Rachel regresó a su cuarto una
vez terminada la consulta con el Dr. Padgett. Era hora de visita y su esposo la
estaba esperando. Tim la abrazó, le entregó un pequeño ramo de flores y
comenzaron a hablar del hospital y de sus hijos. Pero Rachel tenía la mente en
otra parte, trataba de asimilar su experiencia con el Dr. Padgett, no podía
dejar de pensar en él.
Como si el doctor lo hubiera
percibido, tocó en la puerta abierta y entró y se presentó con Tim. Se
estrecharon las manos y el Dr. Padgett entregó a Rachel un delgado paquete de
información escrita.
He
pensado en este asunto y he decidido que me gustaría trabajar contigo en
terapia. Tienes problemas muy serios, Rachel, y pienso que el tipo de
tratamiento que ofrezco puede ayudarte. De hecho pienso que en tu caso es la
única terapia que puede funcionar. El panfleto describe la terapia a la que me
refiero y debe responder muchas de tus preguntas.
¿Por
qué no le echas un ojo a ver qué te parece? Si tienes más dudas puedes llamar a
mi oficina.
Con esto, el doctor salió del
cuarto. Tim y yo comenzamos a leer inmediatamente el panfleto titulado Psicoterapia psicoanalítica. Mucho era
terminología reiterativa que yo recordaba vagamente de un curso introductorio
de psicología que había tomado años antes. Los orígenes de las neurosis y el
dolor emocional desarrollados en la temprana infancia. El terapeuta trabajaría
con el paciente para revelar emociones dolorosas sepultadas. El deseo natural
del paciente sería mantenerlas sepultadas por medio de mecanismos de defensa,
pero los miedos se harían manejables a la luz del entendimiento racional adulto
junto con asociación libre y pensamientos no censurados.
El terapeuta se pondría del lado
del paciente para pasar a través de sus defensas y permitir que los sentimientos
inmovilizados salieran a la superficie. Como una “pantalla en blanco”, revelaría poco de su vida personal o de sus
sentimientos para facilitar la transferencia, el fenómeno en el que los
pacientes dirigen sus emociones, más probablemente de la infancia, que tienen
como objetivo a otra persona, hacia el terapeuta.
Era material interesante, pero
nada que no haya visto antes. Eran el Freud y el Jung que alguna vez había
memorizado y regurgitado en exámenes.
La parte final del panfleto
despertaba la mayor discusión. La terapia se conduciría en un horario regular,
una, dos o tres veces por semana. Algunos pacientes encontraban “alivio” a sus
síntomas antes de un año, pero a la mayoría les tomaba por lo menos uno a tres
años completar la terapia, y algunas veces cinco años o más. El panfleto hacía
énfasis en que la terapia involucraba mucho tiempo y dinero para el paciente y
un alto grado de compromiso del terapeuta. No habían garantías, decía, pero mucha
gente había encontrado que valían la pena el tiempo y el dinero gastados.
Tim y yo nos sentamos en la cama
desconcertados. Ciento veinte dólares la hora tres veces por semana. ¿Quién
podía pagar eso? Comenzamos a bromear
acerca de la clase de “locos” para los que sería necesaria o se justificaría
terapia por media década, pero la preocupación no hablada era la financiera.
Decidimos que yo iría y revisaría
la alternativa pero no me comprometería a nada, todavía. Tal vez, siendo
bastante inteligente y con voluntad, podía arreglármelas con una sesión por semana
y finiquitar el asunto en seis meses o menos. En realidad, estuvimos de acuerdo
en que yo no encajaba en el hospital, pero en ese asunto también decidimos
esperar y ver hacia dónde nos llevaban los acontecimientos.