miércoles, 27 de agosto de 2014

Primer encuentro de Rachel con su psiquiatra, 1ª parte


En el capítulo 2, Rachel nos describe su primer encuentro con el Dr. Padget, psiquiatra de guardia en el hospital en el que había sido internada el día anterior debido a una crisis en la que amenazó con quitarse la vida. Sus dos pequeños hijos se habían quedado al cuidado de su esposo.

“Pequeña sala de conferencias” era un término inexacto. Era un cubículo con apenas el espacio suficiente para una pequeña mesa de forma redonda y dos sillas. No habían ventanas ni imágenes de ningún tipo. Rachel se sentó en su silla con el Dr. Padget frente a ella. Sintiéndose nerviosa se ocupó en descifrar el patrón de la alfombra y en contar las losas acústicas del techo. Se mantenía callada pues no tenía nada que decirle al hombre que tenía enfrente. Se suponía que él era el psiquiatra, que él hiciera las preguntas.

Rachel esperaba una serie de preguntas abiertas. ¿Por qué creía que estaba ahí? ¿Qué pensaba de su madre, de su padre, de su infancia? ¿Qué veía en una mancha de tinta? Estaba convencida de que ese hombre jamás podría penetrar en su mente. Quería irse ese mismo día.

Rachel permanecía sentada sin decir una palabra aparentemente contenta con esa situación. Estaba decidida a vencer a su doctor haciendo que él hablara primero, que rompiera el silencio; confiaba en que no podían quedarse ahí todo el día. Sin embargo, el silencio pronto se volvió opresivo, sus emociones daban vueltas, la abrumaban. Miró los ojos del doctor, que se enfocaban con intensidad en ella, no una mirada fija, tampoco una disección clínica. En la misma medida en la que trataba de alejarse de ese hombre, de controlar el encuentro, se sintió atraída por lo que veía en esos ojos. Finalmente no pudo refrenar sus emociones.

Rachel comenzó expresando que lo que había sucedido el día anterior había sido un pequeño exceso pero pudo manejarlo, que había estado de acuerdo con el pastor de la iglesia en seguir sus instrucciones pero no esperaba acabar en un hospital y no necesitaba estar ahí. El Dr. Padget le preguntó entonces por qué razón creía que estaba ahí.

Me alteré ayer y sentí el deseo de morir. Llamé a una línea de ayuda pero en realidad no iba a hacer nada. Quisiera tener el valor para eso, pero no lo tengo. Soy un fraude. En realidad nunca quise matarme y jamás lo haré. Fue solamente una llamada de auxilio.

Rachel continúa diciéndole que cuenta con un buen esposo y dos hermosos hijos, padres que la aman, muchos amigos, una buena educación y un buen cociente intelectual. Tiene el mundo a su favor, y todo mundo lo dice. Solamente tiene que recordarse a sí misma lo que tiene y es todo.
Mientras tanto, el Dr. Padget permanece en silencio.

Rachel afirma que es dura y así ha ido por la vida. Expresa su convicción en que no necesita la ayuda de nadie. Piensa que los profesionales de la salud mental juegan con la mente de otros y antes de que se den cuenta, los han convencido de que están tan dañados que no pueden prescindir de ellos. Hacen que sus pacientes dependan de ellos y culpan de todo a sus padres, a su perro a cualquiera menos a ellos mismos. Los absuelven de todo, por una cuota, aunque probablemente sean solamente gente que no vale nada.

“Si usted cree que va a hacerme eso, jódase porque no va a ser así. Si algo he aprendido en esta vida de porquería es que no se puede confiar en nadie para lidiar con la porquería. Los demás tienen su propia porquería con que lidiar. La vida apesta, punto. La gente miente y engaña y roba y mata y provoca guerras, siempre ha sido así y siempre lo será. Soy la más sana, no estoy loca, solamente tengo la inteligencia suficiente para darme cuenta de que no va uno por la vida con juegos de ‘confía en mí y yo confío en ti’, creyendo en dioses que son un fraude e involucrándose con psiquiatras que le besan a uno el trasero y tratan de convencerlo de que su vida no es la porquería que es. Uno avanza siendo más duro que otros. Puedo manejar cualquier cosa que me encuentre y no necesito que nadie más lo haga. Punto.”  

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