miércoles, 28 de junio de 2017

De depresión, violencia y problemas que no se acaban


Ayer martes compré un frasco de píldoras de vitaminas que comencé a tomar inmediatamente, preocupado por el cansancio constante que me aqueja. Llegué a casa decidido a hacer ejercicio, y al entrar a la cochera la vi llena de materia orgánica que mi madre no barrió y monté en cólera. Subí las escaleras hacia su recámara y le arrojé el medicamento que le había comprado por la mañana, preguntándole ‘¿estás inválida?’ Esa furia me quitó el ímpetu y me senté en la cama con el ventilador prendido y unos minutos más tarde me quedé dormido. Eran cerca de las seis de la tarde.

Cuando desperté eran las 20:00 horas y fui a la habitación de mi madre a hablar con ella. Me mostró entonces una conversación que tuvo vía whats app con mi hermana Yolanda, que tenía que ver con mi sobrino Marlon, hijo mayor de mi hermana Verónica, fallecida hace 11 años. Parece que este muchacho de 25 años anda mal y sorprendentemente este hecho me resulta indiferente. Unos días antes nos enteramos que las dos hijas adolescentes de Verónica (que viven en Tepic, con su padre) también están teniendo problemas serios. Entonces, posiblemente motivado en parte por la furia que sentía, pensé que los problemas de esas personas son suyos y no míos, que no son mi responsabilidad y que yo no tengo por qué preocuparme por ellos.

He sufrido mucho por la muerte de mi hermana menor, acaecida en abril de 2006, cuando yo acababa de cumplir 42 años, pero la verdad es que lo que ella hizo trajo mucha porquería a mi vida. Verónica se involucró con un individuo aproximadamente de su edad con el que tuvo un hijo, y eso hizo que Yolanda conociera al hermano de ese tipo y poco después se casara con él. De esto último han pasado cerca de 24 años y la mayor parte de lo que eso implica ha sido pura porquería.

Cano Hernández son los apellidos de esos dos hermanos, supuestamente, pues han vivido con identidades falsas desde que llegaron a este país, en su temprana infancia. Los apellidos de mis sobrinos son Cano Madrid y en este momento quisiera que ninguno de nosotros, los hijos de Rafael Madrid y Yolanda Bonilla hubiera tenido descendencia. Verónica, la menor de los cuatro hijos murió dejando tres hijos huérfanos, y los tres tienen problemas que quién sabe si podrán solucionar y a lo mejor pudieran llevarlos a terminar sus vidas trágicamente.

Lo peor de cómo han transcurrido todos estos años, más de un cuarto de siglo, ha sido la invasión a mi hogar, el modo como mis hermanas y sus parejas han ultrajado a una familia de por sí enferma. Marlon, esposo de mi fallecida hermana Verónica, concibió con ella al mayor de mis sobrinos, que lleva su nombre y después se separó de mi hermana y no se hizo cargo de su hijo. Más tarde Enrique se casó con mi hermana Yolanda e intentó introducirse en mi familia no como un yerno de mis padres, sino como un hijo, o por lo menos como un sustituto del buen hijo que estos no tuvieron.

Y este individuo despreciable, Enrique Manuel Cano Hernández se dedicó a propagar intrigas dentro de la familia y a causar problemas, y concibió dos hijas con mi hermana Yolanda. Quienes conocen a esa pareja saben que mi hermana mantiene a su cónyuge, pero quienes tienen una relación geográficamente lejana ignoran este hecho y ese vividor se dedica a enlodar mi nombre diciéndole a parientes míos, de mis familias paterna y materna, que soy un problema para él y para mi hermana y que mi madre propicia mi comportamiento y me protege.

De pronto me di cuenta de que me siento terriblemente deprimido. Vuelvo a sentir lo brutal de mi realidad y el hecho de que pese a que mi padre murió hace nueve años y medio, la violencia no termina. Ese monstruo ya no puede violentarme vomitando veneno sobre mí a mis espaldas, pero no hace falta, porque ahora lo hacen otras personas.

Mis hermanas Mónica y Yolanda se han comportado como mis peores enemigos siendo las personas más cercanas a mí, por ser mi familia directa.

En septiembre del año pasado, un incidente con mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi mamá, me hizo sentir terriblemente mal, no tanto porque ese señor signifique algo para mí, sino porque simboliza la violencia en la que he vivido desde mi más temprana infancia y sigue presente después de más de 50 años.

Últimamente he tenido la oportunidad de dialogar con mi madre sobre mi tía Susana y me ha quedado claro que no era una buena persona. Ese fue un segundo suicidio entre mis tíos maternos. Su esposo, mi tío Paco parece ser un error de la naturaleza, una mujer en el cuerpo de un hombre. Ahora que lo recuerdo junto con su esposa, los veo en mi mente como una pareja de lesbianas, y ante la imposibilidad de lastimar más al viejo maricón, me da mucho gusto que sufra.

Esa familia Mendoza Bonilla son la clase de personas que admiraban a la basura que tuve de padre, y tienen a mis hermanas Mónica y Yolanda (sobre todo a esta última) en alta estima.

martes, 27 de junio de 2017

Martes 27 de junio


El pasado domingo por la tarde me fui a la cama muy temprano intimidado por el prospecto de levantarme al día siguiente en la madrugada, para comenzar la primera de cinco jornadas laborales de nueve horas y media de duración, pero que de hecho dan inicio cuando salgo de la cama, a las 4:30 horas. Ese día pasé por alto pasear a mis mascotas Chora y Clara, algo que va en perjucio de ellas y mío.

Ayer lunes regresé a casa sintiendo el calor excesivo y el estrés de ese día de la semana que causa la iglesia en el vecindario, esa que los lunes tiene muchísima clientela y se rodea por todas partes de vehículos de motor de todos tamaños (claro, los más grandes son los más dañinos), de malditos feligreses, de comerciantes, de viene-viene y demás gentuza. Al llegar a casa, después de un exabrupto contra mi madre me cambié de ropa y me puse a pedalear en mi bicicleta, en rodillos haciendo uso de mi monitor de ritmo cardiaco y después hice ejercicios con mancuernas. Al terminar me mojé en la regadera con agua fría para quitarme el sudor y bajé a comer, después de lo cual, ya cerca de las 20:00 horas salí a pasear a mis perritas. Este último evento del día tomó cerca de una hora, durante la cual procuré relajarme, caminando despacio y respirando profundamente, disfrutando del paseo, evitando estresarme, apartando mis pensamientos de los asuntos frustrantes y poniendo mi atención en mis perritas Chora y Clara y su comportamiento juguetón.

Había estado pensando en la posibilidad de que ese cansancio crónico se deba no a falta de sueño o a descanso insuficiente, sino a un estrés excesivo. Es posible que lo que me esté causando ese agotamiento sea esa tendencia a estar contemplando y buscando activamente situaciones frustrantes, sean estas reales en el presente o en el pasado (cercano o lejano) o sean situaciones ficticias, de las que se manifiestan continuamente en mi imaginación quién sabe con qué objeto; debe haber una ganancia secundaria.

Regresando a la tarde de ayer, me parece que si continúo concentrándome en respirar profundamente y mantener la mente apartada de situaciones de estrés y de frustración, que resultan absolutamente improductivas y en lugar de ello me enfoco en disfrutar lo positivo de cada situación, al terminar el día iré a la cama sintiendo menos cansancio y el descanso será más reparador y al día siguiente me sentiré mejor para enfrentar otra jornada de trabajo. Por supuesto que esto redundará en una mejoría en mi calidad de vida.

Cambiando de tema, pienso en Laura y siento un malestar continuo, como ha sucedido antes en numerosas ocasiones. Habíamos quedado en que era posible que nos viéramos el sábado pasado, y le envié un saludo vía Whats app y ella me respondió haciéndose la desentendida. Creo que esa relación va a morir y no puedo hacer nada para evitarlo. No sé si Laura tiene las cualidades que veo en ella, o simplemente proyecto lo que yo necesito ver en otro ser humano, como me ha sucedido con otras personas.

domingo, 25 de junio de 2017

Domingo 25 de junio


Regresé al trabajo el jueves 15 de junio y los primeros días fueron de urgencia y presión porque había que terminar un DMF para el martes 20, para lo cual un documento de 289 páginas se dividió en dos partes, una de las cuales la haría yo, y la otra Inés, una compañera que desempeñó el puesto de traductora cuando ingresó. El sábado 17 de junio fui a trabajar y lo hice durante siete horas, pues me había dado cuenta de que las 144 páginas que a mí me tocaban incluían tramos laboriosos que no me sería posible tener terminados para el martes siguiente si no asistía durante el fin de semana. Esa fecha límite tuve el trabajo terminado, a diferencia de Inés, a quien el miércoles 21 le faltaba mucho y se me asignaron las últimas 30 páginas de la mitad que le había tocado a ella.

El jueves de la semana anterior, cuando regresé, conocí a otra compañera, María de Jesús, mayor que yo, que ahora es la persona de más edad en la oficina, a quien contrataron como traductora. La señora parece no ser muy inteligente ni particularmente competente, aunque sí parece ser muy dedicada. Hasta el momento he evitado decirle algo respecto a su interés en estarme dando consejos que ni le he pedido ni necesito. Le comenté que no tengo estudios de química y que tampoco soy muy diestro en el manejo del programa Word de Microsoft, y esta señora interpretó mi comentario como que soy un inútil y no tengo la capacidad para hacer mi trabajo. Curiosamente, el miércoles pasado (21 de junio) por órdenes de Silvia, la directora del departamento, me hicieron llegar un archivo que María de Jesús tradujo del español al inglés para que yo lo revisara y corregí muchos errores, algunos comprensibles; otros que reflejan franca tontería.

Por lo demás, me he sentido bien, pero en esta segunda semana de trabajo (del lunes 19 al viernes 23 de junio) sentí nuevamente el tedio de la rutina diaria y al llegar a casa no hice nada que no fuera sentarme en la sala a mirar un video mientras tomaba agua mineral con whiskey y cacahuates. Más tarde comía para después salir a pasar a mis mascotas Chora y Clara.

El viernes salí del trabajo tres horas más temprano y me dirigí a casa. Pensaba comenzar hacer ejercicio con una sesión de ejercicio en los rodillos, pero me acosté a dormir una siesta y me seguí toda la tarde. Ayer sábado sí me ejercité en los rodillos y con mancuernas, pero hoy domingo me sentí cansado y decidí no forzarme. En este momento son las 16:30 horas del domingo 25 de junio y en poco tiempo llegará la hora de dormir para levantarme muy temprano el día de mañana y comenzar otra semana laboral de jornadas muy largas llenas de tedio, con días muy calurosos en los que no sucede nada, durante los cuales hay que soportar la lentitud y el aburrimiento esperando que llegue el fin de semana que transcurrirá muy rápidamente en una repetición incesante que no tiene mucho sentido.

¿Qué hacer para cambiar esto?

Este mal que me aqueja, el aburrimiento, es una pandemia que azota a muchos millones, no nada más a mí. De ahí el gigantismo de la industria del entretenimiento. En mi caso paso demasiado tiempo en twitter. Escucho radio, cada vez menos porque la mayor parte del tiempo su programación es pura basura. He comprado libros que tardo mucho tiempo en empezar a leer. A raíz del accidente de principios de mayo, mi actividad deportiva cayó casi a cero y ahora empezará a desarrollarse otra vez, pero habiendo abandonado el uso del velocímetro, o ‘ciclocomputadora’ su uso no quedará registrado en ninguna parte. Paso la mayor parte del tiempo solo, conmigo mismo, con mis pensamientos enloquecedoramente repetitivos, con mi obsesividad, preocupándome por eventos que tienen muy poca probabilidad de que sucedan.

Lo que sí es un hecho es que mi país está sobrepoblado. Según cifras oficiales, ya somos 129 millones y algo que no me cabe en la cabeza es que tanta gente tan jodida y dada a la chingada no tenga conciencia de su realidad y se reproduzca. Mañana es lunes y al regresar deberé pasar por una calle a un costado de una iglesia a donde vienen centenares de feligreses en todo tipo de vehículos. No pueden faltar las camionetas town & country y las camionetas pick up, que con los demás automóviles desquician el tráfico y aunado a las altas temperaturas y la abundancia de gente jodida (de todos los orígenes sociales), producen un estrés desquiciante y así comienza cada semana, la aportación del catolicismo con tanta porquería que lo caracteriza.

jueves, 22 de junio de 2017

Un punto de inflexión en mi vida, mascotas y apagar la violencia


El primer sábado de mayo se dio un evento que representó un punto de inflexión en mi existencia. Después del accidente, metido en mi casa en compañía de mi madre y mis recién adoptadas mascotas Chora y Clara —dos perritas criollas, madre e hija— cobré conciencia del malestar que me aqueja la mayor parte del tiempo y la incomodidad que siento en todo momento. Todavía más importante, que esos sentimientos hacen que se manifieste una violencia contra quienes me rodean (mi madre, que es la única persona que vive conmigo).

Pasaron prácticamente seis semanas antes de que regresara a mi lugar de trabajo y no hice algo de provecho con todo ese tiempo. Obligado por las circunstancias conocí el sistema de seguridad social, que resultó ser mejor de lo que había escuchado que era, y me di cuenta de que muchas personas en realidad son mejores de lo que yo había supuesto (con esto me refiero a compañeros de trabajo).

Volviendo a la idea importante, me hice el propósito de dejar de contemplar el pasado y toda su violencia, por ejemplo dejar de hablar de mi difunto padre y de lo que me hizo y tratar de disfrutar las cosas buenas que hay en mi vida.

Casi al terminar el periodo de incapacidad, un incidente menor me llevó a tratar con una violencia verbal inaudita a mi madre, de lo cual me arrepentí inmediatamente. Minutos después me dirigí al supermercado y le compré una revista de historia, que es parte de su lectura favorita. Días más tarde le compré una novela de Carla Guelfenbein (nadar desnudas) en amazon.com en parte como disculpa, en parte como una manifestación del cariño que le tengo a esta maravillosa ancianita que me da tanto día a día y es mi única compañía.

Más recientemente, maltraté a Clara, hija de Chora, mis perritas mascotas adoptadas hace menos de tres meses, entregadas el pasado 1 de abril. El recuerdo se combinó con la violencia que proferí contra mi madre (aunque sé bien que una mascota y un ser humano son asuntos de índole muy diferente) y sentí un gran pesar. Esa perrita tan linda es como un infante, llena de energía, juguetona, cariñosa, que no merece que me enoje con ella y mucho menos ser objeto de violencia. Entonces me propuse ser más paciente con ella, incluso dejar de usar el collar de castigo y al sacarla a caminar con su madre Chora y hacerlo con más tranquilidad, recordando respirar profundamente y sin prisa, acariciarlas, jugar con ellas y disfrutar el paseo. Pareciera como si me preocupara que la salida durara demasiado tiempo y ello me restara horas de sueño, algo que no tiene mucho sentido. El día tiene 24 horas, que son muchas. Si me quedo dormido a las 21:00 horas y despierto a las 4:30, habré dormido siete horas y media, que habrán sido suficientes y estaré preparado para otro día de trabajo.

Chora y Clara han dormido en mi habitación y su compañía es de lo más agradable.

En el último año se ha operado un cambio dentro de mí. Pareciera como si ya no necesitara una pareja y el celibato fuera algo natural, aunque no sé cómo me sentiría si viviera solo, si esa soledad me sumiría en una profunda tristeza e incluso me cuesta trabajo recordar cómo era mi existencia hasta el año 2012 cuando vivía solo con mis mascotas de esa época, otras perritas, en la pobreza y sin recursos.

En ocasiones siento una gran preocupación aunque no puedo identificar una razón para ello. Tengo algo así como un presentimiento de que algo terrible le va a ocurrir a alguien, algo que yo precipité con una mala acción, de lo que yo seré responsable y voy a lamentar. Con el paso de horas o días, pienso en un posible candidato (él o ella), siempre en una persona con quien no tengo una buena relación (muy frecuentemente una persona con la que no tengo una relación en absoluto) y las razones de ello, y cuando siento frustración y dolor me alegra que esa mala persona esté enfrentando una tragedia.

Hace 14 años murió Balto, un cachorrito de raza criolla que había sido atacado por una hembra pastor alemán cuando mi hermana gemela y su esposo gringo se encontraban de visita en la casa. Fue una energía negativa la que provocó esa tragedia, la energía que trajeron Mónica y su esposo Jeffery, y hoy quisiera pedirle perdón a ese perrito.

martes, 6 de junio de 2017

Por qué fallan las naciones, y acontecimientos recientes


Habiendo terminado de leer la tercera novela de Eduardo Sacheri (Ser feliz era esto), retomo Why nations fail, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, y el primer capítulo me recuerda ‘las venas abiertas de América Latina’ de Eduardo Galeano. ‘Tan cercanos, y sin embargo tan diferentes,’ ese primer capítulo narra cómo los españoles conquistaron la mayor parte de Latinoamérica, sometiendo a las tribus indígenas, arrebatándoles sus riquezas naturales y sus metales preciosos y sometiéndolos a la esclavitud, a diferencia de Inglaterra, que cuando terminó la Guerra de los Roses, su revolución, le quedó la parte menos codiciada del Nuevo Mundo, el Norte, cuyas tribus no tenían metales preciosos y no estaban dispuestas a dejarse someter, explotar o esclavizar por los invasores europeos y eso obligó a los conquistadores a intentar primero a tratar de explotar a los mismos habitantes de las colonias, y cuando esto no fue posible, a ofrecerles incentivos para trabajar la tierra.

Esto hace posible comprender la situación actual tan diferente de Estados Unidos y Canadá respecto a la de América Latina en lo que se refiere a economía, desarrollo social y tecnológico y calidad de vida.

El domingo pasado se realizaron elecciones en cuatro estados de la República Mexicana donde en el más importante (el estado de México), volvió a ganar el partido que más daño le ha hecho al país, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ya sea que haya recurrido al fraude electoral o a la compra masiva de votos.

Hablando de mí, que llevo ya cuatro semanas metido en mi casa alejado de mi trabajo, sé muy bien que mi patología, mi trastorno de personalidad y la soledad en la que vivo determinan en gran medida el modo como percibo la realidad en la que vivo. He escrito varias veces en este blog que tengo características de misántropo, que detesto a la mayoría de las personas, que encuentro muy difícil sentir empatía por otro ser humano y eso pudiera estar determinado porque yo mismo crecí presa de una tremenda falta de comprensión por parte de quienes me rodeaban, especialmente de mis padres. Y al mismo tiempo, esa característica pudiera tener otras causas.

Algo que de veras me molesta es la población que tiene mi país, según Wikipedia 119 millones, lo cual es excesivo en una nación que no tiene los recursos para atender las necesidades de tantísima gente. La verdad es que ser mexicano es una vergüenza. Cada año surge información sobre el lugar que ocupa México en el mundo en corrupción, violencia, calidad de vida, educación, competitividad, etc., y este país aparece siempre en los últimos lugares y descendiendo. No creo que pudiera esperarse otra cosa de un pueblo de gente embrutecida por la injusticia social, por la explotación que ya es institucional en su existencia histórica, por la ignorancia que aqueja a todas las clases sociales y por la estupidez colectiva que tampoco hace distinciones.

Andrés Manuel López Obrador ha surgido en los últimos años como un líder político al que muchos ven como un salvador y otros como una amenaza. A mí en lo personal me es indiferente y tiende a caerme mal. Me molesta su retórica en la que llama a los corruptos “puercos y marranos”. ¿Para qué sirve eso?

Sucede lo mismo con grupos de personas que llevan “ayuda” a grupos de gente necesitada, dándoles clases de bordado y labores manuales y quién sabe cuantas cosas. ¿Qué sucedería si esas decenas de miles de personas que se organizan en partidos políticos se movilizaran para resolver el problema de analfabetismo funcional en nuestra población? Con esto me refiero a alfabetizar a millones de personas que SÍ saben leer, pero que NO comprenden lo que leen. Que además le enseñaran a estas gentes a dominar las cuatro operaciones de la aritmética, el uso del punto decimal, a calcular porcentajes y geometría plana y del espacio. Alfabetizar a una nación, ¿no haría posible hacerle comprender cuál es la labor de cada servidor público y cuáles son los derechos y los recursos de los ciudadanos? Eso no se logra llamándole a nadie “puercos y marranos”.

Por estos días se dio la noticia de que el cardenal Norberto Rivera Carrera presentó su renuncia como arzobispo al papa Francisco, y simultáneamente ha sido denunciado como encubridor de 15 sacerdotes pederastas; un verdadero delincuente, si bien la noticia no constituye ninguna novedad. ¿Hay alguien que no sepa que el Vaticano es una institución criminal y lo ha sido durante 1000 años? El 27 de abril de 2014 —día en que yo cumplí 50 años de edad— el papa Juan Pablo II fue canonizado, cuando era un hecho bien conocido que siguiendo sus órdenes el cardenal Ratzinger había protegido a decenas de curas pederastas, que arruinaron las vidas de cientos de niños y destruyeron las de otros tantos.

Y esto viene al caso porque la población de México es mayoritariamente católica y esta iglesia tiene mucha responsabilidad en la pobreza, la injusticia social, el atraso y la violencia que ha caracterizado nuestra historia. El alto clero católico está protegido por las élites políticas y empresariales de México y la enorme mayoría de la población lo ignora. Norberto Rivera y otros muchos delincuentes del clero, duermen tranquilos, sabiéndose impunes.

domingo, 4 de junio de 2017

Monitor de ritmo cardiaco, también conocido como pulsómetro


A diferencia de la ciclocomputadora, el monitor de ritmo cardiaco sí tiene relación conmigo, con mi físico, con mi persona, pues un sensor en la parte izquierda de mi pecho detecta las pulsaciones por minuto y envía la información al monitor, que tiene la forma de un reloj de pulsera, montado en el manubrio de mi bicicleta.

No sé qué distancia estoy recorriendo, aunque sí sé que si me estoy ejercitando en los rodillos, 60 minutos equivaldrán a unos 30 km, pero en cambio sí puedo hacer los ajustes necesarios para que mediante los cambios en las multiplicaciones y la frecuencia del pedaleo, se incremente el número de pulsaciones por minuto y permanecer en una zona específica durante un tiempo determinado.

Y no es nada más el aspecto técnico, sino el prestarme atención a mí mismo. ¿Qué es un kilómetro? No caigamos en la payasada de responder que un kilómetro son mil metros. Me refiero a que el organismo humano no registra kilómetros ni millas ni ninguna unidad de longitud; en cambio, lo que sí registra es tiempo e intensidad. De hecho el entrenamiento no se mide en kilómetros, sino en tiempo. Indudablemente, la atención que le he prestado durante tantísimo tiempo a ejercitarme en mi bicicleta de carreras en relación con la distancia, en relación con el kilometraje, ha sido muy patológico. En los rodillos he comenzado calentando con 5000 m con una multiplicación muy ligera después de lo cual uso una menos ligera otros 5000 m y continúo incrementando la resistencia, prestándole más atención a la distancia que al tiempo y a la intensidad. Ahora, sin la ciclocomputadora, sin conocer la distancia ya no será posible hacer esto y me veré obligado a prestarle atención al tiempo y al número de pulsaciones por minuto (beats per minute).

¿Y si eliminando esta obsesión liberara en buena medida mi mente del resentimiento y el odio que la han encadenado? De hecho en las últimas semanas, al convivir con mi madre he pensado mucho menos en mi padre, y cuando lo he hecho, cuando siento el impulso de hablar de él no resulta difícil detenerlo y se me viene a la mente la idea: “¿para qué hablar de esa persona?”.

Mis perritas Chora y Clara, madre e hija respectivamente, acaban de cumplir dos meses en esta casa y al llevarlas a pasear (lo que se ha hecho un poco más difícil, con mi clavícula rota), el evento puede ser de relajación si pienso en lo agradable que es tener a dos lindas mascotas que me dan su compañía y su cariño; o puede ser de mucho estrés si dejo que aparezcan en mi mente recuerdos de acontecimientos desafortunados, de agresión o injusticia tan frecuentes durante mi vida.

Es probable que esta semana regrese a mi trabajo pues el miércoles termina mi incapacidad. La semana pasada hablé con mi jefa directa y sus palabras me hicieron sentir bien. Me dijo que les hago falta y el trabajo que hago es de lo más necesario.

He vuelto a dejar de creer en Dios, pero tal vez sea necesario encontrar un ser superior. Parezco estar pasando por el mejor momento de mi vida. Esperemos seguir por la buena senda.

Cambios en mi vida diaria, detengamos la destructividad


Han pasado cuatro semanas desde aquel sábado en que se dio la colisión que sufrí como ciclista contra un peatón y de la cual salí con una lesión, y desde que sucedió he pensado en el evento. De hecho no me sorprendió, mas lo tomé como un acontecimiento punitivo o posiblemente como una advertencia del destino, que me ordenaba que me detuviera y no siguiera adelante con mi labor destructiva.

Dicha actividad consistía en el avance irrefrenable de la lectura del odómetro de mi ciclocomputadora, que en su recorrido causaba estragos en la vida de un enemigo. Sé muy bien que esto parece no tener ningún sentido y suena más bien a insania, y para aclararlo habría que retroceder en el tiempo, algunas décadas.

Fue probablemente en 1984 que un sábado estuve en la pista de atletismo de la Unidad Deportiva (omitiré su nombre y el motivo de mi visita), y al hallarme platicando con un hombre cuya hija adolescente entrenaba alguna disciplina en ese lugar, vi a un compañero de la Universidad tomando la salida de los 100 m con un acompañante. Ese compañero, al que llamaré Flake vestía pants deportivos y zapatos tenis. Él y su amigo recorrieron esa distancia a un paso verdaderamente muy lento y Flake cruzó la meta con un rictus de dolor en el rostro. Entonces me di cuenta de que este individuo era extremadamente débil.

Meses después comencé a convivir con él y con el paso del tiempo hicimos algo a lo que ambos llamamos amistad, si bien nuestra relación estuvo siempre plagada de antagonismo y conflicto. No quiero hacer un recuento de hechos porque me parece que eso sería caer en un estado mórbido que me he propuesto evitar de aquí en adelante. Baste decir que unos 13 años más tarde, cuando ambos nos encontrábamos al inicio de nuestros años 30s, Flake me asestó una puñalada por la espalda que constituyó uno de los golpes más devastadores de mi vida. No creo equivocarme al afirmar que después de mi padre es la persona que más daño me ha hecho. Desde febrero de 1998, es decir, durante 19 años y cuatro meses ha estado presente en mi mente todos y cada uno de los días transcurridos.

Lo que motivó su acto de traición y su infamia fue la envidia que le corroe las entrañas y su narcisismo patológico. Habíendose enterado desde 1984 que yo era un deportista serio, Flake se dio cuenta de que en desempeño físico jamás podría vencerme y su egolatría lo llevó a imaginar que intelectualmente sucedería lo contrario, que él me superaría en todo. Una vez que estuvimos en un escenario en el que Flake pudo probar sus fuerzas conmigo —sin que yo siquiera tuviera conciencia de lo que estaba pasando— teniendolas todas consigo, se enfrascó en una confrontación en la que él perdió y tomó represalias, cometiendo una bajeza y arruinándome.

¿Qué sucede con una persona como esa? La naturaleza le dio poco en el físico, lo hizo muy débil, pero él pudo haber logrado algo mediante la disciplina y la fuerza de voluntad para superar esa deficiencia. No lo hizo porque es un impotente vital y como si esto no fuera suficiente, su cobardía no le permite darse cuenta de que yo no le quité nada. Si yo tuve la disciplina para ejercitarme cotidianamente durante muchos años y superar mis problemas de esa manera y él no, no lo hice despojándolo de nada.

Espero que estos párrafos expliquen a qué me refiero cuando describo mi pedaleo rápido y energético (y en ocasiones potente) que con velocidad creciente incrementa la lectura del kilometraje en el odómetro de la ciclocomputadora y en la vida de mi enemigo, la devastación.

¿Irreal? Eso dice la teoría, pero ¿quién tiene una respuesta contundente, definitiva?

Como quiera que sea, eso ha terminado. Ya no uso esa ciclocomputadora.