Mi obsesividad sigue presente, por ejemplo cuando ceno en compañía de mi madre y le pregunto por mi hermana Yolanda —por quien tengo sentimientos ambivalentes— y en las horas de la mañana, mientras trabajo, pienso en mi edad adulta, esa época tan dolorosa de soledad, enfermedad, pobreza, inactividad, en que hasta hace menos de dos años pensaba que el día que la situación se hiciera demasiado difícil me quitaría la vida.
Lo que sucedió en septiembre del año pasado con mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi mamá, fallecida trágicamente en septiembre de 2014, simboliza un fenómeno de violencia cultural porque está enmarcado por el mito de paternidad que va acompañado por patrones tanto seculares como religiosos, que coinciden en que los padres son intocables y deben ser objeto de culto.
Mi tío Paco es el prototipo del individuo ignorante que carece de iniciativa, de ambición y de inteligencia y una cierta conciencia de ello le llevó admirar a un mal individuo como mi papá, que habiendo nacido en la pobreza, hizo una carrera universitaria y llegó a tener cierto éxito profesional y material. Además era agresivo y violento y eso despertó envidia y admiración en mi tío Paco que parecía producir muy poca testosterona y era un individuo poco viril; le he comentado a mi mamá que posiblemente este señor tiene una homosexualidad latente y estaba enamorado de mi padre en cierta medida.
Aquella vez que nos visitaron con motivo de la Navidad en diciembre de 1982, en la mañana del 27, mi papá gritó desde el piso de abajo: “Rafael, vente a desayunar”. Yo me hallaba desvelado sintiendo un profundo malestar físico por lo que había pasado la madrugada anterior, unas cuantas horas antes en que nos habíamos visto en la calle, porque debido a un desperfecto de la camioneta en que habíamos ido a un club deportivo a jugar tenis nos habían dejado a media noche en una de las principales avenidas de Guadalajara, exclamé molesto: “¿para eso me hablas?” Mi papá entonces montó en cólera y subió corriendo a enfrentarse conmigo. Yo era un adolescente de 18 años que dependía de él y no podía hacer nada para defenderme, fui víctima de su agresión cobarde. Unos minutos más tarde, el pendejo tío Paco le buscaba la cara con su sonrisita de cobarde imbécil y exclamaba: “es que uno como papá no tiene paciencia y es más dado a recurrir a la violencia”. Así de pendejo era este señor, en lugar de mostrar el valor civil para decirle a un abusivo, “esa no es manera de tratar a un hijo”, le festejaba su desplante de abuso y de cobardía. Faltó que le dijera: “déjame te beso los huevos, cuñado. Te tengo en un pedestal, así soy de pendejo.”
Pasaron los años y la violencia de mi padre hacia su esposa y sus hijos cambió de forma, pero nunca disminuyó. Por supuesto, no se distribuía equitativamente. Mi hermana Yolanda viajó a la Cd. de México siendo estudiante y visitó a esa familia de mi tía Susana y su esposo Paco y en algún momento les habló de lo mucho que sufría y por supuesto omitió que mi padre con su complejo de Edipo proyectaba en ella todas las cualidades extraordinarias de su maravillosa madre fallecida hacía muchas décadas, lo que le daba todo tipo de privilegios y poder del que Yolanda hacía mal uso y abusaba de él. En lugar de ello le decía a mis tíos Susana y Paco que yo le hacía la vida imposible, por ejemplo pisando el piso recién trapeado, situación que una vez mi tío denunció ante mis padres; así de viril y hombre era ese viejo maricón.
El alcoholismo de mi padre provocó todo tipo de calamidades, incluyendo que cayéramos en el quebranto económico y ello dio lugar a que cuando mi hermana Verónica terminó la preparatoria, no hubiera dinero para que pudiera ingresar a la Universidad. En lugar de ello se quedó un año sin estudiar, tiempo durante el cual se embarazó y sobrevino el desastre para ella. Yolanda debió decirle a gente como ese señor, mi tío Paco que una vez nuestro padre trató de violar a Verónica, nuestra hermana menor.
A principios de 1993, año en que se casaría Yolanda, se descubrió que nuestro padre había tenido tres hijos con una mujer a la que daba trabajo en su “rancho” en el estado de Nayarit, una persona que no pasó del segundo año de primaria. Muchos años más tarde, al finalizar el 2006 (año en que murió mi hermana Verónica) mi tíos Susana y Paco acudieron a Tepic para ser padrinos de bautizo de mi sobrina Irys Fernanda, que tenía tres meses de nacida. Vieron entonces a mi padre (que de pasadita maltrató al hijo de mi prima Andrea, nieto de mis tíos Susana y Paco) y convivieron con él sin el menor problema, sabiendo muy bien la clase de persona que era y el modo como había devastado la vida de sus hijos y lo que le había hecho a mi madre. Es así como tantas personas tratan bien a los infames y en cambio violentan a quienes han sido víctimas de la violencia. Qué fácil resulta traicionar y pegarle al caído.
Platicando con mi madre le comenté que considero altamente probable que mi tío Paco envidiara, o admirara a mi padre por haber tenido una casa chica.
En fin, hay tanta porquería en la vida. Mi tío Paco constituye un monumento viviente a la pendejez y a la mariconería.
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