Honestamente no sé si mi padre era pendejo de nacimiento o por vocación, pero lo hacía bastante bien, como un virtuoso, de hecho.
En una ocasión, cuando yo me hallaba en mi tardía adolescencia, estando de visita Rosa María y su esposo Juan José, maestros de educación física, ella mencionó los alimentos que yo debía consumir y aquellos que debía evitar. Han pasado más de treinta años y por ello no me es posible recordar qué tan acertada estuvo, pero sí recuerdo la respuesta de mi papá: el organismo está hecho para comer piedras. Después de decir semejante disparate (que por supuesto no debía tomarse en el sentido literal), procedió a decir que si alguien acostumbraba a su sistema digestivo a alimentos muy sanos, lo haría débil, incapaz de enfrentar futura adversidad que obligara a su dueño a consumir alimentos desacostumbrados, de inferior calidad. Así, este viejo pendejo expresaba la idea de que desgastar un organismo es fortalecerlo, darle el uso y la manutención adecuada, equivale a debilitarlo. Rosa María y Juan José se quedaron callados, decidiendo así no argumentar con semejante imbécil.
Cuando mi padre jugaba dominó, uno de sus amigos era un médico pediatra, de esos que se hacen llamar doctor, de nombre Felipe Ortega Suárez, bastante incompetente y estúpido. Mi papá fue a consulta, sabiendo muy bien que no estaba para que lo atendiera un pediatra, en parte porque su alcoholismo había provocado el quebranto económico y no podía pagar un especialista para un viejo jodido de cincuenta y tantos años, y según él, el viejillo pendejo (el “doctor” Ortega) le dijo: Rafael, tienes todo muy bien, tu hígado, tus riñones, tu páncreas, tus intestinos, tu esto, tu lo otro, etc., etc., etc. De que el mediquito este era pendejo, no hay duda, pero por idiota que haya sido, este viejo enano no pudo haberle dicho semejante disparate. Mi papá tenía ya muchos años bebiendo una barbaridad y tenía la piel de la cara enrojecida, el hocico hinchado y el cerebro podrido.
En una ocasión, por esa misma época, lo escuché hablando con mi mamá, diciéndole que los médicos eran bien pendejos (en esto no andaba muy equivocado), que no se daban cuenta que al estar bebiendo bebidas alcohólicas (evitando usar el término “abusando de la bebida, emborrachándose”) provocaba una producción constante de orina, y eso lavaba sus “riñoncitos”. Así, este monstruo embrutecido y pendejo, decidió que faltar a la verdad, equivalía a alterar la realidad, a hacer que fuera como él quisiera. Pues bien, padre imbécil, te tengo noticias: al emborracharte cada día durante décadas, destruiste tus órganos internos, tus riñones y en particular tu hígado y eso te mató. Es una lástima que no te haya sucedido antes, pedazo de cerdo, pero te habrás dado cuenta de que convencerte a ti mismo de que lo malo es bueno, de que hacer pendejadas es inteligente y que el odio es amor, te llevó al desastre y acabaste cometiendo un suicidio lento.
Así, el pendejazo horrendo que tuve de padre se destruyó a sí mismo.
En una ocasión, cuando yo me hallaba en mi tardía adolescencia, estando de visita Rosa María y su esposo Juan José, maestros de educación física, ella mencionó los alimentos que yo debía consumir y aquellos que debía evitar. Han pasado más de treinta años y por ello no me es posible recordar qué tan acertada estuvo, pero sí recuerdo la respuesta de mi papá: el organismo está hecho para comer piedras. Después de decir semejante disparate (que por supuesto no debía tomarse en el sentido literal), procedió a decir que si alguien acostumbraba a su sistema digestivo a alimentos muy sanos, lo haría débil, incapaz de enfrentar futura adversidad que obligara a su dueño a consumir alimentos desacostumbrados, de inferior calidad. Así, este viejo pendejo expresaba la idea de que desgastar un organismo es fortalecerlo, darle el uso y la manutención adecuada, equivale a debilitarlo. Rosa María y Juan José se quedaron callados, decidiendo así no argumentar con semejante imbécil.
Cuando mi padre jugaba dominó, uno de sus amigos era un médico pediatra, de esos que se hacen llamar doctor, de nombre Felipe Ortega Suárez, bastante incompetente y estúpido. Mi papá fue a consulta, sabiendo muy bien que no estaba para que lo atendiera un pediatra, en parte porque su alcoholismo había provocado el quebranto económico y no podía pagar un especialista para un viejo jodido de cincuenta y tantos años, y según él, el viejillo pendejo (el “doctor” Ortega) le dijo: Rafael, tienes todo muy bien, tu hígado, tus riñones, tu páncreas, tus intestinos, tu esto, tu lo otro, etc., etc., etc. De que el mediquito este era pendejo, no hay duda, pero por idiota que haya sido, este viejo enano no pudo haberle dicho semejante disparate. Mi papá tenía ya muchos años bebiendo una barbaridad y tenía la piel de la cara enrojecida, el hocico hinchado y el cerebro podrido.
En una ocasión, por esa misma época, lo escuché hablando con mi mamá, diciéndole que los médicos eran bien pendejos (en esto no andaba muy equivocado), que no se daban cuenta que al estar bebiendo bebidas alcohólicas (evitando usar el término “abusando de la bebida, emborrachándose”) provocaba una producción constante de orina, y eso lavaba sus “riñoncitos”. Así, este monstruo embrutecido y pendejo, decidió que faltar a la verdad, equivalía a alterar la realidad, a hacer que fuera como él quisiera. Pues bien, padre imbécil, te tengo noticias: al emborracharte cada día durante décadas, destruiste tus órganos internos, tus riñones y en particular tu hígado y eso te mató. Es una lástima que no te haya sucedido antes, pedazo de cerdo, pero te habrás dado cuenta de que convencerte a ti mismo de que lo malo es bueno, de que hacer pendejadas es inteligente y que el odio es amor, te llevó al desastre y acabaste cometiendo un suicidio lento.
Así, el pendejazo horrendo que tuve de padre se destruyó a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario