Para cuando hube alcanzado mi
meta de 55 kg, supe que mi “dieta” no era como las dos que había manejado
exitosamente después de dar a luz. En su lugar, era un eco de mi anorexia de
1978: el aislamiento, la obsesión y el alejamiento de las relaciones optando en
su lugar por actividad frenética. El número en la báscula me dijo que era el
momento de volver a comer con regularidad. Sin embargo, un plato de comida que
no pertenecía a la dieta me provocaba náusea. No podía obligarme a comerlo o
probaba una pequeña porción y tiraba el resto, diciendo que estaba satisfecha.
Comer una barra de caramelo me conducía a horas de recriminación insoportable
al mirar mis muslos “expandirse” ante mis ojos. El único alivio venía de
saltarme la siguiente comida y hacer una sesión triple de ejercicio. Era toda
una penitencia; sólo una lectura igual o menor en la báscula me otorgaba la
absolución.
Tim, al tanto de la historia de
mi adolescencia y de mis dietas post embarazo, se hallaba preocupado. Comenzó a
preguntar si no estaba llevando esto demasiado lejos, así que empecé a mentir
vaciando platos de puré de papa en la basura cuando él no me veía, ocultándolo
cuidadosamente detrás de una toalla de papel o una caja de cereal vacía.
Afirmaba que tenía gripe o había comido un gran refrigerio justo antes de la
cena. Mentiras.
Yo no necesitaba un psiquiatra
que me dijera lo que era esto. No estaba en negación, tenía conciencia de mi
problema, pero no podía controlarlo.
Sintiéndome a merced de algo más
allá de mi control, continué con mi patrón de apertura con el Dr. Padgett y le
comuniqué mi descubrimiento.
“Dr. Padgett,” dije, “sé que
ahora mismo tengo un peso normal. No me veo emaciada o nada parecido y lo sé. Puedo
recordar claramente la anorexia de aquella época y esto es exactamente lo
mismo. ¿Qué hago?” Volvía a entregarme. Era
otra vez el humilde penitente ante el confesor. Esperaba la reacción
amenazadora de mi padre, la insistencia de mis amigos, o el temor de Tim.
Tal vez el Dr. Padgett sabía cómo
reaccionaría yo ante cualquiera de estos casos ―vería las amenazas como
persecución, ignoraría la insistencia o le adjudicaría malos motivos, o
disfrutaría el temor, así que no me respondió como había esperado. No me dijo
que si había alguien que debía saber de esto era yo y que mejor “pusiera los
pies en la tierra y comenzara a comer”.
En su lugar, vio la reemergencia
de la anorexia como evidencia de que yo verdaderamente estaba reprimiendo a una
niña interior. La solución a este problema más reciente no era dar sermones
sobre hábitos de alimentación, sino explorar las emociones de mi niña interior.
Este episodio anoréxico no era una coincidencia, sino la última forma de
defensa. No querer comer estaba ligado a no querer sentir. “Piensa en tus
temores sepultados y en tus sentimientos irracionales como esos bichitos gordos”,
dijo él. “Tú sabes, los que se arrastran bajo las piedras. Cuando levantas una
piedra y los expones a la luz, rápidamente forman una bolita de dura cubierta.
Cuando la amenaza de exposición se ha ido, rápidamente corren hacia la roca más
cercana”.
“Tienes sentimientos dolorosos y
atemorizantes dentro de ti, tan atemorizantes que preferirías sufrir
indefinidamente, algunas veces preferirías morir antes de verlos a la luz del
día. Tus defensas son las piedras bajo las que te escondes. La terapia es un
proceso que busca poner tus peores temores, los bichos gorditos, a la luz, que
es exactamente lo que una parte de ti quiere hacer; la parte que recientemente has estado mostrando aquí”.
“Pero no es la única parte de ti.
La otra parte tiene tanto miedo que hará casi cualquier cosa para evitar el
escrutinio. Así que encuentra más piedras bajo las que los bichos puedan
esconderse, la roca de la ira, la roca de me-importa-un-bledo, la roca ‘jódete
Dr. Padgett, te odio’, la roca de la ideación suicida; y ahora la roca más
reciente: la roca de la anorexia. Esta no es una enfermedad aparte, Rachel: es
sólo una roca más bajo la cual peden esconderse, un lugar más para evitar
enfrentar los mismos sentimientos”.
¿Quién
es esa otra parte? ¿Quién es esa niña interior de la que siempre está hablando?
¡Odio a esa niña! Me ha destruido en todo momento, con intención de sabotearme.
Quiere matarme. Ahora está tratando de destruir la terapia justo cuando he
recuperado el control y me he estabilizado con trabajo arduo. Quiere
matarme. Bueno, ¡ahora yo quiero matarla!
“Nunca dije que la terapia iba a
ser fácil”, continuó el Dr. Padgett. “Nunca dije que no iba a ser frustrante,
deteniéndose y arrancando otra vez yalgunas veces un paso hacia delante será
seguido de dos pasos hacia atrás. Cada vez que levantamos una piedra y
exponemos esos bichos, esos sentimientos―los bichos― correrán hacia otra roca a
esconderse.”
“Pero un día, Rachel, no quedarán
rocas. Un día habremos levantado la última roca. Sin un lugar donde esconderse,
los bichos se dispersarán para siempre y tú experimentarás una vida que nunca
creíste posible”.
“La roca de la anorexia es
grande, muy intensa. Podría parecer que todo está perdido y que las cosas se
están poniendo peor. Entre menos rocas hayan, más bichos encontraremos bajo las
rocas que quedan. Pero nos estamos acercando a esos sentimientos, Rachel. Cada
vez estamos más cerca. Juntos, nosotros dos vamos a levantar también esa roca,
como ya hemos hecho con todas las otras. Este no es momento para huir, es
momento para sentir”.
Sólo
si esa malvada niña me lo permite, Dr. Padgett. Sólo si ella me lo permite.
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