miércoles, 15 de marzo de 2017

Ordinary people, película de 1980


En diciembre pasado compré en ebay la película Ordinary people de 1980 dirigida por Robert Redford protagonizada por Timothy Hutton, Donald Sutherland y Mary Tyler Moore, posiblemente la que más me ha gustado en mi vida. Yo era un adolescente cuando se estrenó en mi país y en mi juventud la vi muchas veces. Creo que me gustó tanto por la historia que presenta (pese a ser trágica y difícil), especialmente por el personaje que interpreta Donald Sutherland, el de Calvin, el padre que muchos quisiéramos tener, sobre todo un individuo como yo, único hijo varón, que tuve un padre atroz, bien pendejo, abusivo y violento el hijo de puta.

Al mismo tiempo, el protagonista es un buen estudiante de preparatoria (el equivalente, High School) que se encuentra repitiendo un año escolar porque unos meses atrás trató de quitarse la vida (cortándose las venas) y por ello pasó cuatro meses hospitalizado. Entrena natación en la escuela (algo imposible en mi país tercermundista, donde además la cultura del deporte es prácticamente inexistente) y su círculo de amistades está compuesto por otros muchachos que también practican ese deporte. Cuando yo fui un adolescente practicaba la carrera a pie, pero era un solitario y la inmensa mayoría de mis compañeros llevaban una vida sedentaria. Conrad Jarret, el protagonista, empieza a acudir dos veces por semana a terapia con un psiquiatra, el Dr. Berger (interpretado magistralmente por Judd Hirsh), un psiquiatra que yo hubiera querido tener. Los psiquiatras que tuve fueron hombres que parecían sacados del depósito de los despojos humanos, tanto por su apariencia física como por sus actitudes y por no servir para nada, incluso por su perversidad. La película avanza y Calvin, el padre de Conrad acude a hablar con el psiquiatra; es entonces cuando sale a relucir que Conrad es un muy buen estudiante. Yo hubiera querido ser un buen estudiante. Cuando asistí a clases en preparatoria y en la universidad mi desempeño fue lamentable, de hecho mis problemas de aprendizaje provocados por el TDAH habían provocado que al terminar la preparatoria no dominara si quiera las cuatro operaciones de la aritmética.

La vida de Conrad Jarret es tan diferente a la mía (de hecho es un personaje ficticio) como lo es su país (Estados Unidos) del mío (México). Él tuvo un hermano que murió trágicamente, yo tuve tres hermanas; la suya no era una familia disfuncional, la mía sí. Es curioso que la historia de esta familia, de esta “gente ordinaria” se desarrolle en el estado norteamericano de Illinois, de donde es originario el esposo de mi hermana Mónica, y que Calvin y Beth, los padres de Conrad, viajen a Houston a visitar al hermano de ella, que es donde viven mi hermana Mónica y su esposo. También me llama mucho la atención el parecido del personaje que interpreta Mary Tyler Moore con mi hermana Mónica, una mujer tremendamente egoísta y estúpida para quien lo más importante es mantener las apariencias. Mi madre hizo esa observación desde que vio la película en el cine, debió ser allá por el año 1981, hace unos 36 años.

Al final se va Beth, la mujer estúpida dejando solos a Calvin y a Conrad, quienes enfrentan su nueva situación hablando en el jardín trasero. La última escena es conmovedora. Qué bonito habría sido tener un buen padre, alguien a quien abrazar y decirle te quiero.

El padre que tuve fue un hijo de puta bien hecho, un inútil, un sádico y un pendejo bien hecho. La vida es tan decepcionante de tantas maneras.

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