Pienso en Lola, mi queridísima perra y siento que debí demostrarle más cariño y afecto y agradecerle en vida que me quisiera tanto, aunque fui un buen amo, pues la pasee mucho y estuve al pendiente de ella y pese a que muchos años viví en la pobreza, nunca le faltó el alimento. Esa hermosa mascota, al igual que todas las otras, nunca me traicionó, y no puedo decir lo mismo de ninguna persona y al escribir esto pienso en Laura, que en el año 2009 dio un dictamen que liberó a Marcela, la psicóloga delincuente de una institución estatal de salud mental de su responsabilidad por haberse involucrado conmigo, la inmunda mujerzuela. Es un hecho que Laura no va a regresar a mi vida y que eso no me va a afectar, pues no pierdo absolutamente nada; no pierdo una amistad porque no era mi amiga y las virtudes que yo veía en ella pudieran no existir, pudieran ser simplemente una manifestación de mi patología, de mi tendencia a proyectar en otras personas lo que necesito ver. Laura me respondió ayer, después de leer el correo que le envié que no había podido responder mi mensaje porque había pasado la mañana en el hospital acompañando a su padre. ¿Y será cierto eso? Laura ha pasado tanto tiempo acompañando ancianos en hospitales, son de lo más oportunos los pinches viejos. En fin, como decía, no pierdo nada porque nunca tuve nada en ella.
Pasa el tiempo con una lentitud dolorosa mientras traduzco página tras página de otro archivo maestro de fármaco, y pienso en mi hermana Mónica, la que nació cinco minutos después de mí, hace cerca de 53 años. Ahora vive en Houston casada con un gringo de mierda de nombre Jeffery con quien tiene dos hijos: Nicholas, que en enero cumplió doce años y Andrew, que en abril cumplirá 11. Imagino que jamás voy a conocer a esos niños, que en la actualidad se acercan a la pubertad y me parece muy probable que no vuelva a ver a Mónica y eso parece muy deseable; no sería nada agradable ver a una persona que supura veneno, odio y amargura por cada célula de su organismo. Mi hermana gemela es una mujer muy fea y esa fealdad surge de su interior. ¿Qué puede explicar que sienta tanto rencor y tanto odio si ella y Yolanda vivieron mucha menos violencia que la que vivimos Verónica (que en paz descanse) y yo?
En meses pasados mi resentimiento estuvo dirigido contra mi hermana Yolanda, pero ahora se ha extinguido. Sigo sintiendo un tremendo desprecio contra su esposo y a su hija mayor, mi sobrina Paola he dejado de quererla, pero a Yolanda la estimo y reconozco sus cualidades. Ha olvidado sus diferencias con nuestra madre y se mantiene en contacto con ella cotidianamente. Recuerdo cuando vinieron a vivir a la casa, Yolanda manifestó un gran cariño por mi perra Lola, reconociendo la nobleza de este extraordinario animal y ese amor por los perros es parte de lo que tenemos en común. La Yola es muy trabajadora y tiene mucha energía y merecería que le fuera bien en la vida. Es una lástima que lo que hizo nuestro padre le haya afectado tanto pues ella también tiene un daño psicológico muy grave, solamente eso puede explicar que se haya casado con un vividor que le ha robado los mejores años de su vida y la está llevando al desastre.
No sé si el cansancio que siento se alivie durmiendo, tendré ocasión de averiguarlo en el fin de semana largo que se aproxima. Quisiera ver un poco de justicia, enterarme que a una de esas personas que me han jugado rudo la vida le ha propinado un revés verdaderamente fuerte y le espera un sufrimiento que durará muchos años. Me resulta difícil entender por qué algunos seres humanos tenemos que sufrir tanto mientras otros van por la vida sin enfrentar prácticamente ninguna adversidad.
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