Padezco
un trastorno de personalidad, el límite, también conocido como borderline. A principios
de mayo de 2011, me dijo la dama que en ese entonces era mi psiquiatra que ese
trastorno estaba considerado como muy grave.
Desde
hace tres años estoy bajo tratamiento con fármacos, pero no es suficiente.
Necesito terapia psicológica, pero hasta el momento no me ha sido posible
conseguirla.
El
pasado miércoles 6 de agosto, salí de la casa y cuando regresé, una hora y
media más tarde, me encontré que Candy, mi perrita maltés, había sufrido un
accidente: un carro le pasó por encima, aunque no las llantas. Mi pequeña
mascota no sufrió lesiones, pero estuvo más de 48 horas en shock. El día
siguiente, jueves 7 de agosto, tuve un diálogo con mi vecina Fany, a quien yo
tenía en alta estima, cuando me preguntó por mi perrita. Fany se portó muy
agresiva y muy grosera conmigo, algo que yo nunca esperé y en el momento me
hizo sentir mal, pero días más tarde desencadenó una crisis.
La
crisis se debió a algo que hizo mi hermana Yolanda, a partir del 6 de abril en
que se enojó muchísimo conmigo por un conflicto en relación con la presencia del
novio de su hija en la casa. Cuando mi hermana no pudo imponer su voluntad
comenzó a buscar a otras personas como mi sobrino Marlon y su novia Andy para
hablar mal de mí a mis espaldas. Lo más grave del asunto es que la mayor parte
de lo que dijo fueron mentiras.
Desde mi
infancia he sido el chivo expiatorio de mi familia. Ya llegué al medio siglo de
vida y eso no ha cambiado. Mi padre fue un hombre terrible que se dedicó a
odiarme y destruyó mi vida. Cuando llegué a la edad adulta, comencé a eludir el
trabajo porque quería superar mis deficiencias académicas con intención de
regresar a la universidad a concluir una licenciatura en ingeniería. Había comenzado
una licenciatura en ingeniería a los 19 años con enormes vacíos de
conocimiento. Padecí desde el principio de un trastorno con déficit de atención
con hiperactividad que nunca se detectó y por eso jamás adquirí conocimientos
indispensables para el estudio de una licenciatura en ingeniería. De ahí mi
determinación a ponerme a estudiar para adquirir todos esos conocimientos que
no aprendí en seis años de primaria, tres de secundaria y tres de preparatoria.
No busqué un empleo porque temía que si trabajaba, no iba a tener tiempo ni
energía para estudiar e iba a quedarme trunco. Me encerré en mi habitación y me
puse a estudiar como autodidacta materias de ingeniería e inglés. Fue una época
excepcionalmente difícil porque siendo un hombre joven habría necesitado ser
productivo, tener mis ingresos y convivir con otras personas, tener un círculo
social, compañeros de trabajo, amigos y una pareja; además de la obligación de
ser autosuficiente y contribuir económicamente al sostenimiento del hogar
paterno. En lugar de eso, viví en una tremenda soledad, pese a habitar una casa
en la que vivían mis padres y mis tres hermanas. Mis papás creían que yo había
terminado mi licenciatura e inexplicablemente no conseguía un empleo. Yo no iba
a decirles la verdad por temor a las consecuencias. Pensaba trabajar más tarde
y ahorrar el dinero para regresar a la universidad, pero debido a mi trastorno
de personalidad, jamás lo hice. Mi existencia ya no aparentaba siquiera la de
un individuo normal. Era un muchacho de veintitantos años que vivía metido en
su casa, estudiando por temporadas, haciendo demasiado ejercicio, en
aislamiento y soledad en medio de una familia muy disfuncional y teniendo a mi
padre como un implacable enemigo.
No fallé
del todo. Logré superar mis deficiencias académicas. Cuando me inscribí a la
facultad de ingeniería, no dominaba siquiera las cuatro operaciones de la
aritmética. Sabía sumar y multiplicar, no sabía restar ni dividir. Después de
mis prolongados esfuerzos ya como adulto, encerrado en mi habitación, conseguí
un buen dominio de las matemáticas a nivel ingeniería y desde entonces soy muy
competente con esta materia. También conseguí un dominio muy respetable del
idioma inglés, que hablo, leo, escribo y traduzco. Ese esfuerzo que realicé a
lo largo de largas temporadas en circunstancias muy difíciles sirvió para
elevar mi autoestima y para que llegara a respetarme a mí mismo. Haberme dado
por vencido o haberme inscrito en una carrera de las que no llevan números, me
habría llevado a verme a mí mismo como un individuo cobarde que evita enfrentar
y superar sus deficiencias.
Sin
embargo, no pude concluir mi licenciatura en ingeniería. Cuando lo volví a
intentar, volví a fallar.
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