lunes, 15 de septiembre de 2014

Terapia para Rachel, anorexia

Para cuando hube alcanzado mi meta de 55 kg, supe que mi “dieta” no era como las dos que había manejado exitosamente después de dar a luz. En su lugar, era un eco de mi anorexia de 1978: el aislamiento, la obsesión y el alejamiento de las relaciones optando en su lugar por actividad frenética. El número en la báscula me dijo que era el momento de volver a comer con regularidad. Sin embargo, un plato de comida que no pertenecía a la dieta me provocaba náusea. No podía obligarme a comerlo o probaba una pequeña porción y tiraba el resto, diciendo que estaba satisfecha. Comer una barra de caramelo me conducía a horas de recriminación insoportable al mirar mis muslos “expandirse” ante mis ojos. El único alivio venía de saltarme la siguiente comida y hacer una sesión triple de ejercicio. Era toda una penitencia; sólo una lectura igual o menor en la báscula me otorgaba la absolución.

Tim, al tanto de la historia de mi adolescencia y de mis dietas post embarazo, se hallaba preocupado. Comenzó a preguntar si no estaba llevando esto demasiado lejos, así que empecé a mentir vaciando platos de puré de papa en la basura cuando él no me veía, ocultándolo cuidadosamente detrás de una toalla de papel o una caja de cereal vacía. Afirmaba que tenía gripe o había comido un gran refrigerio justo antes de la cena. Mentiras.

Yo no necesitaba un psiquiatra que me dijera lo que era esto. No estaba en negación, tenía conciencia de mi problema, pero no podía controlarlo.

Sintiéndome a merced de algo más allá de mi control, continué con mi patrón de apertura con el Dr. Padgett y le comuniqué mi descubrimiento.

“Dr. Padgett,” dije, “sé que ahora mismo tengo un peso normal. No me veo emaciada o nada parecido y lo sé. Puedo recordar claramente la anorexia de aquella época y esto es exactamente lo mismo. ¿Qué hago?” Volvía a  entregarme. Era otra vez el humilde penitente ante el confesor. Esperaba la reacción amenazadora de mi padre, la insistencia de mis amigos, o el temor de Tim.

Tal vez el Dr. Padgett sabía cómo reaccionaría yo ante cualquiera de estos casos ―vería las amenazas como persecución, ignoraría la insistencia o le adjudicaría malos motivos, o disfrutaría el temor, así que no me respondió como había esperado. No me dijo que si había alguien que debía saber de esto era yo y que mejor “pusiera los pies en la tierra y comenzara a comer”.

En su lugar, vio la reemergencia de la anorexia como evidencia de que yo verdaderamente estaba reprimiendo a una niña interior. La solución a este problema más reciente no era dar sermones sobre hábitos de alimentación, sino explorar las emociones de mi niña interior. Este episodio anoréxico no era una coincidencia, sino la última forma de defensa. No querer comer estaba ligado a no querer sentir. “Piensa en tus temores sepultados y en tus sentimientos irracionales como esos bichitos gordos”, dijo él. “Tú sabes, los que se arrastran bajo las piedras. Cuando levantas una piedra y los expones a la luz, rápidamente forman una bolita de dura cubierta. Cuando la amenaza de exposición se ha ido, rápidamente corren hacia la roca más cercana”.

“Tienes sentimientos dolorosos y atemorizantes dentro de ti, tan atemorizantes que preferirías sufrir indefinidamente, algunas veces preferirías morir antes de verlos a la luz del día. Tus defensas son las piedras bajo las que te escondes. La terapia es un proceso que busca poner tus peores temores, los bichos gorditos, a la luz, que es exactamente lo que una parte de ti quiere hacer; la parte que  recientemente has estado mostrando aquí”.

“Pero no es la única parte de ti. La otra parte tiene tanto miedo que hará casi cualquier cosa para evitar el escrutinio. Así que encuentra más piedras bajo las que los bichos puedan esconderse, la roca de la ira, la roca de me-importa-un-bledo, la roca ‘jódete Dr. Padgett, te odio’, la roca de la ideación suicida; y ahora la roca más reciente: la roca de la anorexia. Esta no es una enfermedad aparte, Rachel: es sólo una roca más bajo la cual peden esconderse, un lugar más para evitar enfrentar los mismos sentimientos”.

¿Quién es esa otra parte? ¿Quién es esa niña interior de la que siempre está hablando? ¡Odio a esa niña! Me ha destruido en todo momento, con intención de sabotearme. Quiere matarme. Ahora está tratando de destruir la terapia justo cuando he recuperado el control y me he  estabilizado con trabajo arduo. Quiere matarme. Bueno, ¡ahora yo quiero matarla!

“Nunca dije que la terapia iba a ser fácil”, continuó el Dr. Padgett. “Nunca dije que no iba a ser frustrante, deteniéndose y arrancando otra vez yalgunas veces un paso hacia delante será seguido de dos pasos hacia atrás. Cada vez que levantamos una piedra y exponemos esos bichos, esos sentimientos―los bichos― correrán hacia otra roca a esconderse.”

“Pero un día, Rachel, no quedarán rocas. Un día habremos levantado la última roca. Sin un lugar donde esconderse, los bichos se dispersarán para siempre y tú experimentarás una vida que nunca creíste posible”.

“La roca de la anorexia es grande, muy intensa. Podría parecer que todo está perdido y que las cosas se están poniendo peor. Entre menos rocas hayan, más bichos encontraremos bajo las rocas que quedan. Pero nos estamos acercando a esos sentimientos, Rachel. Cada vez estamos más cerca. Juntos, nosotros dos vamos a levantar también esa roca, como ya hemos hecho con todas las otras. Este no es momento para huir, es momento para sentir”.


Sólo si esa malvada niña me lo permite, Dr. Padgett. Sólo si ella me lo permite.

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