sábado, 13 de septiembre de 2014

Terapia para Rachel, los términos cobran sentido

En las sesiones, el Dr. Padgett comenzó a repetir viejos términos, introducir nuevos y señalar ejemplos de cada uno cada vez que ocurrían. La vieja terminología académica comenzó a cobrar sentido.

“Transferencia” sucedía cuando yo convertía al Dr. Padgett en un sustituto de alguien más en mi vida―una persona importante de mi temprana edad cuando había tenido miedo de responder. Descubriendo estos sentimientos ocultos, podríamos explorarlos más cercanamente.

La “pantalla en blanco” explicaba por qué el Dr. Padgett mantenía un anonimato relativo y no mostraba reacciones emocionales. Entre menos revelara sobre su persona, más transferencia fomentaría.

El “pensamiento en blanco y negro” se basaba en extremos absolutos ―natural en niños muy pequeños, pero desestabilizador para las relaciones adultas. Yo veía a la gente como buena o como mala. Cuando eran “buenas”, las arrojaba a lo alto de un pedestal, no eran capaces de hacer nada malo y yo las amaba con todo mi ser. Cuando eran “malas”, se convertían en objetos de desprecio y venganza.

En relaciones con las personas más cercanas a mí, las evaluaciones de “bueno” y “malo” podían alternar violentamente, algunas veces de una hora a la siguiente. Las expectativas irreales de perfección que venían con el pedestal de la buena persona estaban destinadas a no satisfacerse, lo que conducía a la decepción y a un sentimiento de haber sido traicionada.

“El pensamiento todo-o-nada” y la “escisión” venían en paralelo con el pensamiento en blanco y negro. Cada sentimiento poderoso no sólo era absoluto, sino eterno. No importaba si una persona cercana a mí había ocupado el pedestal hacía diez minutos y había sido el objeto de mi abundante amor, cuando las emociones cambiaban, era como si ese amor nunca hubiera existido y el odio que sentía hoy podía continuar para siempre. Los medios con los que lidiaba con estos extremos alternos se llamaban escisión. Si no podía obtener lo que necesitaba o esperaba ya fuera de Tim o del Dr. Padgett  porque estaba sintiendo las amargas convulsiones de furia contra uno de ellos, buscaba en el otro lo que necesitaba. Era la única manera como podía soportar esos cambios violentos en mis emociones contra personas cercanas a mí y de quienes más esperaba.

La “proyección” ocurría cuando asumía mis pensamientos como de otras personas, mis motivaciones como las de ellas. Si acusaba con furia al Dr. Padgett de que me odiaba y quería “deshacerse de mí”, era porque yo me odiaba a mí misma y deseaba deshacerme de eso. Era más probable que proyectara mis temores y sentimientos más profundos de odio por mí misma simplemente porque eran demasiado inquietantes para reconocerlos como míos.

Cuando alguien cercano a mí se caía del pedestal de la buena persona, mi reacción inicial (a través de los nublados ojos de mis expectativas imposibles) era odio y sentimientos de haber sido traicionada, sentía el horrible miedo al abandono. El Dr. Padgett describió la furia unida al apego como “te odio, no me dejes”.

Todos estos términos teóricos cobraron sentido. Me hice experta en señalarlos y exponerlos con facilidad intelectual. Era una buena alumna que hacía su mejor esfuerzo. Si asimilaba toda la terminología y los procesos, podría conquistar mis problemas intelectualmente.

Pensar resultaba fácil, pero también me mantenía emocionalmente distante. Era como si mirara una obra de teatro, discutiendo la trama, hallando el significado, pero olvidando que yo era el personaje central y que la obra era real.


Esta estrategia no le pasó desapercibida al Dr. Padgett, que comenzó a mencionar que la intelectualización era en realidad una forma de defensa. Yo no quería sentir. Estaba usando una barricada de terminología para reprimir todos los sentimientos de mi niñez y ocultarme tras una fachada de adultez sofisticada.

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