miércoles, 28 de octubre de 2015

Violentar a otros, devolver los golpes

Muchas personas subestiman el poder que tienen las palabras, y en la actualidad las nuevas tecnologías —como el internet— nos permiten publicar escritos que pueden llegar a muchos lectores potenciales, algo que en el pasado no habría sido posible.

En mi vida, repleta de violencia, no ha faltado gente que quiera hacerme daño simplemente porque me perciben vulnerable. Mi padre arruinó mi vida con su brutalidad, su carácter sádico y su odio que no conocía límites. Mi madre me violentó de manera directa, pero el mayor daño lo hizo permitiendo que mi padre me atacara sin siquiera darse cuenta de lo que estaba pasando, cerrando los ojos y en muchas ocasiones participando activamente en las malas acciones del monstruo. Una vez que pasé de los 30 años de edad, David, un individuo de naturaleza traicionera me asestó un golpe por la espalda y me mandó de regreso al infierno. Acercándome a los 40 años de edad, Mónica, mi hermana gemela me pegó a traición con Jeffery, su esposo gringo y mi hermana Yolanda, que desde que nació fue un problema serio para mí, me ha atacado en los últimos años, mostrando su verdadera naturaleza.

Todas esas personas parecieron ignorar que nadie es invulnerable, y que quien pega se expone a que le peguen. La verdad es que a mi padre nunca le hice mucho daño, pero ni falta hacía; era tan pendejo y tan destructivo que se encargó de victimarse a sí mismo. Tampoco he tenido mucha capacidad para lastimar a Mónica, pero ella es muy vulnerable, muy débil, pues teniendo muy buenas condiciones de vida, sufre mucho. Mi madre es una mujer anciana a quien no debería maltratar, pero no puedo evitar enojarme mucho en ella, con demasiada frecuencia. Habiendo conocido a David 14 años antes de que me pegara por la espalda, tuve suficiente información para escribir sobre sus motivaciones para aspirar a una gerencia en la industria en la que se desenvuelve laboralmente, sobre su elección de pareja, etc. Puse el escrito en la red y muchas personas pudieron leerlo, convirtiéndolo así en una humillación pública.

Ahora ha llegado el turno de mi hermana Yolanda y su esposo Enrique. Mi hermana está sufriendo mucho y sinceramente lo lamento, pero eso no significa que me arrepienta de lo que hice. Ella y su esposo, el gusano insignificante con el que se casó, han percibido mi vulnerabilidad y me han atacado pegándome donde más me duele, exhibiéndome ante extraños como un individuo improductivo, desobligado, sinvergüenza y mantenido y esa es una forma de violencia verdaderamente brutal; eso no lo perdono.

Algo bueno podría salir de violentar así a mi hermana,  propiciar que abriera los ojos y se diera cuenta que al persistir en su relación con Enrique, está arruinando su vida. Yolanda tiene 47 años y aparenta por lo menos 50, tiene un deterioro físico que no corresponde con su edad. Por estar haciéndose cargo de un vividor, no le ha dado la atención que necesita a  su hija mayor y esa muchacha parece andar en malos pasos. Mi sobrina Irys, que en septiembre cumplió nueve años, enfrenta un futuro difícil e incierto, expuesta a la influencia negativa de un padre cínico y sinvergüenza y al mal ejemplo de una madre que le tiene tanto miedo a no tener pareja, que prefiere mantener a un pendejo bueno para nada.

Mi hermana Yolanda, su esposo Enrique y su hija mayor, Paola, han construido una realidad sin cimientos, basada en mentiras y falsedades y eso es algo muy peligroso; una pequeña sacudida y todo se viene abajo.

Cuando se vive así, la verdad es una gran amenaza y provoca caídas muy dolorosas

martes, 27 de octubre de 2015

Carta a Enrique, esposo de mi hermana Yolanda

Enrique:
                   Como tú sabes, el pasado sábado 9 de octubre tuve una crisis que me obligó a buscar atención psiquiátrica en el Hospital Civil, en el área de urgencias. El origen fue la violencia en la que he vivido, y que habiendo pasado de los 50 años de edad, las cosas no han cambiado y con eso me refiero a lo que hicieron Yolanda y tú durante el tiempo que vivieron en la casa de mi mamá, entre diciembre de 2012 y julio de 2014.

Yolanda hizo una bajeza que puede no significar nada para ti, pero a mí me lastimó mucho porque fue exactamente lo que hizo mi papá durante décadas: hablar falsedad y media sobre mí a mis espaldas. Yolanda y tú hicieron eso porque a principios de abril de 2014, mi mamá y yo impedimos que metieran al novio de Paola a la casa por tercera vez. Yolanda quiso apoderarse de la casa, no conforme con haberla invadido, metiendo un montón de gente. Meter al novio de Paola a la casa, equivalía a permitirles apoderarse del piso de abajo y relegarme a mí a mi recámara, convirtiéndome en un arrimado en mi propia casa.

Es verdaderamente increíble a lo que eres capaz de llegar. Mi vida ha sido excepcionalmente difícil desde mi más temprana infancia y las circunstancias han ido haciéndola más difícil, conforme han pasado los años. Yolanda tiene problemas psicológicos muy graves para haberse ido a casar con un individuo con tus características, que no cuentas más que con la educación elemental, entiéndase primaria y eres tan deshonesto y tan sinvergüenza como para tener un currículum donde te dices licenciado en administración de empresas del tecnológico de ciudad Guzmán y donde pones como experiencia laboral los empleos y los puestos que ha tenido Yolanda.

Desde que tú te casaste con mi hermana, se manifestó tu locura al desarrollar una rivalidad fraterna conmigo, pues tú y yo no somos hermanos, y antes de 1992 yo ni siquiera sabía que existías. Tú quisiste convertirte en el buen hijo que mis padres no tuvieron y comenzaste a atacarme siempre a mis espaldas, un acto de infamia y de una idiotez inconcebible. Ni siquiera mi padre que era tan animal y tan pendejo pudo siquiera pensar en la posibilidad de verte como a un hijo, te rechazó desde que te conoció y siempre sintió por ti un intenso desprecio. A mí me odiaba, pero nunca pudo negar que yo tenía puntos a mi favor; de ti jamás habría podido decir nada bueno. De mi mamá mejor ni hablar, ella sabe perfectamente bien la clase de persona que eres.

Durante esas tres semanas del mes de abril de 2014, Yolanda le dijo a la entonces novia de Marlito que yo no trabajaba y que era un problema para ella, lo mismo al novio de Paola y a su amiguito deforme y a quien sabe cuántas personas más. Eso es como desnudar a alguien en la vía pública, una bajeza del tamaño del mundo y una manera terrible de violentar a una persona, algo que no se puede justificar de ninguna manera. Ella no disimulaba lo que estaba haciendo, pero tú como un perfecto hipócrita me hablabas como si no estuviera pasando nada.

Yolanda me ha usado como un chivo expiatorio, pues ese es el papel que yo he jugado siempre en mi familia. Si bien no puedo negar que yo he sido una carga para ella, la verdad es que no soy su verdadero problema, su verdadero problema eres tú. Si hubieras trabajado como era tu obligación, jamás habrían tenido que ir a meterse a una casa que no es suya y no hubiéramos estado en esa situación. Entiéndase claramente: estabas de arrimado en una casa donde no tenías nada que hacer, haciendo daño e intrigando, sin el menor pudor como corresponde a una persona que no tiene ni tantita vergüenza.

Algo que me ha estado molestando es que quieras tratarme con una actitud de condescendencia, como si fueras más que yo, con tus aires de superioridad. Escucha bien esto: tú no eres superior a nadie, todo lo contrario, estás por debajo del promedio; las únicas personas que pudieran estar por debajo de ti son aquellas que por la pobreza y la injusticia social no les ha sido posible educarse. ¿Cómo puedes explicar que en 22 años que han pasado desde que te casaste no hayas hecho ningún esfuerzo por elevar tu escolaridad? En ese tiempo podrías por lo menos haber estudiado la secundaria y la preparatoria, pero eres el tipo de persona que quiere que todo le caiga del cielo, por su linda cara.

Si quieres compararte conmigo, no pierdas de vista que mi cociente intelectual es mucho más alto que el tuyo y desde ahí, tu desventaja no puede reducirse de ninguna manera. Por si esto fuera poco, estudié varios años de ingeniería en una buena universidad y mi formación académica es muy sólida. Soy traductor inglés-español, hago un trabajo muy especializado a diferencia de ti que eres un mil usos, y tengo una cultura general muy fuera de lo común. Todo eso lo he conseguido a base de esfuerzo y viviendo con un padre que se opuso a todo lo que yo hice y en una violencia intrafamiliar en la que mi hermana Yolanda, jugó un papel importante, aprovechando el poder que le daba mi papá como hija favorita, por ser el vivo retrato de su difunta madre. Fijación incestuosa de ese individuo enfermo y depravado.

Jamás he perdido de vista que así como tú te sumaste a la violencia en mi contra, lo hiciste también con Verónica, que en paz descanse.

Desde que te casaste con mi hermana, has querido reclamar un lugar en la familia y eso es una muestra de tu locura. Tú no te apellidas ni Madrid ni Bonilla, tú no eres hijo de mis padres y no eres mi hermano ni tienes ningún parentesco conmigo.

El colmo es que habiendo cometido tanta bajeza, te atrevas a mirarme a la cara; a cualquier otra persona se le caería la cara de vergüenza.

En lo que respecta a mi hermana Yolanda puedo decir que en años pasados la idealicé, pero cuando vivió en la casa, lo que hizo me quitó la venda de los ojos. La sigo queriendo, pero no voy a volver a perder de vista su lado malo. Ahora que tengo empleo, estoy dispuesto a ayudarle cuando lo necesite; mientras pueda, jamás le voy a negar mi ayuda porque ella me ayudó en el pasado y es mi hermana, pero a ti te voy a pedir que cambies tu actitud, pues si sigo en contacto contigo será porque para bien o para mal eres el marido de mi hermana y el padre de mis sobrinos.

Y una última cosa, no me subestimes, no pienses que soy inofensivo. Has pasado muchos años haciendo daño, pero en el momento que lo decida, puedo encargarme de ti y arreglar el problema de una vez y para siempre.

No seas más tonto de lo que te hizo Dios.

Cónyuges de mis hermanas, personas que se suman a la violencia

Pasan los años y mi juventud se acaba, y cuando abro los ojos de pronto me doy cuenta de que mi juventud ya se fue. Ahora soy un hombre de más de 50 años y mi realidad sigue siendo difícil, pues si bien estoy mejor que antes, sufro las secuelas de una vida de violencia.

En entradas anteriores he mencionado a mi hermana Mónica y su esposo gringo, Jeffery Jung. De ese pedazo de basura no quiero decir nada más, pues no creo que eso aportaría nada nuevo. Quisiera referirme ahora al esposo de mi hermana Yolanda, hermano del que fue esposo de mi hermana menor, Verónica.

Enrique tuvo una infancia difícil, pero eso no es mi responsabilidad ni mi culpa en absoluto. Si bien sus circunstancias fueron adversas, al mismo tiempo, su padre trató de pagarle una buena educación. Enrique estudió la primaria en el American School, escuela de cuotas elevadas, y cuando egresó, su papá lo inscribió en una buena escuela secundaria, también privada. Semanas más tarde, el señor fue a la escuela a ver cómo iba su hijo y se encontró con que ni siquiera lo conocían. A Enrique no se le pudo obligar a estudiar y su escolaridad no estaría tan mal en 1915, hace cien años, pero en el siglo XXI, contar con primaria equivale prácticamente a nada.

Este holgazán siempre le ha apostado mucho a su apariencia física. Debe de tener un trastorno psicológico muy serio pues se toma cientos de selfies en el transcurso de unas cuantas semanas y las almacena en su computadora y las sube a sus cuentas de Facebook y Twitter. Su tirada era casarse con una muchacha de una familia pudiente, de preferencia millonaria para así convertirse en un padrote bien pagado, sobra decir que no lo consiguió. Sin embargo, manipulando a mi hermana, presentándose como el pobre niño al que la vida lo ha tratado mal y ha sido muy injusta con él, ha conseguido que ella lo mantenga la mayor parte de los 22 años que han estado casados.

Todo esto no sería de mi incumbencia de no ser porque desde que se casó con mi hermana, ha estado atacándome. El idiota ha vivido una rivalidad fraterna conmigo, como si fuéramos hijos del mismo padre y de la misma madre y al terminar la primaria, nuestros padres lo hubieran sacado de la escuela para ponerlo a trabajar y pagar mis estudios, mis útiles, mi calzado, mi vestido, mi automóvil, mis parrandas y mis putas. Como si no hubiera bastante locura en mi vida, llega más porquería.

Mi padre le compró esta basura a su hija favorita.

La siguiente entrada es una misiva para este pedazo de pendejo.
 

lunes, 12 de octubre de 2015

Efectos de la crisis

El viernes me sentí muy mal durante las horas del día y al llegar la noche, ese sentimiento comenzó a intensificarse. Rompí con dos contactos de twitter, tanto en esa red social como en what’s up, y después le envié tweets agresivos a una mujer que resultó ser hija de un mal individuo que fue mi psiquiatra en el pasado, una persona dañina, mal intencionada e inútil.

Al día siguiente, decidí ir a Urgencias a la institución pública donde me dan atención psiquiátrica, a donde no había acudido porque mi horario de trabajo no me lo permitía. Fue un gran acierto. La joven psiquiatra que me atendió tuvo algunos desaciertos, pero mostró un comportamiento profesional y eficiente. Cuando le dije muy rápidamente de dónde provenía la crisis y lo dolorosa que era, tuvo una buena capacidad para escuchar y habiéndose enterado de cuáles eran los medicamentos que he estado tomando, decidió hacer algunos cambios. Ahora voy a tomar ácido valproico cada ocho horas en lugar de valproato de magnesio cada 12, y la dosis de risperidona aumenta al doble.

Algo que hice el sábado antes de salir de mi casa para dirigirme al hospital, fue quitarle la aplicación de twitter a mi Smartphone, pues esa red social se ha estado convirtiendo en una adicción, no puedo salir de ella durante mucho tiempo y el tratar de establecer contacto con otras personas sin conseguirlo me provoca angustia, ansiedad, dolor por ser rechazado y una furia que no puedo manejar. Todo esto tiene su origen en mi soledad, que comienza a dolerme otra vez y pese a que ya no soy joven, mis habilidades sociales son mínimas y eso me mantiene apartado del mundo, en un aislamiento doloroso.

También contribuyó al malestar insoportable un torrente de recuerdos del modo como he sido violentado a lo largo de toda mi vida, en particular dos acontecimientos relativamente recientes: que a finales del 2011, la psicóloga Lupita me llamó mantenido (ya he hablado sobre la agresividad de esta señora en entradas anteriores), y lo que hizo mi hermana el año pasado, junto con su esposo, en el que le dijo a desconocidos que yo era un problema, una carga para ella por no trabajar y no ser productivo. Esta agresión artera se dio porque mi mamá y yo impedimos que mi hermana y su esposo tomaran posesión de la casa, donde ellos no tenían por qué vivir (sobre todo el esposo de mi hermana, que no puede entender que él no tiene derecho a nada y no tenía conciencia de su posición de arrimado ni de esposo mantenido, o de que él no es hijo de mis padres y su actitud de rivalidad fraterna hacia mí es una muestra de su locura) y cuando le envié a mi hermana un correo diciéndole que me molestaba mucho que su esposo, que cuenta con poquísima escolaridad (solamente la enseñanza básica) quisiera mostrar hacia mí una actitud de condescendencia siendo tan inferior, habló con mi mamá diciéndole que dejara que yo hiciera mis cosas, que estaba echado a perder porque nunca he carecido de nada. Las mismas barbaridades e infamias que decía mi papá.

¿Y el infierno de tantos años de abandono, en que viví muy enfermo, privado de la atención médica, desempleado, en una pobreza en la que llegué a carecer incluso del alimento y casi completamente solo? ¿Cómo esperar que otras personas no me agredan de una manera terrible si incluso mi familia me hace eso?

Y a esas agresiones se suman profesionales de la salud mental como la psicóloga Lupita y el psiquiatra Flavio, que en el año 2013 tuvieron un intercambio de información acerca de mi persona en la que este señor, haciendo gala de su talento para la intriga, para la mentira y la cobardía, habló falsedad y media sobre mí.

Pero el día de hoy me siento razonablemente bien y sé que esta vez tengo una oportunidad. Voy a aprovecharla, lo prometo.

Mi precaria salud mental, aparición de una crisis

El jueves pasado, envié a una compañera de trabajo un mensaje vía what’s up haciéndole una broma, que no implicaba una falta de respeto ni nada parecido y al día siguiente, ella me ignoró olímpicamente, evitando darme si quiera los buenos días, evitando incluso hacer contacto visual.

Durante el transcurso del día me topé con otros compañeros de trabajo de mi oficina y de otras áreas del mismo edificio y recibí el mismo trato. Viéndolo en retrospectiva, creo que ese trato de indiferencia se debe a un deterioro del individuo o diciéndolo de una manera más cruda: a una descomposición social y no a que yo haya dado lugar a eso, es decir, no porque yo haya dado motivos.

Estoy consciente de que soy muy sensible, demasiado de hecho, pero al mismo tiempo, sé que ignorar a alguien es una manera de agredirlo de forma pasiva y para que una persona le haga eso a otra, debe haber una justificación, pues este trato provoca una fuerte tensión mental en quien lo padece.

El caso es que esta compañera me dio hace tiempo su número de teléfono celular, lo que implica darme acceso a su Messenger what’s up, sin que yo se lo pidiera. Y resulta incomprensible que una persona comience una interacción con otra si no quiere eso. Pues bien, no tengo ninguna intención de volver a dirigirle la palabra a esa mujer, que dicho sea de paso es muy fea, ni a ninguna de las personas que me han dado ese trato de indiferencia. Bastante mal han de estar sus vidas y su realidad para que hagan algo así.

Por otra parte, parece un reto comportarme de la manera correcta, es decir, evitar mostrar hostilidad hacia ellas y en su lugar comportarme de manera correcta, pero distante.

No debo perder de vista que hay compañeros de trabajo que me tratan bien y a eso es a lo que debo prestar atención, y no al lado podrido de la condición humana.

jueves, 8 de octubre de 2015

Mentir, faltar a la verdad, deformar la realidad

Y después de mi padre, la persona que más daño me ha hecho es mi amigo David, el alfeñique que conocí en agosto de 1983 cuando ingresé al primer semestre de ingeniería en la universidad. Pues este Iscariote fue contratado 14 años más tarde como gerente de ingeniería en una maquiladora electrónica de las más jodidas, en el “silicon valley” tapatío.

En una ocasión, la muchacha que trabajaba ahí como recepcionista, me preguntó medio en broma: “¿no piensas?, ¿no piensas?”, a lo que yo respondí “no porqué me canso mucho, no estoy acostumbrado”. El cobarde ególatra volteó a verme y movió la cabeza, reprobando mi respuesta. Semanas después, este maricón le dio rienda suelta a su furia motivada por la envidia que provocaba que mis capacidades intelectuales no fueran inferiores a las suyas. Cuando le pregunté por qué me trataba así, me respondió que él no me estaba tratando mal, que yo percibía eso por mis complejos de inferioridad. Cuando le pregunté dónde veía mis complejos de inferioridad, él me respondió: en tus comentarios.

Admito que mi autoestima nunca ha sido la mejor, pero jamás he estado tan mal como este pendejo traidor. Al bromear afirmando que no estoy acostumbrado a pensar, estaba mostrando un lado amable de mi persona, evitando hacer alarde de inteligencia, precisamente porque estoy consciente de que sí la tengo. Este baboso creía que mentirse a sí mismo equivalía a tener autoestima, brutal aberración que lo describe de pies a cabeza.

Bueno, este pobre idiota se mentía a sí mismo sobre su persona. Hacía gala de una tremenda incompetencia y hablaba en inglés en presencia de sus subalternos con un compañero de trabajo de nombre John Rodriguez, boliviano naturalizado estadounidense, provocando pena ajena. Además había expresado sus inquietudes, como componer canciones para niños porque no habían muchas disponibles, adentrarse en el estudio de los campos electromagnéticos y sus posibles aplicaciones en la medicina y más disparates por el estilo. Ahora, Míster Pendejo era compositor y científico, además de ingeniero.

Vi por última vez a este Iscariote al comenzar el mes de febrero en 1998, el día que me fui de esa maquiladora y no sé bien qué ha sido de su vida. Su hijo mayor, Iván era un bebé de unos seis o siete meses de edad y muchos años más tarde me enteré de que había tenido otro hijo varón y una niña, con su esposa Carmen, mujer con apariencia de sirvienta.

Ahora que este baboso vive y trabaja en el país del norte, en la economía más grande del mundo, la potencia tecnológica más grande del planeta, sus complejos de inferioridad —evidenciados por sus delirios de grandeza y su elección de pareja— podrían estar pasándole factura. Si en su país, con tanta gente con una apariencia tan jodida y con un nivel cultural paupérrimo, este pendejo era incapaz de quererse y respetarse a sí mismo, ¿qué sentirá al trabajar y convivir con personas de raza blanca, a quienes envidiaba disfrazando ese sentimiento como desprecio?

Le deseo de todo corazón que su vida termine como la de mi papi.

Deformar la realidad, mentir sin pudor, destructividad

Honestamente no sé si mi padre era pendejo de nacimiento o por vocación, pero lo hacía bastante bien, como un virtuoso, de hecho.

En una ocasión, cuando yo me hallaba en mi tardía adolescencia, estando de visita Rosa María y su esposo Juan José, maestros de educación física, ella mencionó los alimentos que yo debía consumir y aquellos que debía evitar. Han pasado más de treinta años y por ello no me es posible recordar qué tan acertada estuvo, pero sí recuerdo la respuesta de mi papá: el organismo está hecho para comer piedras. Después de decir semejante disparate (que por supuesto no debía tomarse en el sentido literal), procedió a decir que si alguien acostumbraba a su sistema digestivo a alimentos muy sanos, lo haría débil, incapaz de enfrentar futura adversidad que obligara a su dueño a consumir alimentos desacostumbrados, de inferior calidad. Así, este viejo pendejo expresaba la idea de que desgastar un organismo es fortalecerlo, darle el uso y la manutención adecuada, equivale a debilitarlo. Rosa María y Juan José se quedaron callados, decidiendo así no argumentar con semejante imbécil.

Cuando mi padre jugaba dominó, uno de sus amigos era un médico pediatra, de esos que se hacen llamar doctor, de nombre Felipe Ortega Suárez, bastante incompetente y estúpido. Mi papá fue a consulta, sabiendo muy bien que no estaba para que lo atendiera un pediatra, en parte porque su alcoholismo había provocado el quebranto económico y no podía pagar un especialista para un viejo jodido de cincuenta y tantos años, y según él, el viejillo pendejo (el “doctor” Ortega) le dijo: Rafael, tienes todo muy bien, tu hígado, tus riñones, tu páncreas, tus intestinos, tu esto, tu lo otro, etc., etc., etc. De que el mediquito este era pendejo, no hay duda, pero por idiota que haya sido, este viejo enano no pudo haberle dicho semejante disparate. Mi papá tenía ya muchos años bebiendo una barbaridad y tenía la piel de la cara enrojecida, el hocico hinchado y el cerebro podrido.

En una ocasión, por esa misma época, lo escuché hablando con mi mamá, diciéndole que los médicos eran bien pendejos (en esto no andaba muy equivocado), que no se daban cuenta que al estar bebiendo bebidas alcohólicas (evitando usar el término “abusando de la bebida, emborrachándose”) provocaba una producción constante de orina, y eso lavaba sus “riñoncitos”. Así, este monstruo embrutecido y pendejo, decidió que faltar a la verdad, equivalía a alterar la realidad, a hacer que fuera como él quisiera. Pues bien, padre imbécil, te tengo noticias: al emborracharte cada día durante décadas, destruiste tus órganos internos, tus riñones y en particular tu hígado y eso te mató. Es una lástima que no te haya sucedido antes, pedazo de cerdo, pero te habrás dado cuenta de que convencerte a ti mismo de que lo malo es bueno, de que hacer pendejadas es inteligente y que el odio es amor, te llevó al desastre y acabaste cometiendo un suicidio lento.

Así, el pendejazo horrendo que tuve de padre se destruyó a sí mismo.

Mi pensamiento obsesivo y mi percepción de una existencia injusta

En abril del año en curso, sucedió algo que no parecía posible: fui contratado para un empleo en el que mi actividad es intelectual, a diferencia de los empleos que tuve en el pasado, como operador —eufemismo de la palabra obrero—, trabajo denigrante cuando se cuenta con una preparación académica sólida y un buen cociente intelectual.

En este momento mi situación es buena, y la directora de mi departamento me considera eficiente y responsable, disciplinado y confiable, cosa que yo agradezco mucho. Me resulta satisfactorio el proceso de mi trabajo, el leer cada línea, cada párrafo en inglés, para escribirlo en español, pues esto involucra un conocimiento especializado que incluye una comprensión de las matemáticas necesarias para entender lo que estoy haciendo, evitando así cometer errores inaceptables e incluso detectar los que vienen en documentos de origen. Al terminar el día siento la satisfacción de haber sido productivo, útil, orgulloso por lo que hago. Al mismo tiempo me llama la atención que sigo sintiendo un malestar generalizado por lo difícil que ha sido mi vida, específicamente por la violencia de la que he sido objeto, proveniente principalmente de personas cercanas a mí, como los miembros de mi familia nuclear (en primer lugar mi papá), y amigos, conocidos, parientes, vecinos y personas que se supone están para ayudar, como los profesionales de la salud mental.

Sé que debo de deshacerme de los recuerdos dolorosos, si no borrarlos, sí guardarlos en algún compartimento profundo donde sirvan como conocimiento acumulado, como experiencia, de donde no puedan salir sin que yo les llame, para poder vivir el aquí y el ahora. Tengo 51 años y mis pérdidas han sido gigantescas. Como si esto no fuera suficiente, gente como Jeffery, el esposo de Mónica, mi hermana gemela, ha mantenido una actitud de desprecio hacia mi persona durante 13 años, un acto de violencia cobarde e infame, absolutamente injustificable. Enrique, esposo de mi hermana Yolanda, un individuo con escolaridad primaria, con un cociente intelectual bajo, inculto, ignorante y holgazán, mantenido, padrote frustrado, ha querido colocarse por encima de mí y me ha atacado durante los 22 años que ha estado casado con mi hermana. Si bien es cierto que mi padre estudió ingeniería y no tenía ningún conocimiento sobre salud mental, eso no justifica el trato cruel e injusto al que me sometió desde el día que nací hasta que se fue de este mundo, porque un ser humano debe de tener sentimientos que al conectarse con la mente le indiquen que el desempeño inadecuado de otro ser humano tiene su origen en una incapacidad para funcionar que por supuesto es involuntaria. Mi padre era un hombre violento, embrutecido, inhumano, incompetente, destructivo y despiadado sin la menor comprensión de nada, que no conforme con haber hecho todo mal, trató de arrastrarme con él a la tumba, a una muerte prematura.

Hablar de perdón, con la ligereza que caracteriza a las personas que no tienen una mínima comprensión del ser humano, resulta idiota, si no obsceno.

Paso mucho tiempo pensando en los acontecimientos frustrantes que me ocurren cotidianamente, gastando energía psíquica con estas cavilaciones inútiles e improductivas, imaginando además situaciones posibles, pero altamente improbables. También tengo una memoria que parece prodigiosa, que me permite recordar sucesos que ocurrieron hace cuarenta años o más y sentir una furia y un malestar intenso contra personas a las que no he visto en muchos años y que muy probablemente no voy a volver a ver en lo que me quede de vida.

Pienso en gente como David, el individuo perverso, traidor, pérfido y cobarde que me asestó una puñalada por la espalda y lo busco en internet continuamente, con la esperanza de enterarme de que le ha ocurrido una tragedia y su vida está arruinada, que su existencia será miserable a partir de ahora sin la menor esperanza de que algún día se recupere. Sé que no voy a encontrar nada sobre él en la red, y sin embargo lo busco.

Al mismo tiempo, quiero comentar que tengo la firme convicción de que ese traidor es un individuo destructivo, que deforma la realidad a su conveniencia y falta a la verdad sin el menor pudor y esas características provocan que ese tipo de personas hagan mucho daño a quienes tienen cerca (su familia, muy probablemente) como hizo mi padre, pero al final acaban destruyéndose a sí mismas y no tienen ninguna posibilidad de evitar ese final aterrador.  Más aún, su narcisismo maligno, que los saca de la realidad, les provoca una necesidad de sentirse apreciados y admirados por sus allegados, y antes de dejar este mundo, ya son odiados y despreciados por todas aquellas personas a las que dañaron en mayor o menor medida. El cerdo que tuve por padre dejó un recuerdo de devastación y lo mismo le va a pasar a David.

Esto no sucede porque yo lo desee, sino porque las malas acciones tienen consecuencias. Cuando una persona atenta en contra de otra, se hace daño a sí misma; esta idea podría parecer un cliché, pero eso no la hace menos cierta.
 

jueves, 1 de octubre de 2015

Narcisismo maligno en dos individuos que han arruinado mi vida

He estado leyendo en internet sobre narcisismo patológico, comenzando por un término interesante: narcisismo maligno, después sobre trastorno narcisista de la personalidad para de ahí continuar con psicopatía. En un momento dado tropecé con el trastorno antisocial de la personalidad y me sorprendió mi incapacidad para diferenciar el TNP del TAP.

Mi interés había surgido de algo que he tenido en mente desde hace años. Fabiola, mi psiquiatra en una institución pública, me llamó narcisista, dolida creo yo, porque la rechacé como terapeuta pidiéndole que nos limitáramos a la terapia con medicamentos. Yo no tenía conciencia de mi narcisismo y me sorprendió cuando Fabiola me lo dijo, pero no la descalifiqué. Tuve diferencias serias con esa psiquiatra, pero siempre le he reconocido sus aciertos y su actitud amable y accesible.

Y trataba de enfocarme en mí al buscar información sobre narcisismo patológico, pero al leer sobre el trastorno narcisista de la personalidad y sobre el narcisismo maligno, no puedo evitar pensar en mi padre y en David, el alfeñique perverso que me asestó una puñalada por la espalda y haciendo equipo con mi padre contribuyó a mandarme de regreso al infierno.

Sé muy bien que hay en mí un componente destructivo, pero no parece ser grave. Considero una prueba de esto mi estado físico teniendo más de 50 años, resultado de un estilo de vida saludable en el que he cuidado mi alimentación, he sido un deportista serio, he evitado abusar del alcohol y nunca he usado tabaco ni drogas ilegales. A mi parecer, todo esto refleja un amor a la vida, algo muy opuesto a la destructividad. Tengo un carácter violento, pero no soy un sádico; a mí no me gusta hacer sufrir a otras personas, a menos que me hayan dado motivos, que me hayan hecho daño deliberado con premeditación, como sucedió con ese dúo de hijos de puta: David y mi padre.

De mi padre he hablado antes, de David he hablado poco, por lo menos en este blog. Este alfeñique desprovisto de masculinidad, de valor y de vergüenza, me llevó con mucha premeditación y malicia a un área que era de su especialidad, que yo no conocía y donde no podía competir con él. Lo que no esperaba era que yo lo venciera en ese juego al que me arrastró y su furia lo llevó a cometer una bajeza. No sé cómo ha ido por la vida todos estos años llevando la frente en alto. Si yo le hubiera hecho algo así a alguien, no hubiera podido con la culpabilidad, pero esos individuos con un narcisismo maligno (como David y mi padre) no tienen conciencia, no les importa el daño que le hagan a otros y acaban arruinando a quienes confiaron en ellos, dejando un legado de dolor y de sufrimiento.