Cuando desperté eran las 20:00 horas y fui a la habitación de mi madre a hablar con ella. Me mostró entonces una conversación que tuvo vía whats app con mi hermana Yolanda, que tenía que ver con mi sobrino Marlon, hijo mayor de mi hermana Verónica, fallecida hace 11 años. Parece que este muchacho de 25 años anda mal y sorprendentemente este hecho me resulta indiferente. Unos días antes nos enteramos que las dos hijas adolescentes de Verónica (que viven en Tepic, con su padre) también están teniendo problemas serios. Entonces, posiblemente motivado en parte por la furia que sentía, pensé que los problemas de esas personas son suyos y no míos, que no son mi responsabilidad y que yo no tengo por qué preocuparme por ellos.
He sufrido mucho por la muerte de mi hermana menor, acaecida en abril de 2006, cuando yo acababa de cumplir 42 años, pero la verdad es que lo que ella hizo trajo mucha porquería a mi vida. Verónica se involucró con un individuo aproximadamente de su edad con el que tuvo un hijo, y eso hizo que Yolanda conociera al hermano de ese tipo y poco después se casara con él. De esto último han pasado cerca de 24 años y la mayor parte de lo que eso implica ha sido pura porquería.
Cano Hernández son los apellidos de esos dos hermanos, supuestamente, pues han vivido con identidades falsas desde que llegaron a este país, en su temprana infancia. Los apellidos de mis sobrinos son Cano Madrid y en este momento quisiera que ninguno de nosotros, los hijos de Rafael Madrid y Yolanda Bonilla hubiera tenido descendencia. Verónica, la menor de los cuatro hijos murió dejando tres hijos huérfanos, y los tres tienen problemas que quién sabe si podrán solucionar y a lo mejor pudieran llevarlos a terminar sus vidas trágicamente.
Lo peor de cómo han transcurrido todos estos años, más de un cuarto de siglo, ha sido la invasión a mi hogar, el modo como mis hermanas y sus parejas han ultrajado a una familia de por sí enferma. Marlon, esposo de mi fallecida hermana Verónica, concibió con ella al mayor de mis sobrinos, que lleva su nombre y después se separó de mi hermana y no se hizo cargo de su hijo. Más tarde Enrique se casó con mi hermana Yolanda e intentó introducirse en mi familia no como un yerno de mis padres, sino como un hijo, o por lo menos como un sustituto del buen hijo que estos no tuvieron.
Y este individuo despreciable, Enrique Manuel Cano Hernández se dedicó a propagar intrigas dentro de la familia y a causar problemas, y concibió dos hijas con mi hermana Yolanda. Quienes conocen a esa pareja saben que mi hermana mantiene a su cónyuge, pero quienes tienen una relación geográficamente lejana ignoran este hecho y ese vividor se dedica a enlodar mi nombre diciéndole a parientes míos, de mis familias paterna y materna, que soy un problema para él y para mi hermana y que mi madre propicia mi comportamiento y me protege.
De pronto me di cuenta de que me siento terriblemente deprimido. Vuelvo a sentir lo brutal de mi realidad y el hecho de que pese a que mi padre murió hace nueve años y medio, la violencia no termina. Ese monstruo ya no puede violentarme vomitando veneno sobre mí a mis espaldas, pero no hace falta, porque ahora lo hacen otras personas.
Mis hermanas Mónica y Yolanda se han comportado como mis peores enemigos siendo las personas más cercanas a mí, por ser mi familia directa.
En septiembre del año pasado, un incidente con mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi mamá, me hizo sentir terriblemente mal, no tanto porque ese señor signifique algo para mí, sino porque simboliza la violencia en la que he vivido desde mi más temprana infancia y sigue presente después de más de 50 años.
Últimamente he tenido la oportunidad de dialogar con mi madre sobre mi tía Susana y me ha quedado claro que no era una buena persona. Ese fue un segundo suicidio entre mis tíos maternos. Su esposo, mi tío Paco parece ser un error de la naturaleza, una mujer en el cuerpo de un hombre. Ahora que lo recuerdo junto con su esposa, los veo en mi mente como una pareja de lesbianas, y ante la imposibilidad de lastimar más al viejo maricón, me da mucho gusto que sufra.
Esa familia Mendoza Bonilla son la clase de personas que admiraban a la basura que tuve de padre, y tienen a mis hermanas Mónica y Yolanda (sobre todo a esta última) en alta estima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario