domingo, 25 de junio de 2017

Domingo 25 de junio


Regresé al trabajo el jueves 15 de junio y los primeros días fueron de urgencia y presión porque había que terminar un DMF para el martes 20, para lo cual un documento de 289 páginas se dividió en dos partes, una de las cuales la haría yo, y la otra Inés, una compañera que desempeñó el puesto de traductora cuando ingresó. El sábado 17 de junio fui a trabajar y lo hice durante siete horas, pues me había dado cuenta de que las 144 páginas que a mí me tocaban incluían tramos laboriosos que no me sería posible tener terminados para el martes siguiente si no asistía durante el fin de semana. Esa fecha límite tuve el trabajo terminado, a diferencia de Inés, a quien el miércoles 21 le faltaba mucho y se me asignaron las últimas 30 páginas de la mitad que le había tocado a ella.

El jueves de la semana anterior, cuando regresé, conocí a otra compañera, María de Jesús, mayor que yo, que ahora es la persona de más edad en la oficina, a quien contrataron como traductora. La señora parece no ser muy inteligente ni particularmente competente, aunque sí parece ser muy dedicada. Hasta el momento he evitado decirle algo respecto a su interés en estarme dando consejos que ni le he pedido ni necesito. Le comenté que no tengo estudios de química y que tampoco soy muy diestro en el manejo del programa Word de Microsoft, y esta señora interpretó mi comentario como que soy un inútil y no tengo la capacidad para hacer mi trabajo. Curiosamente, el miércoles pasado (21 de junio) por órdenes de Silvia, la directora del departamento, me hicieron llegar un archivo que María de Jesús tradujo del español al inglés para que yo lo revisara y corregí muchos errores, algunos comprensibles; otros que reflejan franca tontería.

Por lo demás, me he sentido bien, pero en esta segunda semana de trabajo (del lunes 19 al viernes 23 de junio) sentí nuevamente el tedio de la rutina diaria y al llegar a casa no hice nada que no fuera sentarme en la sala a mirar un video mientras tomaba agua mineral con whiskey y cacahuates. Más tarde comía para después salir a pasar a mis mascotas Chora y Clara.

El viernes salí del trabajo tres horas más temprano y me dirigí a casa. Pensaba comenzar hacer ejercicio con una sesión de ejercicio en los rodillos, pero me acosté a dormir una siesta y me seguí toda la tarde. Ayer sábado sí me ejercité en los rodillos y con mancuernas, pero hoy domingo me sentí cansado y decidí no forzarme. En este momento son las 16:30 horas del domingo 25 de junio y en poco tiempo llegará la hora de dormir para levantarme muy temprano el día de mañana y comenzar otra semana laboral de jornadas muy largas llenas de tedio, con días muy calurosos en los que no sucede nada, durante los cuales hay que soportar la lentitud y el aburrimiento esperando que llegue el fin de semana que transcurrirá muy rápidamente en una repetición incesante que no tiene mucho sentido.

¿Qué hacer para cambiar esto?

Este mal que me aqueja, el aburrimiento, es una pandemia que azota a muchos millones, no nada más a mí. De ahí el gigantismo de la industria del entretenimiento. En mi caso paso demasiado tiempo en twitter. Escucho radio, cada vez menos porque la mayor parte del tiempo su programación es pura basura. He comprado libros que tardo mucho tiempo en empezar a leer. A raíz del accidente de principios de mayo, mi actividad deportiva cayó casi a cero y ahora empezará a desarrollarse otra vez, pero habiendo abandonado el uso del velocímetro, o ‘ciclocomputadora’ su uso no quedará registrado en ninguna parte. Paso la mayor parte del tiempo solo, conmigo mismo, con mis pensamientos enloquecedoramente repetitivos, con mi obsesividad, preocupándome por eventos que tienen muy poca probabilidad de que sucedan.

Lo que sí es un hecho es que mi país está sobrepoblado. Según cifras oficiales, ya somos 129 millones y algo que no me cabe en la cabeza es que tanta gente tan jodida y dada a la chingada no tenga conciencia de su realidad y se reproduzca. Mañana es lunes y al regresar deberé pasar por una calle a un costado de una iglesia a donde vienen centenares de feligreses en todo tipo de vehículos. No pueden faltar las camionetas town & country y las camionetas pick up, que con los demás automóviles desquician el tráfico y aunado a las altas temperaturas y la abundancia de gente jodida (de todos los orígenes sociales), producen un estrés desquiciante y así comienza cada semana, la aportación del catolicismo con tanta porquería que lo caracteriza.

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