jueves, 9 de febrero de 2017

Atacar mis debilidades, 1a parte


En un pasado ya lejano tuvimos un proyector de cine (diminuto, de 8 mm) en el que proyectábamos ocasionalmente imágenes sin sonido de los años tempranos de nuestra vida familiar, por ejemplo de cuando Mónica y yo éramos muy pequeños. En una de esas cintas aparece uno de nuestros cumpleaños y en una secuencia aparezco yo, vistiendo pantalones cortos, corriendo al frente de otros niños de mi edad más o menos, jugando a algo así como “a la víbora, víbora de la mar…” y de pronto tropiezo y me voy al suelo y lo mismo le sucede a los niños que vienen detrás de mí. Inmediatamente nos levantamos y continuamos el juego.

Esto parece no tener importancia. Por cierto, el año parece ser 1967 y si así es yo ya usaba lentes. Tenía astigmatismo y estrabismo divergente en el ojo izquierdo, con ese ojo veía solamente el 35 por ciento y no podía afocar; eso no cambiaría jamás. Eso no era todo, caerme con mucha frecuencia era debido también a problemas de motricidad pues presentaba rasgos Asperger, una modalidad benigna del espectro autista (de esto último me enteré hace menos de dos años).

Comencé mi educación primaria en Tepic, capital del estado de Nayarit donde cursé los primeros tres años y me vi obligado a participar en el deporte oficial, el futbol soccer, en el que era una total y absoluta nulidad, en primer lugar porque lo detestaba —me aburría espantosamente— y sin tener conciencia de ello, yo no serviría jamás para los deportes de pelota pues debido a que veía con un solo ojo, no podía situar un objeto en movimiento en tres dimensiones.

En 1973, cuando había cumplido nueve años de edad, cambiamos de ciudad, esta vez a Toluca, capital del estado de México y en algún momento me dio por saltar la cuerda, y continué haciéndolo de ahí en adelante. Me encerraba en mi habitación (que no compartía con nadie, una ventaja de ser único hijo varón con tres hermanas) y me sometía a largas sesiones de salto de cuerda. Esto fue algo muy afortunado, pues mejoró mucho mi motricidad y mi coordinación y motivó mi interés en la actividad física. En 1978, ya en secundaria, cuando contaba con 14 años de edad cambiamos de ciudad, esta vez a Guadalajara, capital del estado de Jalisco y en 1980, a los 16 años comencé a correr a pie en la calle.

Mantuve esa disciplina hasta mediados de mis años veintes y posteriormente, cambié de forma paulatina al ciclismo de ruta, deporte que practico en la actualidad, ya en la década de los cincuentas. Como he afirmado muchas veces, la práctica deportiva se convirtió en un mecanismo de evasión, pero también en mi salvación pues me mantuvo lejos del alcohol y de las drogas.

En menos de tres meses cumpliré 53 años y mi aptitud física y mi apariencia son mucho mejores que las de la mayoría de los hombres de mi edad e incluso que la de muchos hombres más jóvenes que yo. El propósito para escribir esta entrada es señalar que debido a los problemas de motricidad que presenté desde la más temprana infancia y que siguieron presentes hasta muy entrada la adolescencia aunados a mis defectos de la vista (que son permanentes), el movimiento, la locomoción y todo lo que se relaciona con actividad física fue complicado para mí, nada resultó fácil. Si he tenido un desempeño aceptable ha sido porque decidí hacer un tremendo esfuerzo y tuve la determinación para seguir adelante a pesar de los obstáculos y las dificultades. En esto, como en casi todo lo que me propuse, recibí poca ayuda de mi padre, que se oponía a todo lo que yo quería hacer. Por el contrario, mi madre me apoyó, por ejemplo facilitándome el dinero para la compra de una bicicleta en varias ocasiones, comenzando cuando en la parte tardía de mi adolescencia, en 1983 cuando yo me acercaba a los 19 años.

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