lunes, 22 de septiembre de 2014

Terapia para Rachel, ella descubre su diagnóstico

Estaba de regreso en casa, de mi estancia en el hospital, desempacando mi maleta, cuando vi una hoja de papel rosa. Era una forma con el logo del hospital titulada “Plan de tratamiento para el paciente”. Habían varias rúbricas en la parte inferior, incluyendo las del Dr. Padgett, una enfermera que asumí era la autoritaria, y la mía. No recordaba haberla firmado, pero lo había hecho con muchos papeles durante mi estadía. Antes de arrojarla a la basura, me pregunté qué había firmado.
                              
Contenía muchos términos especializados sobre ideación suicida. Una escala de estrés, lo que significara eso, mostraba ansiedad abrumadora. Reconocí la caligrafía del Dr. Padgett en la sección marcada “médico”. Sin embargo, él había escrito el diagnóstico, anorexia nerviosa. Eso no era  sorpresa, pero esta vez había un segundo diagnóstico: trastorno límite de la personalidad.

¡Trastorno límite de la personalidad! ¿Qué demonios era eso? Jamás en mi vida había escuchado el término, pero sonaba enfermo, torcido, demencial―loco.  El Dr. Padgett había mencionado un número de términos psiquiátricos en el curso de la terapia pero jamás había mencionado este. Y sin embargo, aquí estaba de su propio puño y letra. ¿Cómo pude firmar ese papel sin haberme dado cuenta?

Dejé de empacar y me dirigí directamente a la biblioteca pública y al quiosco de microfichas. Bajo la categoría “materia―trastorno límite de la personalidad”, se listaban tres libros y uno captó mi atención inmediatamente: Te odio, no me dejes.

Estas eran las palabras que el Dr. Padgett había usado para describir este odio-amor alterno de mis relaciones en blanco y negro. No era sólo una frase que había acuñado, sino el título de un libro―un libro dedicado enteramente a un diagnóstico del que el doctor, por alguna razón, no me había informado. ¿Por qué no me lo había dicho?

Manejé hasta la librería con la impresión de computadora en mano. I Hate You, Don’t Leave Me: Understanding the Borderline Personality Disorder de Jerold J. Kreisman, M.D., y Hal Straus. Encontré un ejemplar de la edición rústica en el anaquel de psicología y pasé el resto de la tarde y la mañana siguiente devorándolo.

Era una lectura irresistible, un retrato exhaustivo de una enfermedad mental severa―una que podía tener consecuencias dañinas no sólo a los que la padecen, sino también a sus seres queridos.

“Borderlines”, como se les llamaba, tenían una inclinación abrumadora a autodestruirse. El diez por ciento de los borderlines cometían suicidio; todavía más se involucraban en comportamiento impulsivo, peligroso, autodestructivo. Las adicciones químicas y el abuso marcaban el trastorno, al igual que el manejo peligroso y los trastornos alimenticios.

Claramente el Dr. Padgett había estado diciendo la verdad al afirmar que la terapia era un asunto de vida o muerte. No sólo el trastorno límite de personalidad (TLP) era serio, de acuerdo con los autores, sino también excepcionalmente difícil de tratar.

Los borderlines estaban representados fuera de proporción en la población psiquiátrica interna y eran propensos a un conjunto de episodios de otras enfermedades mentales: depresión mayor, dependencia química y anorexia, por nombrar algunos. Frecuentemente lo más que se podía esperar era tratar estos episodios conforme ocurrían y posiblemente controlar algún comportamiento relacionado con TLP tal como explosiones de ira, manipulación dañina, y actos compulsivos de autodestrucción. Controlar, pero no curar.

El pronóstico era sombrío y un número significativo de borderlines estaba destinado a llevar vidas de turbulencia; vidas entrando y saliendo de pabellones psiquiátricos, prisiones e instituciones. Los casos de recuperación significativa eran raros y siempre involucraban varios años de psicoterapia intensiva.

No podía ser mi caso, ¿verdad? Tenía que haber algún error. Para descubrir la respuesta por mí misma, revisé de cerca los criterios para TLP de la American  Psychiatric Association’s Diagnostic and Stadistical Manual of Mental Disorders (DSM), el grueso libro que los psiquiatras usan para determinar un diagnóstico de enfermedad mental.

Criterios de diagnóstico para el trastorno límite de la personalidad: un patrón frecuente de inestabilidad en el estado de ánimo, relaciones interpersonales y autoimagen, comenzando en la temprana edad adulta y presente en una variedad de contextos, como lo indican por lo menos cinco de los siguientes:

(1)   Un patrón de relaciones inestables e intensas caracterizadas por alternar entre extremos de sobreidealización y devaluación. El pensamiento en blanco y negro, el fenómeno buena/mala persona que el Dr. Padgett había señalado. Un sí definitivo.

(2)   Impulsividad en al menos dos áreas que son potencialmente dañinas, por ejemplo, gasto, sexo, abuso de sustancias, robo, manejo peligroso, atracones de comida. (No incluir comportamiento suicida o de automutilación cubierto en (5). Había tenido sexo promiscuo con más parejas de las que podía recordar hasta que comenzó mi relación con Tim. Elevado consumo de alcohol y uso de drogas ilegales que había disminuido con los nacimientos de Jeffrey y Melissa pero que todavía estaba presente. Las carreras a media noche probablemente satisfacían este criterio. Ciertamente la anorexia sí. El Dr. Padgett siempre estaba trayendo a colación mi comportamiento fuera de control. Este también era un sí.

(3)    Inestabilidad afectiva: cambios marcados de comportamiento del estado de ánimo base a depresión, irritabilidad o ansiedad, usualmente con una duración de unas cuantas horas y rara vez más de unos días. Otro sí definitivo.


(4)    Furia inapropiada, intensa, o falta de control de esa furia, por ejemplo, expresiones frecuentes de temperamento, furia constante, peleas físicas recurrentes. Había batallado toda mi vida para mantenerlo bajo control, tratando de tomar en cuenta la advertencia de la hermana Luisa de años atrás respecto al poder dañino de las palabras. Sin embargo, las explosiones contra Tim se habían incrementado, y mi temperamento explosivo con Jeffrey, para empezar, me había llevado a buscar ayuda. El Dr. Padgett había debilitado mis defensas y así el control de mis emociones, había presenciado muchas veces esa furia  intensa e inapropiada. Tenía que admitir que este también era un sí definitivo.

(5)    Amenazas o gestos de suicido recurrentes, o comportamiento de automutilación. La ideación suicida y las amenazas eran tan frecuentes que habían provocado que el Dr. Padgett amenazara con internarme. Las dos carreras hacia el West Side, antes de y durante mi primera hospitalización, satisfacían este criterio. No estaba segura de que la anorexia encajara en esta categoría. Nunca había hecho un verdadero intento de suicidio, nunca tragué píldoras o puse un arma en mi cabeza, pero había pensado mucho en eso y había hablado de eso con frecuencia. Concluí que este también era un sí.

(6)   Alteración marcada y persistente de la identidad manifestada por incertidumbre respecto al menos dos de los siguientes: autoimagen, orientación sexual, metas a largo plazo o elección de carrera, tipos de amigos deseados, valores preferidos. Claramente me odiaba a mí misma, aunque en ocasiones era propensa a delirios de grandeza seguidos de bajones aplastantes. Ahora, lidiando con el concepto de fragmentación (partes de mí en conflicto), mi autoimagen definitivamente era un serio problema. En el área de orientación heterosexual versus homosexual, no había tenido duda, pero tenía dificultades muy serias al aceptar mi género. Las metas de largo plazo eran casi imposibles de contemplar, ya no se diga de sostener, siquiera brevemente. Este también tenía que ser un sí.

(7)   Sentimientos crónicos de vacío y aburrimiento. Había hecho intentos frenéticos por mantenerme ocupada para escapar de ellos, cosa que nunca pareció funcionar mucho tiempo. Este punto era un indudable sí, algo que había sabido acerca de mí misma mucho antes de entrar a terapia.

(8)   Esfuerzos frenéticos por evitar abandono real o imaginario. (No incluya comportamiento suicida o de automutilación cubierto en [5]). La ruda parte de mí me-importa-una-mierda resistía la identificación de este criterio, aborreciendo el concepto de dependencia, pero el Dr. Padgett había señalado los temores de abandono en varias ocasiones. Tuve que dar a este un sí, aunque habría preferido pensar de él como un sí con reservas.


El asunto ahora era mi diagnóstico. Ya había sido una paciente interna en tres ocasiones en menos de un año y asistía a tres sesiones de terapia a la semana. ¿Era esto lo que podía esperar para el resto de mi vida?

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