En las sesiones, el Dr. Padgett
comenzó a repetir viejos términos, introducir nuevos y señalar ejemplos de cada
uno cada vez que ocurrían. La vieja terminología académica comenzó a cobrar
sentido.
“Transferencia” sucedía cuando yo
convertía al Dr. Padgett en un sustituto de alguien más en mi vida―una persona
importante de mi temprana edad cuando había tenido miedo de responder.
Descubriendo estos sentimientos ocultos, podríamos explorarlos más
cercanamente.
La “pantalla en blanco” explicaba
por qué el Dr. Padgett mantenía un anonimato relativo y no mostraba reacciones
emocionales. Entre menos revelara sobre su persona, más transferencia
fomentaría.
El “pensamiento en blanco y negro”
se basaba en extremos absolutos ―natural en niños muy pequeños, pero
desestabilizador para las relaciones adultas. Yo veía a la gente como buena o
como mala. Cuando eran “buenas”, las arrojaba a lo alto de un pedestal, no eran
capaces de hacer nada malo y yo las amaba con todo mi ser. Cuando eran “malas”,
se convertían en objetos de desprecio y venganza.
En relaciones con las personas
más cercanas a mí, las evaluaciones de “bueno” y “malo” podían alternar
violentamente, algunas veces de una hora a la siguiente. Las expectativas
irreales de perfección que venían con el pedestal de la buena persona estaban
destinadas a no satisfacerse, lo que conducía a la decepción y a un sentimiento
de haber sido traicionada.
“El pensamiento todo-o-nada” y la
“escisión” venían en paralelo con el pensamiento en blanco y negro. Cada
sentimiento poderoso no sólo era absoluto, sino eterno. No importaba si una
persona cercana a mí había ocupado el pedestal hacía diez minutos y había sido
el objeto de mi abundante amor, cuando las emociones cambiaban, era como si ese
amor nunca hubiera existido y el odio que sentía hoy podía continuar para
siempre. Los medios con los que lidiaba con estos extremos alternos se llamaban
escisión. Si no podía obtener lo que necesitaba o esperaba ya fuera de Tim o
del Dr. Padgett porque estaba sintiendo
las amargas convulsiones de furia contra uno de ellos, buscaba en el otro lo
que necesitaba. Era la única manera como podía soportar esos cambios violentos
en mis emociones contra personas cercanas a mí y de quienes más esperaba.
La “proyección” ocurría cuando
asumía mis pensamientos como de otras personas, mis motivaciones como las de ellas.
Si acusaba con furia al Dr. Padgett de que me odiaba y quería “deshacerse de mí”,
era porque yo me odiaba a mí misma y deseaba deshacerme de eso. Era más
probable que proyectara mis temores y sentimientos más profundos de odio por mí
misma simplemente porque eran demasiado inquietantes para reconocerlos como
míos.
Cuando alguien cercano a mí se
caía del pedestal de la buena persona, mi reacción inicial (a través de los
nublados ojos de mis expectativas imposibles) era odio y sentimientos de haber
sido traicionada, sentía el horrible miedo al abandono. El Dr. Padgett
describió la furia unida al apego como “te odio, no me dejes”.
Todos estos términos teóricos
cobraron sentido. Me hice experta en señalarlos y exponerlos con facilidad
intelectual. Era una buena alumna que hacía su mejor esfuerzo. Si asimilaba
toda la terminología y los procesos, podría conquistar mis problemas
intelectualmente.
Pensar resultaba fácil, pero
también me mantenía emocionalmente distante. Era como si mirara una obra de
teatro, discutiendo la trama, hallando el significado, pero olvidando que yo
era el personaje central y que la obra era real.
Esta estrategia no le pasó
desapercibida al Dr. Padgett, que comenzó a mencionar que la intelectualización
era en realidad una forma de defensa. Yo no quería sentir. Estaba usando una
barricada de terminología para reprimir todos los sentimientos de mi niñez y
ocultarme tras una fachada de adultez sofisticada.
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