viernes, 29 de agosto de 2014

Terapia para Rachel

Rachel regresó a su cuarto una vez terminada la consulta con el Dr. Padgett. Era hora de visita y su esposo la estaba esperando. Tim la abrazó, le entregó un pequeño ramo de flores y comenzaron a hablar del hospital y de sus hijos. Pero Rachel tenía la mente en otra parte, trataba de asimilar su experiencia con el Dr. Padgett, no podía dejar de pensar en él.

Como si el doctor lo hubiera percibido, tocó en la puerta abierta y entró y se presentó con Tim. Se estrecharon las manos y el Dr. Padgett entregó a Rachel un delgado paquete de información escrita.

He pensado en este asunto y he decidido que me gustaría trabajar contigo en terapia. Tienes problemas muy serios, Rachel, y pienso que el tipo de tratamiento que ofrezco puede ayudarte. De hecho pienso que en tu caso es la única terapia que puede funcionar. El panfleto describe la terapia a la que me refiero y debe responder muchas de tus preguntas.

¿Por qué no le echas un ojo a ver qué te parece? Si tienes más dudas puedes llamar a mi oficina.

Con esto, el doctor salió del cuarto. Tim y yo comenzamos a leer inmediatamente el panfleto titulado Psicoterapia psicoanalítica. Mucho era terminología reiterativa que yo recordaba vagamente de un curso introductorio de psicología que había tomado años antes. Los orígenes de las neurosis y el dolor emocional desarrollados en la temprana infancia. El terapeuta trabajaría con el paciente para revelar emociones dolorosas sepultadas. El deseo natural del paciente sería mantenerlas sepultadas por medio de mecanismos de defensa, pero los miedos se harían manejables a la luz del entendimiento racional adulto junto con asociación libre y pensamientos no censurados.

El terapeuta se pondría del lado del paciente para pasar a través de sus defensas y permitir que los sentimientos inmovilizados salieran a la superficie. Como una “pantalla en blanco”,  revelaría poco de su vida personal o de sus sentimientos para facilitar la transferencia, el fenómeno en el que los pacientes dirigen sus emociones, más probablemente de la infancia, que tienen como objetivo a otra persona, hacia el terapeuta.

Era material interesante, pero nada que no haya visto antes. Eran el Freud y el Jung que alguna vez había memorizado y regurgitado en exámenes.

La parte final del panfleto despertaba la mayor discusión. La terapia se conduciría en un horario regular, una, dos o tres veces por semana. Algunos pacientes encontraban “alivio” a sus síntomas antes de un año, pero a la mayoría les tomaba por lo menos uno a tres años completar la terapia, y algunas veces cinco años o más. El panfleto hacía énfasis en que la terapia involucraba mucho tiempo y dinero para el paciente y un alto grado de compromiso del terapeuta. No habían garantías, decía, pero mucha gente había encontrado que valían la pena el tiempo y el dinero gastados.

Tim y yo nos sentamos en la cama desconcertados. Ciento veinte dólares la hora tres veces por semana. ¿Quién podía  pagar eso? Comenzamos a bromear acerca de la clase de “locos” para los que sería necesaria o se justificaría terapia por media década, pero la preocupación no hablada era la financiera.

Decidimos que yo iría y revisaría la alternativa pero no me comprometería a nada, todavía. Tal vez, siendo bastante inteligente y con voluntad, podía arreglármelas con una sesión por semana y finiquitar el asunto en seis meses o menos. En realidad, estuvimos de acuerdo en que yo no encajaba en el hospital, pero en ese asunto también decidimos esperar y ver hacia dónde nos llevaban los acontecimientos.

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