Por cierto, el año parece ser 1967 y si así es yo ya usaba lentes. Tenía astigmatismo y estrabismo divergente en el ojo izquierdo, con ese ojo veía solamente el 35 por ciento y no podía afocar; eso no cambiaría jamás. Eso no era todo, caerme con mucha frecuencia era debido también a problemas de motricidad pues presentaba rasgos Asperger, una modalidad benigna del espectro autista (de esto último me enteré hace menos de dos años).

Comencé mi educación primaria en Tepic, capital del estado de Nayarit donde cursé los primeros tres años y me vi obligado a participar en el deporte oficial, el futbol soccer, en el que era una total y absoluta nulidad, en primer lugar porque lo detestaba —me aburría espantosamente— y sin tener conciencia de ello, yo no serviría jamás para los deportes de pelota pues debido a que veía con un solo ojo, no podía situar un objeto en movimiento en tres dimensiones.

En 1973, cuando había cumplido nueve años de edad, cambiamos de ciudad, esta vez a Toluca, capital del estado de México y en algún momento me dio por saltar la cuerda, y continué haciéndolo de ahí en adelante. Me encerraba en mi habitación (que no compartía con nadie, una ventaja de ser único hijo varón con tres hermanas) y me sometía a largas sesiones de salto de cuerda. Esto fue algo muy afortunado, pues mejoró mucho mi motricidad y mi coordinación y motivó mi interés en la actividad física. En 1978, ya en secundaria, cuando contaba con 14 años de edad cambiamos de ciudad, esta vez a Guadalajara, capital del estado de Jalisco y en 1980, a los 16 años comencé a correr a pie en la calle.

Mantuve esa disciplina hasta mediados de mis años veintes y posteriormente, cambié de forma paulatina al ciclismo de ruta, deporte que practico en la actualidad, ya en la década de los cincuentas. Como he afirmado muchas veces, la práctica deportiva se convirtió en un mecanismo de evasión, pero también en mi salvación pues me mantuvo lejos del alcohol y de las drogas.

En menos de tres meses cumpliré 53 años y mi aptitud física y mi apariencia son mucho mejores que las de la mayoría de los hombres de mi edad e incluso que la de muchos hombres más jóvenes que yo. El propósito para escribir esta entrada es señalar que debido a los problemas de motricidad que presenté desde la más temprana infancia y que siguieron presentes hasta muy entrada la adolescencia aunados a mis defectos de la vista (que son permanentes), el movimiento, la locomoción y todo lo que se relaciona con actividad física fue complicado para mí, nada resultó fácil. Si he tenido un desempeño aceptable ha sido porque decidí hacer un tremendo esfuerzo y tuve la determinación para seguir adelante a pesar de los obstáculos y las dificultades. En esto, como en casi todo lo que me propuse, recibí poca ayuda de mi padre, que se oponía a todo lo que yo quería hacer. Por el contrario, mi madre me apoyó, por ejemplo facilitándome el dinero para la compra de una bicicleta en varias ocasiones, comenzando cuando en la parte tardía de mi adolescencia, en 1983 cuando yo me acercaba a los 19 años.

martes, 7 de febrero de 2017

Mirar hacia adelante


¿Qué es el futuro? Ahora que lo pienso, no lo sé y jamás he tenido ni la más remota idea de lo que es eso. Siempre he vivido en el presente y contemplando el pasado. Se me viene este pensamiento a la cabeza porque sigo pensando en mis hermanas Mónica y Yolanda, la primera en Houston, que no sé cómo es su vida —me imagino que se queda sola muchas horas cuando sus niños se van a la escuela y su esposo se va a trabajar— y mi hermana Yolanda en Puerto Vallarta, con una hija de 21 años y otra de 10, y con un hijo de 25 que radica en el sureste de la república mexicana, muy lejos de ella.

Ahora que finalmente tengo una estabilidad económica, que me permite ser un hombre productivo y hacerme cargo de la economía de mi familia (que consiste en mi madre y yo, pues ni siquiera tengo novia) y los gastos del hogar —por ejemplo, el fin de semana pasado, se impermeabilizó la azotea de la casa— puedo imaginar el futuro por lo menos en los meses siguientes o uno o dos años adelante. Mi vida es sencilla, paso los días entre semana nueve horas y media en la empresa donde trabajo y cuando llego a casa me cambio de ropa y hago ejercicio en mi bicicleta de carreras elevando mi frecuencia cardiaca más o menos hasta unas 180 pulsaciones por minuto, tal vez un poco más, durante unos 40 a 50 minutos. Más tarde, mi madre (mi osito dormilón) me da de comer y mientras tomo mis alimentos no puedo evitar preguntarle si tiene noticias de mis hermanas (por quienes no tengo mucho aprecio, pero tengo que reconocer que considero mejor a Yolanda que a Mónica) y paso el resto de la tarde- noche metido en redes sociales (twitter) hasta conciliar el sueño para dormir y levantarme a las 4:35 horas a desayunar y bañarme y comenzar otro día laboral.

En años pasados mi soledad me dolió espantosamente, ahora no me duele ni me angustia y espero salir de ella como el transcurrir de un cauce natural, como sucedió con el hecho de que me convertí en un hombre productivo, pues vivir sin trabajar, dependiendo de alguien era algo patológico que me provocaba mucho sufrimiento, algo que yo nunca quise y por lo que muchas personas me atacaron, las que más me lastimaron fueron las más cercanas a mí, miembros de mi familia como el monstruo que tuve por padre y mis hermanas Mónica y Yolanda con sus respectivos cónyuges, algo imperdonable; sobre todo tomando en cuenta que el esposo de esta última es un lacra que se propuso casarse para que lo mantuviera una mujer y hasta ahora ha cumplido su propósito.

He llegado a conocerme a mí mismo y he sacado como conclusión que no puedo creer en Dios y que no creo en el perdón. De momento no quiero abundar en la primera idea. De hecho no creo en la igualdad de todos los hombres, pues incluso racialmente los seres humanos parecen demasiado diferentes, y con eso no quiero decir que entre la raza que parecería superior (la raza blanca) no encuentro especímenes repugnantes (Adolfo Hitler y sus secuaces, que son miles) como el pendejo que el pasado 20 de enero se convirtió en presidente de los Estados Unidos y una gran parte de la población de ese país, gente a la que despectivamente llaman White Trash. Entre esa porquería se encuentra el hijo de puta que se casó con mi hermana Mónica, Jeffery Alan Jung. Pero mi país está sobrepoblado y decenas de millones de mexicanos son gente horrorosa cuya jodidez se refleja en primer lugar en su apariencia, en su falta de inteligencia, en su comportamiento, en su ignorancia, en su analfabetismo, en el modo como viven que no está muy por arriba del de un animal y eso no me cabe en la cabeza.

Abordando la idea de que no creo en el perdón, esto es porque realmente nunca le he hecho daño a nadie y con esto quiero decir, que no he arruinado la vida de otro ser humano, mientras que varias personas sí contribuyeron a arruinar la mía. Otras personas hicieron su contribución para hacer un daño muy importante. Mi padre, Rafael Madrid Escobedo arruinó mi vida y un individuo a quien creí mi amigo, de nombre David me pegó por la espalda y lo que hizo le dio a mi padre todas las posibilidades de acabar conmigo. Este alfeñique (David), me propinó una puñalada de la que no creo que me vaya a recuperar jamás y yo me voy a encargar de que se arrepienta para todos los días de su vida. Ese hijo de puta va a suplicar que me apiade de él.

Ahora bien, contemplo la posibilidad de cultivar mis talentos y eso y lo expuesto anteriormente son ideas en conflicto. Ese antagonismo entre el bien y el mal es el origen de la creatividad.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Mis hermanas Mónica y Yolanda, las diferencias entre ellas


El día de hoy fue bastante bueno laboralmente hablando porque estuve traduciendo el tercero de cuatro artículos relativos a un fármaco antiinflamatorio, algo preferible a traducir archivos maestros de fármaco, que son de lo más tediosos.

En los días que han transcurrido esta semana he pensando mucho en mis hermanas Mónica y Yolanda, que viven en Katy, Texas y Puerto Vallarta, Jalisco, respectivamente. La primera está henchida de resentimiento y de odio y eso salta a la vista, lo supura en su mirada, en el tono de su voz, en su piel y en sus heces cuando defeca, si bien le cuesta mucho trabajo pues es tan mezquina que le cuesta mucho dejar ir incluso aquello que no sirve, la porquería.

En cambio mi hermana Yolanda, pese a nuestras diferencias, sigue mostrando una buena naturaleza. Sigue casada con un mal individuo y parece difícil que eso vaya a cambiar en el corto plazo, pero el día de hoy tuvo comunicación con nuestra madre, con mi osito dormilón, que le había comentado que el lunes de la semana pasada (23 de enero), Mónica no le había llamado ni se había comunicado de ninguna manera para felicitarla por su cumpleaños. Yolanda interpretó esto como un rompimiento más de Mónica con nuestra madre ─uno de sus comportamientos habituales─ que regularmente toma como pretexto para ya no enviarle más dinero. Entonces, la Yola se comprometió a mandarle una suma, si bien modesta, pues sus posibilidades son limitadas.

Eran cerca de las dos de la tarde cuando me llegó el mensaje de mi madre, de mi osito dormilón, por whats app informándome del depósito a mi tarjeta de débito y la noticia me conmovió. Inmediatamente dejé de sentir resentimiento contra Yolanda (como había sucedido en ocasiones recientes) e incluso se me ocurrió tratar de comunicarme con ella para tratar de hacer las paces. Más o menos una hora más tarde, mientras tomaba mis alimentos en el comedor de la empresa, reconsideré esta última idea y decidí que había reaccionado con demasiada premura y que lo mejor sería no hacer nada. Si en meses recientes ataqué a Yolanda fue con razones justificadas por lo que ella me hizo antes. Simplemente en septiembre del año pasado, pasé un momento terrible cuando mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, muerta en circunstancias muy trágicas en septiembre de 2014 me agredió de una manera terrible por las calumnias que Yolanda y su esposo han hecho propagar sobre mí, siguiendo el ejemplo del hijo de puta que tuve por padre. Por cierto, hablando de mi tío Paco, me da mucho gusto que sufra por ser un viejo maricón y pendejo y no le deseo nada bueno.

Volviendo a mi hermana Mónica, he pensado en la posibilidad de que allegados a ella y su esposo hayan visto lo que he escrito sobre ellos en Estados Unidos y eso los haya puesto en una mala situación y me he propuesto ampliar esos escritos. En algún momento el día de hoy pensé que si un ser humano le hace daño a otras personas, no podría evitar hacerse daño a sí mismo; luego entonces, yo debería detenerme y dejar de hacerle daño a otras personas, detener mi venganza. No pasó mucho tiempo antes de que cambiara de opinión. Creo que nuestras vidas tienen un cauce y en mí lo natural es dejar que mi cauce fluya.