viernes, 31 de marzo de 2017

Un nuevo lecho


Ayer, jueves 30 de marzo del año en curso, se entregó en mi domicilio el colchón que compré la semana pasada en WalMart, el más económico que encontré, tamaño individual, cuyo precio total rondó los 1800 pesos, mismo que incluyó los gastos de envío, pues no tengo vehículo. El que usaba, tamaño matrimonial, finalmente terminó su vida útil y ahora está destinado a la basura, lo cual encierra un mayor simbolismo del que esperaría cualquier persona que no tuviera mis características de salud mental.

Usé ese lecho durante un número de años que no puedo determinar, más de 10 y menos de 20, pero estuvo en la casa más de dos décadas. De hecho lo usó mi hermana Verónica (que en paz descanse) con el que fue su cónyuge y yo mismo con Rocío, la única pareja estable que he tenido en mi vida, y con parejas ocasionales e incluso amigas con quienes solamente dormí.

Mayor importancia le doy al hecho de que en ese colchón pasaron dos noches Mónica, mi hermana gemela y su esposo Jeffery, el gringo perverso, cobarde y pendejo en junio de 2003, hace ya 13 años y nueve meses. No tengo ningún sustento científico ni de otro tipo con que respaldar mi teoría, pero creo que en ese objeto quedó mucha energía, parte de ella negativa, o mucha historia parte de ella terrible y cuando la vida útil de este colchón llega a su fin y se va para no volver, se lleva muchos acontecimientos desafortunados lo cual se asemeja a una depuración, a una cirugía en la que tejido infectado es extirpado de un organismo enfermo y ello hace posible una recuperación.

Sin embargo no quiero dejar de mencionar que en esa cama también durmieron personas extraordinarias. En noviembre de 2006 me visitó Angélica, una mujer 12 años más joven que yo originaria del estado de Veracruz a quien había conocido por internet. Llegó un jueves al amanecer y habiendo pasado la noche en vela nos tendimos en la cama y nos abrazamos llevando muy poca ropa. Esta bella mujer, en ese entonces de 30 años cerró sus ojos y pude percibir la belleza de su piel oscura y lo agradable que era el contacto de nuestros cuerpos casi desnudos. Llevé mis labios a su boca y ella respondió a mis besos. Pasamos juntos cinco días que jamás voy a olvidar y el día de hoy lamento haber perdido el contacto con ella.

En fin, me acerco a mi cumpleaños número 53 y mi existencia se ve mejor que nunca. Espero que las vidas de otras personas, de gentes que me ha hecho daño, también den un giro de 180 grados y cada quien reciba su merecido.

martes, 28 de marzo de 2017

Gente agresiva e imbécil, que ni vergüenza tiene


Ayer por la tarde llegué a casa a la hora acostumbrada y vi que arrancó el carrito compacto color plata de marca japonesa que los vecinos le compraron a su hija mayor cuando esta ingresó a la universidad. Entonces, pensando que podía ser mi vecino —que no me es particularmente agradable— me subí a la banqueta opuesta a la mía para evitar hacer contacto visual con él y cuando pasó junto a mí, la persona que iba manejando volteó a verme, con una mirada de hostilidad y desprecio, y me di cuenta de que era su hija, esa muchacha que si es un año menor que mi sobrina Paola, debe tener 20 años.

Me molestó bastante la agresión abierta de esta muchacha pendeja, que ha mostrado una actitud hostil hacia mí desde hace años. Tantas personas son así, agresivas sin que se les dé ningún motivo para eso y el problema soy yo, con mi trastorno límite de personalidad que me hace muy sensible a cualquier cosa que pueda parecer hostilidad venga de donde venga.

Esas personas se convirtieron en nuestros vecinos a finales del año 2000, hace 16 años y como sucede tanto en estos tiempos modernos, apenas los conocemos. Son gente tan molesta que la verdad no dan ganas de acercarse a ellos, y aunque la realidad fuera otra, habría poca ocasión para hacerlo. Esa pareja se encuentra en sus tardíos cuarenta, curiosamente tienen las mismas edades que mi hermana Yolanda y su esposo y tienen tres hijas, de las cuales, la muchacha pendeja agresiva es la mayor.

Él y ella, Ricardo y Laura le han enseñado a sus hijas a medir a los demás por lo que tienen y a vivir buscando el estatus. Como decía al comenzar esta entrada, a la hija mayor le compraron un automóvil usado cuando esta ingresó a la universidad, todo para que la muchachita idiota saliera con su domingo siete. Un fin de semana, de repente, vimos uno de los muchos automóviles de Ricardo con los adornos típicos de boda y nos preguntamos quién contraía nupcias. La respuesta era obvia, la muchachita pendeja se había embarazado y había que casarla a toda prisa.

Esa familia vive gastando mucho dinero y si la muchacha idiota (que ya había rebasado la mayoría de edad) quería llevar una vida sexual activa, podía haber hecho lo más elemental, que era ir a la farmacia y elegir entre la gran variedad de anticonceptivos para evitar embarazarse; en lugar de eso hizo su estupidez monumental y la idiota lejos de avergonzarse se muestra agresiva. Hay que ver.

¿Y qué sucede con todos los compañeros y amigos que conforman el círculo social de esa muchacha estúpida? ¿Qué hay de las amistades de sus padres y de todos los amigos y conocidos de la familia? ¿No es un estigma para esta muchacha idiota haberse embarazado y haber interrumpido su educación, con pocas o tal vez ninguna probabilidad de poder continuarla más tarde, para tener un bebé y comenzar una vida conyugal muy prematuramente? ¿Qué le espera viéndose obligada a asumir responsabilidades a una edad tan temprana? Si su noviecito (ahora su cónyuge) es otro muchacho imberbe que muy probablemente no ha terminado sus estudios, ¿de qué van a vivir? ¿Los van a mantener sus padres?

Gente pendeja y agresiva como esta muchacha debería verse a sí misma antes de mirar con desprecio y juzgar a un hombre adulto que tiene la edad para ser su padre. Me sirve de consuelo tener la seguridad de que la vida de esa muchacha está arruinada y la probabilidad de eso es muy alta.

Gente imbécil.

jueves, 16 de marzo de 2017

Cansancio, depresión y hastío, mala combinación


Siento un cansancio físico muy intenso, acompañado de una depresión profunda y hastío por el trabajo monótono y repetitivo que estoy desempeñando. Estoy viviendo un duelo por la muerte de mi perra Lola acaecida el pasado viernes, hace menos de una semana, y para completarla, siento un gran malestar porque ayer le envié un saludo a Laura vía whats app que ella ignoró durante horas hasta que le escribí un mail despidiéndome, diciéndole que yo no significo nada para ella y que sé muy bien que no tiene ningún interés en ser mi amiga. Entonces me respondió vía whats app y hoy en la mañana me envió un mensaje que ni siquiera leí. ¿Qué sucede si me alejo de ella? De hecho la frase resulta bastante absurda, pues ya estoy lejos y siempre ha sido así.

Pienso en Lola, mi queridísima perra y siento que debí demostrarle más cariño y afecto y agradecerle en vida que me quisiera tanto, aunque fui un buen amo, pues la pasee mucho y estuve al pendiente de ella y pese a que muchos años viví en la pobreza, nunca le faltó el alimento. Esa hermosa mascota, al igual que todas las otras, nunca me traicionó, y no puedo decir lo mismo de ninguna persona y al escribir esto pienso en Laura, que en el año 2009 dio un dictamen que liberó a Marcela, la psicóloga delincuente de una institución estatal de salud mental de su responsabilidad por haberse involucrado conmigo, la inmunda mujerzuela. Es un hecho que Laura no va a regresar a mi vida y que eso no me va a afectar, pues no pierdo absolutamente nada; no pierdo una amistad porque no era mi amiga y las virtudes que yo veía en ella pudieran no existir, pudieran ser simplemente una manifestación de mi patología, de mi tendencia a proyectar en otras personas lo que necesito ver. Laura me respondió ayer, después de leer el correo que le envié que no había podido responder mi mensaje porque había pasado la mañana en el hospital acompañando a su padre. ¿Y será cierto eso? Laura ha pasado tanto tiempo acompañando ancianos en hospitales, son de lo más oportunos los pinches viejos. En fin, como decía, no pierdo nada porque nunca tuve nada en ella.

Pasa el tiempo con una lentitud dolorosa mientras traduzco página tras página de otro archivo maestro de fármaco, y pienso en mi hermana Mónica, la que nació cinco minutos después de mí, hace cerca de 53 años. Ahora vive en Houston casada con un gringo de mierda de nombre Jeffery con quien tiene dos hijos: Nicholas, que en enero cumplió doce años y Andrew, que en abril cumplirá 11. Imagino que jamás voy a conocer a esos niños, que en la actualidad se acercan a la pubertad y me parece muy probable que no vuelva a ver a Mónica y eso parece muy deseable; no sería nada agradable ver a una persona que supura veneno, odio y amargura por cada célula de su organismo. Mi hermana gemela es una mujer muy fea y esa fealdad surge de su interior. ¿Qué puede explicar que sienta tanto rencor y tanto odio si ella y Yolanda vivieron mucha menos violencia que la que vivimos Verónica (que en paz descanse) y yo?

En meses pasados mi resentimiento estuvo dirigido contra mi hermana Yolanda, pero ahora se ha extinguido. Sigo sintiendo un tremendo desprecio contra su esposo y a su hija mayor, mi sobrina Paola he dejado de quererla, pero a Yolanda la estimo y reconozco sus cualidades. Ha olvidado sus diferencias con nuestra madre y se mantiene en contacto con ella cotidianamente. Recuerdo cuando vinieron a vivir a la casa, Yolanda manifestó un gran cariño por mi perra Lola, reconociendo la nobleza de este extraordinario animal y ese amor por los perros es parte de lo que tenemos en común. La Yola es muy trabajadora y tiene mucha energía y merecería que le fuera bien en la vida. Es una lástima que lo que hizo nuestro padre le haya afectado tanto pues ella también tiene un daño psicológico muy grave, solamente eso puede explicar que se haya casado con un vividor que le ha robado los mejores años de su vida y la está llevando al desastre.

No sé si el cansancio que siento se alivie durmiendo, tendré ocasión de averiguarlo en el fin de semana largo que se aproxima. Quisiera ver un poco de justicia, enterarme que a una de esas personas que me han jugado rudo la vida le ha propinado un revés verdaderamente fuerte y le espera un sufrimiento que durará muchos años. Me resulta difícil entender por qué algunos seres humanos tenemos que sufrir tanto mientras otros van por la vida sin enfrentar prácticamente ninguna adversidad.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Ordinary people, película de 1980


En diciembre pasado compré en ebay la película Ordinary people de 1980 dirigida por Robert Redford protagonizada por Timothy Hutton, Donald Sutherland y Mary Tyler Moore, posiblemente la que más me ha gustado en mi vida. Yo era un adolescente cuando se estrenó en mi país y en mi juventud la vi muchas veces. Creo que me gustó tanto por la historia que presenta (pese a ser trágica y difícil), especialmente por el personaje que interpreta Donald Sutherland, el de Calvin, el padre que muchos quisiéramos tener, sobre todo un individuo como yo, único hijo varón, que tuve un padre atroz, bien pendejo, abusivo y violento el hijo de puta.

Al mismo tiempo, el protagonista es un buen estudiante de preparatoria (el equivalente, High School) que se encuentra repitiendo un año escolar porque unos meses atrás trató de quitarse la vida (cortándose las venas) y por ello pasó cuatro meses hospitalizado. Entrena natación en la escuela (algo imposible en mi país tercermundista, donde además la cultura del deporte es prácticamente inexistente) y su círculo de amistades está compuesto por otros muchachos que también practican ese deporte. Cuando yo fui un adolescente practicaba la carrera a pie, pero era un solitario y la inmensa mayoría de mis compañeros llevaban una vida sedentaria. Conrad Jarret, el protagonista, empieza a acudir dos veces por semana a terapia con un psiquiatra, el Dr. Berger (interpretado magistralmente por Judd Hirsh), un psiquiatra que yo hubiera querido tener. Los psiquiatras que tuve fueron hombres que parecían sacados del depósito de los despojos humanos, tanto por su apariencia física como por sus actitudes y por no servir para nada, incluso por su perversidad. La película avanza y Calvin, el padre de Conrad acude a hablar con el psiquiatra; es entonces cuando sale a relucir que Conrad es un muy buen estudiante. Yo hubiera querido ser un buen estudiante. Cuando asistí a clases en preparatoria y en la universidad mi desempeño fue lamentable, de hecho mis problemas de aprendizaje provocados por el TDAH habían provocado que al terminar la preparatoria no dominara si quiera las cuatro operaciones de la aritmética.

La vida de Conrad Jarret es tan diferente a la mía (de hecho es un personaje ficticio) como lo es su país (Estados Unidos) del mío (México). Él tuvo un hermano que murió trágicamente, yo tuve tres hermanas; la suya no era una familia disfuncional, la mía sí. Es curioso que la historia de esta familia, de esta “gente ordinaria” se desarrolle en el estado norteamericano de Illinois, de donde es originario el esposo de mi hermana Mónica, y que Calvin y Beth, los padres de Conrad, viajen a Houston a visitar al hermano de ella, que es donde viven mi hermana Mónica y su esposo. También me llama mucho la atención el parecido del personaje que interpreta Mary Tyler Moore con mi hermana Mónica, una mujer tremendamente egoísta y estúpida para quien lo más importante es mantener las apariencias. Mi madre hizo esa observación desde que vio la película en el cine, debió ser allá por el año 1981, hace unos 36 años.

Al final se va Beth, la mujer estúpida dejando solos a Calvin y a Conrad, quienes enfrentan su nueva situación hablando en el jardín trasero. La última escena es conmovedora. Qué bonito habría sido tener un buen padre, alguien a quien abrazar y decirle te quiero.

El padre que tuve fue un hijo de puta bien hecho, un inútil, un sádico y un pendejo bien hecho. La vida es tan decepcionante de tantas maneras.

Miércoles 15 de marzo


De un tiempo para acá mi blog ha comenzado a recibir un número de visitas muy alto, curiosamente en las últimas 35, la mayoría se dan en Estados Unidos. En la red social Quora, Jeffery Jung, el esposo de mi hermana Mónica me contactó mencionando la dirección de este blog con una fecha (errónea) en la que se supone aparece una entrada que se refiere a él y a mi hermana, su esposa. Ayer martes 14 de marzo recibí una llamada en mi celular (que no contesté, se envió a buzón) que parecía venir del extranjero, del vecino país del norte. ¿Se tratará de este señor Jung? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué quiere?

Lo que hizo ese hijo de puta junto con mi hermana desquiciada enferma de resentimiento y de odio —aunque eso sí, muy mochos los dos, muy religiosos— fue una verdadera vileza y eso no les importa en lo más absoluto, no les quita el sueño. Si la están pasando mal porque algo que yo escribí en internet les está causando problemas, eso constituye una gran satisfacción para mí y lo voy a dejar ahí mucho tiempo.

El sábado pasado sepulté a mi mascota Lola en el patio delantero de la casa, una tarea muy agotadora porque el suelo estaba muy duro y cavar una fosa resultó difícil, pero finalmente terminé la faena. Desde entonces me he sentido triste y he pensado mucho en que estoy muy solo desde hace mucho tiempo y parece que he comenzado a aceptarlo. Lo que quiero decir con esto es que he dejado de buscar una pareja o por lo menos una amiga y no me veo a futuro viviendo con una mujer y ni siquiera estableciendo una relación con una persona del sexo opuesto con la que no vivo; es como si no necesitara eso. Y sin embargo, siento la necesidad de convivir con alguien, específicamente de hablar con esa persona del sexo femenino y por eso los fines de semana hago uso del centro de intervención en crisis y en ocasiones hablo con Catalina y más frecuentemente con Ariadna, que es una mujer joven y bonita, si bien fuera de mi alcance por estar casada, además de ser psicóloga con todo lo que eso implica.

viernes, 10 de marzo de 2017

Mi Lola murió


No recuerdo bien si fue en el mes de octubre de 2015 que mi hermana Yolanda y su esposo llevaron a la casa una perra cachorra de raza pastor belga Malinois a la que pusimos por nombre Helga. Mi perra Lola, en ese entonces de nueve años la acogió amistosamente, como había hecho antes con otros perros.

Un año más tarde obsequiamos a la Helga a una Congregación Cristiana porque sentí que no tenía la energía para atenderla, era un hecho que le estaba fallando mucho, pues ante el cansancio físico recurrente muchas veces no la paseaba en la tarde al llegar a la casa y esa era una forma de maltrato. Por ese entonces, hace unos cuatro meses, dejé de pasear a la Lola y ella optó por salir de la casa en las madrugadas y pasearse sola. A mí me preocupaba un poco esa situación, ante el riesgo de que fuera atropellada por algún automovilista o que se intoxicara comiendo alimentos de la basura (pese a estar bien alimentada).

Por otra parte, tenía la costumbre de comprarle sacos de alimento de 25 kg, que le duraban unas cinco semanas, y el penúltimo que le compré le duró mucho más que eso. A mí me llamó la atención este hecho, pero no le di mucha importancia. A principios de febrero fui a comprarle el último costal, del que consumió casi nada. El último sábado de febrero, mi mamá me dijo que la Lola no estaba comiendo nada y decidí llevarla con el veterinario, pensando que se había intoxicado y el tratamiento sería cosa sencilla, algo de rutina. Entonces, el médico me sacó de mi error y me di cuenta de que era algo grave y que a mi queridísima Lola le quedaba poco tiempo de vida; no sabía entonces cuánto, escasas dos semanas.

Ese mismo día me enfermé (lo mío sí fue una intoxicación alimentaria) y en la siguiente semana estuve tomando antibiótico y dejé mi práctica deportiva, el ciclismo. Me sentí débil y cansado y al mismo tiempo triste y deprimido al ver a mi perra prostrada, acostumbrado a verla siempre tan activa y llena de vida. Mi mamá le daba sus medicamentos y aparte de los trozos de salchicha con los que ingería sus píldoras, no comía ninguna otra cosa y solamente tomaba agua. En la semana que comenzó el pasado 6 de marzo, solamente tomaba agua y orinaba, pero ya no ingería ningún alimento. Era doloroso verla prostrada todo el tiempo e incluso escucharla llorar. Su mirada llena de tristeza y de cariño expresaba mucho sufrimiento. Yo no encontraba el valor para llevarla a la veterinaria a que le aplicaran la eutanasia y decidí esperar el fin de semana.

Durante esos días sentí un cansancio tremendo y al mismo tiempo un estado depresivo que no había experimentado en mucho tiempo. Subirme a mi bicicleta de carreras parecía una idea absurda y parecía egoísta hacer algo que me proporcionaría placer mientras mi queridísima perra sufría. Solamente quería dormir e incluso hubiera querido evitar ir al trabajo, pero por supuesto, esto no era posible.

Anoche antes de irme a dormir se me ocurrió darle un par de tabletas de risperidona, un antipsicótico que tomo como parte de mi tratamiento. Esto porque provoca sueño y pensé que a mi perrita le haría bien dormir si esto evitaba que siguiera sufriendo. Al mismo tiempo albergaba la esperanza de que ya no despertara. Yo mismo me acosté a dormir muy temprano y unos minutos antes de las nueve me despertó mi Lola con su llanto. Bajé y la acaricié y volví a subir a la cama. Al despertar, antes de las cinco de la mañana, bajé las escaleras y la vi tendida sin respirar y con los ojos abiertos; entonces sentí alivio, me di cuenta de que se había ido y ya no sufría. Mi madre bajó unos minutos más tarde y me abrazó. Saqué a mi mascota al patio trasero para darle sepultura el día de mañana. Es bueno que haya muerto porque ya dejó de sufrir, pero también siento mucha tristeza.

Estoy viviendo un duelo.

jueves, 9 de marzo de 2017

Se muere Lola


Me resulta difícil describir con palabras la tristeza que siento, mi mascota Lola, mi perra de 10 años y ocho meses de edad se encuentra en fase terminal, padece de cáncer y se muere lentamente.

Lola nació a finales de junio de 2006 un domingo en que me levanté a las cinco de la tarde y al bajar a la sala ahí estaba, con la Greta, Border Collie de raza pura, su madre. Dos meses antes, la Greta había salido de la casa —no me di cuenta de que andaba en celo— y se había apareado con un perro mucho más grande, de unos vecinos de a la vuelta, muy feo. Por haberse apareado con un animal de talla mucho mayor, mi mascota tuvo una camada de una sola cría. Pasó el tiempo y olvidé ponerle nombre y un día opté por llamarle Lola.

Desde que era cachorra, paseaba a esta joven perra junto a su madre llevándolas a caminar, viviendo completamente solo, desempleado, enfermo, sin atención médica, en fin, en una situación tan precaria que he mencionado tantas veces en este blog, y no tenía una conciencia plena de lo mucho que me ayudaba la compañía de mis perritas. Por el contrario, durante algún tiempo busqué a quien obsequiárselas, pues viviendo con muy poco dinero me resultaba oneroso mantenerlas, hasta que en el año 2008 alguien se metió a robar a mi casa y entonces opté por dejar a la Greta dentro de la casa siempre que salía de la misma. Después opté por tenerla siempre adentro, pues incluso hubo intentos por meterse a robar estando yo en ella.

En abril de 2011, cuando la Lola se acercaba a los cinco años de edad, tuve que sacrificar a la Greta, su madre, porque se llenó de cáncer así que se le aplicó la eutanasia. Para ese entonces ya tenía la compañía de la Candy, otra perrita maltés de raza pura que estuvo con nosotros de mayo de 2010 a octubre de 2015. La Lola, siendo una perra extremadamente amistosa y noble la quiso mucho y le brindó su amistad y compañía durante todo ese tiempo.

Algo que me fascinó de la Lola era cómo permitía a otros perros acercarse a comer de su plato. Así la Candy, la perrita maltés se acercaba a comer de su alimento y la Lola se lo permitía. Lo mismo sucedía cuando le daban comida y se acercaban la pareja de chihuahuas la Tiqui y el Rito y la Lola (enorme en comparación con ellos) los observaba comer, tranquilamente.

He tenido muchos perros, curiosamente la mayoría han sido hembras, y todos han sido extraordinarios, pero creo que la mejor de todos ha sido la Lola. Me siento tan triste porque mi perra tan hermosa está enferma y se está muriendo lentamente. La vida parece tan injusta. ¿Por qué un animal que lo único que ha hecho es dar amor a cambio de casi nada tiene que enfrentar una enfermedad mortal?

Veo a mi Lola echada en el suelo en el piso de abajo, con su cuerpo tendido sobre el piso duro, con su pelo color café con leche, con sus ojos tan bonitos y tan expresivos que me miran llenos de cariño, le acerco su plato con agua para que beba y quisiera poder curarla y que viviera unos años más y muriera de vejez, pero eso no es posible.

En este momento no deseo nada, no odio a nadie, siento un tremendo cansancio y no sé qué es lo que hay en mi vida ni me interesa. Quisiera poder llorar.