miércoles, 27 de agosto de 2014

Primer encuentro de Rachel con su psiquiatra, 2ª parte


Si el Dr. Padget no estaba de acuerdo con mi filosofía, no dio muestras de ello. Se limitaba a escuchar. Mis sentimientos comenzaron a inundar la sala. Comencé hablándole de mi matrimonio apresurado por un embarazo, de todas mis escapadas buscando drogas, las docenas de hombres con los que dormí, muchos de ellos desapareciendo de mi vida al día siguiente, que casi fui violada en la universidad. Las veces que había estado cerca del suicidio pero nunca tuve el valor de llevarlo a cabo. La hipocresía que sentía porque tenía muchos amigos que parecían quererme, cuando sabía que si supieran cómo era en realidad, se alejarían de mí como de algo terrible, que era lo que debían hacer.

Le dije que no podía entender cómo tantas personas eran buenas conmigo si claramente no lo merecía. Compartí las historias de mis horribles actos vengativos y los malos pensamientos que había tenido, y mi deseo secreto de ser sometida a una lobotomía. Solución simple, estúpida. Estaba convencida de que simplemente pensaba más de la cuenta y me provocaba mucho dolor a mí misma. Estaba ensimismada y usaba mi inteligencia para lastimarme. Mi mente debía tenerla  una persona buena y decente, no yo.

Continué con esta diatriba. Las emociones, pensamientos y palabras salían a través de mí con la vehemencia de un huracán, hasta que al final, me sentí exhausta e increíblemente tonta, avergonzada y apenada. Como me había dicho la hermana Luisa, las palabras son poderosas, una vez que se dicen no hay forma de dar marcha atrás. Me dejé caer nuevamente en mi silla sintiendo remordimiento por todo lo que había dicho. Probablemente había hablado demasiado y él me encerraría de por vida.
Finalmente el Dr. Padgett habló con una voz amable aunque más bien aguda, pero tranquilizadora.

Has padecido mucho sufrimiento y es difícil que confíes en otra persona, difícil que creas que a alguien le importas porque siempre te has odiado a ti misma. En un nivel, has querido que la gente crea tu fachada de mujer ruda, pero en un nivel más profundo has deseado que alguien pueda superarla para llegar a ti y escuchar a tu corazón. Sin embargo, has tenido miedo de que nadie en el mundo lo entienda, o peor, que huyan de ti.”

La vida es verdaderamente difícil para ti porque hubieras querido nacer siendo hombre. Ves a los hombres como fuertes y rudos y pones una gran fachada de hombre. Te comportas y hablas como tal, pero dentro de ti sabes que no eres hombre. Eres mujer y como tal, te consideras débil, manipuladora y sin ningún valor. No importa que tanto lo intentes, no puedes cambiar la realidad de tu género por lo tanto, te metes en esa trampa de crear una charada, sintiéndote hipócrita mientras dentro de ti sientes furia y vergüenza porque eres inequívocamente mujer, profundamente vulnerable y sensible al dolor tanto como actúas a ser ruda en tu exterior. Necesitas a otras personas; las necesitas tanto que te asusta. Las ahuyentas para que no se acerquen demasiado y sin embargo lo lamentas cada vez que lo haces.

Afirmas que no quieres que nadie te entienda, pero no es así. Lo deseas mucho, es sólo que no crees que sea posible que alguien te entienda y no puedes tolerar que te vuelvan a defraudar.

Mis ojos se humedecieron y sentí una increíble calidez interior. Me sentía atraída hacia este hombre. ¿Cómo sabía que odiaba ser mujer? Nunca le dije eso. ¿Cómo sabía de mi fachada ruda, que apartaba a la gente de mí atacándolos como si no importaran deseando al mismo tiempo que se interesaran en mí?

El Dr. Padget había puesto mis pensamientos, incluso los inconscientes, en palabras. Tan pronto les dio voz, supe que eran innegablemente ciertos. En una sola reunión, había tocado un lugar dentro de mí que nadie había tocado antes. Era más un asunto de comprensión hacia mí. Su entendimiento estaba envuelto en empatía y preocupación. Quería ayudar.

Me sentí más atraída hacia él en esta primera visita de lo que nunca me había sentido atraída por nadie más en toda mi vida. Había intentado perforar su fachada y en cambio, gentilmente él le había quitado el velo a la mía. Me había equivocado.

Este no era un hombre ordinario.

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