Finalmente, el Dr. Padgett
planteó las reglas básicas de la terapia. Eran muchas. La terapia se conduciría
con un fuerte énfasis en la asociación libre ―pensamientos no censurados en un
ambiente controlado mediante un fuerte conjunto de reglas. Una “hora” serían
solo cincuenta minutos, tras los cuales la sesión terminaría
independientemente del punto que
hubiéramos alcanzado. Se responderían preguntas sobre sus credenciales
académicas en cualquier momento, pero ninguna sobre su vida personal. Yo debía
ser sincera en todo momento, si él detectaba que no era así, interrumpiría para
redirigir la conversación. No era su política recibir llamadas telefónicas de
sus pacientes durante una sesión con otro paciente, ni tampoco permitir
llamadas fuera de sesión que se convirtieran en terapia telefónica. Yo tenía 50
minutos de su atención y su concentración absoluta para explorar mis
sentimientos en sesión, y debería aprender a hacer buen uso de ese tiempo, más
que actuar esas emociones en otro lugar.
¿Asociación libre? De alguna
manera el contexto parecía todo menos libre.
En los últimos minutos de la
sesión, cuando él miraba el reloj digital que sólo él podía ver, me entregó un
informe de tres páginas para que lo revisara antes de nuestra siguiente sesión.
Era el resultado de una prueba de perfil psicológico de opción múltiple que
apenas recordaba en mi primer día como paciente interna del hospital. Cuando
leía el primer párrafo, sentí náuseas. Me di cuenta de que había fallado la
prueba.
Antes de que pudiera leer más, el
Dr. Padgett sonrió, asintió con la cabeza y dijo “es todo por hoy”.
Era una frase que llegaría a
odiar con todo mi ser.
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