He estado leyendo en internet sobre narcisismo patológico, comenzando por un término interesante: narcisismo maligno, después sobre trastorno narcisista de la personalidad para de ahí continuar con psicopatía. En un momento dado tropecé con el trastorno antisocial de la personalidad y me sorprendió mi incapacidad para diferenciar el TNP del TAP.
Mi interés había surgido de algo que he tenido en mente desde hace años. Fabiola, mi psiquiatra en una institución pública, me llamó narcisista, dolida creo yo, porque la rechacé como terapeuta pidiéndole que nos limitáramos a la terapia con medicamentos. Yo no tenía conciencia de mi narcisismo y me sorprendió cuando Fabiola me lo dijo, pero no la descalifiqué. Tuve diferencias serias con esa psiquiatra, pero siempre le he reconocido sus aciertos y su actitud amable y accesible.
Y trataba de enfocarme en mí al buscar información sobre narcisismo patológico, pero al leer sobre el trastorno narcisista de la personalidad y sobre el narcisismo maligno, no puedo evitar pensar en mi padre y en David, el alfeñique perverso que me asestó una puñalada por la espalda y haciendo equipo con mi padre contribuyó a mandarme de regreso al infierno.
Sé muy bien que hay en mí un componente destructivo, pero no parece ser grave. Considero una prueba de esto mi estado físico teniendo más de 50 años, resultado de un estilo de vida saludable en el que he cuidado mi alimentación, he sido un deportista serio, he evitado abusar del alcohol y nunca he usado tabaco ni drogas ilegales. A mi parecer, todo esto refleja un amor a la vida, algo muy opuesto a la destructividad. Tengo un carácter violento, pero no soy un sádico; a mí no me gusta hacer sufrir a otras personas, a menos que me hayan dado motivos, que me hayan hecho daño deliberado con premeditación, como sucedió con ese dúo de hijos de puta: David y mi padre.
De mi padre he hablado antes, de David he hablado poco, por lo menos en este blog. Este alfeñique desprovisto de masculinidad, de valor y de vergüenza, me llevó con mucha premeditación y malicia a un área que era de su especialidad, que yo no conocía y donde no podía competir con él. Lo que no esperaba era que yo lo venciera en ese juego al que me arrastró y su furia lo llevó a cometer una bajeza. No sé cómo ha ido por la vida todos estos años llevando la frente en alto. Si yo le hubiera hecho algo así a alguien, no hubiera podido con la culpabilidad, pero esos individuos con un narcisismo maligno (como David y mi padre) no tienen conciencia, no les importa el daño que le hagan a otros y acaban arruinando a quienes confiaron en ellos, dejando un legado de dolor y de sufrimiento.
Mi interés había surgido de algo que he tenido en mente desde hace años. Fabiola, mi psiquiatra en una institución pública, me llamó narcisista, dolida creo yo, porque la rechacé como terapeuta pidiéndole que nos limitáramos a la terapia con medicamentos. Yo no tenía conciencia de mi narcisismo y me sorprendió cuando Fabiola me lo dijo, pero no la descalifiqué. Tuve diferencias serias con esa psiquiatra, pero siempre le he reconocido sus aciertos y su actitud amable y accesible.
Y trataba de enfocarme en mí al buscar información sobre narcisismo patológico, pero al leer sobre el trastorno narcisista de la personalidad y sobre el narcisismo maligno, no puedo evitar pensar en mi padre y en David, el alfeñique perverso que me asestó una puñalada por la espalda y haciendo equipo con mi padre contribuyó a mandarme de regreso al infierno.
Sé muy bien que hay en mí un componente destructivo, pero no parece ser grave. Considero una prueba de esto mi estado físico teniendo más de 50 años, resultado de un estilo de vida saludable en el que he cuidado mi alimentación, he sido un deportista serio, he evitado abusar del alcohol y nunca he usado tabaco ni drogas ilegales. A mi parecer, todo esto refleja un amor a la vida, algo muy opuesto a la destructividad. Tengo un carácter violento, pero no soy un sádico; a mí no me gusta hacer sufrir a otras personas, a menos que me hayan dado motivos, que me hayan hecho daño deliberado con premeditación, como sucedió con ese dúo de hijos de puta: David y mi padre.
De mi padre he hablado antes, de David he hablado poco, por lo menos en este blog. Este alfeñique desprovisto de masculinidad, de valor y de vergüenza, me llevó con mucha premeditación y malicia a un área que era de su especialidad, que yo no conocía y donde no podía competir con él. Lo que no esperaba era que yo lo venciera en ese juego al que me arrastró y su furia lo llevó a cometer una bajeza. No sé cómo ha ido por la vida todos estos años llevando la frente en alto. Si yo le hubiera hecho algo así a alguien, no hubiera podido con la culpabilidad, pero esos individuos con un narcisismo maligno (como David y mi padre) no tienen conciencia, no les importa el daño que le hagan a otros y acaban arruinando a quienes confiaron en ellos, dejando un legado de dolor y de sufrimiento.
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