Esto hace posible comprender la situación actual tan diferente de Estados Unidos y Canadá respecto a la de América Latina en lo que se refiere a economía, desarrollo social y tecnológico y calidad de vida.
El domingo pasado se realizaron elecciones en cuatro estados de la República Mexicana donde en el más importante (el estado de México), volvió a ganar el partido que más daño le ha hecho al país, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ya sea que haya recurrido al fraude electoral o a la compra masiva de votos.
Hablando de mí, que llevo ya cuatro semanas metido en mi casa alejado de mi trabajo, sé muy bien que mi patología, mi trastorno de personalidad y la soledad en la que vivo determinan en gran medida el modo como percibo la realidad en la que vivo. He escrito varias veces en este blog que tengo características de misántropo, que detesto a la mayoría de las personas, que encuentro muy difícil sentir empatía por otro ser humano y eso pudiera estar determinado porque yo mismo crecí presa de una tremenda falta de comprensión por parte de quienes me rodeaban, especialmente de mis padres. Y al mismo tiempo, esa característica pudiera tener otras causas.
Algo que de veras me molesta es la población que tiene mi país, según Wikipedia 119 millones, lo cual es excesivo en una nación que no tiene los recursos para atender las necesidades de tantísima gente. La verdad es que ser mexicano es una vergüenza. Cada año surge información sobre el lugar que ocupa México en el mundo en corrupción, violencia, calidad de vida, educación, competitividad, etc., y este país aparece siempre en los últimos lugares y descendiendo. No creo que pudiera esperarse otra cosa de un pueblo de gente embrutecida por la injusticia social, por la explotación que ya es institucional en su existencia histórica, por la ignorancia que aqueja a todas las clases sociales y por la estupidez colectiva que tampoco hace distinciones.
Andrés Manuel López Obrador ha surgido en los últimos años como un líder político al que muchos ven como un salvador y otros como una amenaza. A mí en lo personal me es indiferente y tiende a caerme mal. Me molesta su retórica en la que llama a los corruptos “puercos y marranos”. ¿Para qué sirve eso?
Sucede lo mismo con grupos de personas que llevan “ayuda” a grupos de gente necesitada, dándoles clases de bordado y labores manuales y quién sabe cuantas cosas. ¿Qué sucedería si esas decenas de miles de personas que se organizan en partidos políticos se movilizaran para resolver el problema de analfabetismo funcional en nuestra población? Con esto me refiero a alfabetizar a millones de personas que SÍ saben leer, pero que NO comprenden lo que leen. Que además le enseñaran a estas gentes a dominar las cuatro operaciones de la aritmética, el uso del punto decimal, a calcular porcentajes y geometría plana y del espacio. Alfabetizar a una nación, ¿no haría posible hacerle comprender cuál es la labor de cada servidor público y cuáles son los derechos y los recursos de los ciudadanos? Eso no se logra llamándole a nadie “puercos y marranos”.
Por estos días se dio la noticia de que el cardenal Norberto Rivera Carrera presentó su renuncia como arzobispo al papa Francisco, y simultáneamente ha sido denunciado como encubridor de 15 sacerdotes pederastas; un verdadero delincuente, si bien la noticia no constituye ninguna novedad. ¿Hay alguien que no sepa que el Vaticano es una institución criminal y lo ha sido durante 1000 años? El 27 de abril de 2014 —día en que yo cumplí 50 años de edad— el papa Juan Pablo II fue canonizado, cuando era un hecho bien conocido que siguiendo sus órdenes el cardenal Ratzinger había protegido a decenas de curas pederastas, que arruinaron las vidas de cientos de niños y destruyeron las de otros tantos.
Y esto viene al caso porque la población de México es mayoritariamente católica y esta iglesia tiene mucha responsabilidad en la pobreza, la injusticia social, el atraso y la violencia que ha caracterizado nuestra historia. El alto clero católico está protegido por las élites políticas y empresariales de México y la enorme mayoría de la población lo ignora. Norberto Rivera y otros muchos delincuentes del clero, duermen tranquilos, sabiéndose impunes.
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