Me siento más cansado que de costumbre, probablemente porque salí de la cama una hora antes de lo habitual, hoy a las cinco de la mañana para llevar a mis mascotas Chora y Clara, mis dos perritas, madre e hija respectivamente, a caminar. Las ventajas de las horas nocturnas, en que hay poca gente en la calle y la mayoría duerme. Menos gente, menos estrés, menos incomodidad.
Si he de ser honesto tengo que reconocer que no disfruto de la compañía ni de la proximidad de otras personas. Lo mejor que me puede pasar es estar solo, si no completamente, sí con muy poca gente a mi alrededor. A pocas personas puedo confesarles que no soy empático, muchísima gente me produce rechazo que frecuentemente se convierte en desprecio, no disimulado. En el mundo somos más de siete mil quinientos millones de habitantes y el deterioro ambiental refleja esta cifra astronómica. En mi país somos 120 millones o más y eso para mí es intolerable. ¿Por qué se sigue reproduciendo la gente? ¿Para qué traer hijos al mundo? Para que enfrenten una realidad horrible, para que sufran, para que se conviertan en integrantes del ejército de pobres que existen para darle poder a unos pocos, sin tener la menor conciencia de ello. Y en el proceso, hombres y mujeres se arrepienten de haber tenido descendencia pensando en secreto en lo mejor que estarían sin haber tenido hijos, y germinando un odio oculto hacia ellos que aflora de mil formas diferentes y causa un daño irreparable en sus vástagos. Este patrón se hereda de padres a hijos en incontables generaciones sin que casi nadie tenga conciencia de que se procrea una familia para odiarla y destruirla, pero negándolo, pregonando lo contrario, llamándole amor al odio y eternizándolo.
Muchos habitantes nacen con poca inteligencia, que se disminuye aún más por padecer desnutrición desde la temprana infancia; este deterioro resulta irreversible. Al cabo de unos años son enviados a escuelas con un sistema educativo ineficaz, con maestros que carecen de los conocimientos que se supone deben impartir. Conforme pasan los años, esos niños se convierten en individuos iletrados, analfabetas funcionales con muy escasa capacidad para trabajar y ser productivos, situación que se combina con el desempleo y la falta de oportunidades y una injusticia social que cada día es más grave.
Los empresarios ven a este ejército de pobres como una fuente de riqueza inagotable. Les venden sus productos que los menesterosos consumen cotidianamente: refresco, alimentos chatarra, cerveza y otras bebidas alcohólicas (a las cuales muchos se convierten en adictos), y los enajenan con futbol y televisión con contenidos paupérrimos.
Los políticos (de todos los partidos, sin excepción), hacen grandes esfuerzos y procuran enormes cantidades de dinero para engañar a este ejército de menesterosos, haciéndoles creer que ellos y sus secuaces representan la solución a sus problemas, el alivio a su sufrimiento. Los que llegan al poder se dedican a saquear a su país y a reprimir al sector de la población que tiene conciencia y se informa, a esa minoría a la que no pueden engañar. Los líderes religiosos pregonan la palabra de un dios en el que no creen y muchos de ellos cometen faltas muy graves, sabiendo que no tienen nada que temer pues pertenecen al selecto club de los delincuentes intocables.
¿Muy enojados con el idiota que tenemos en la presidencia? ¿Para qué sirve eso? A lo más que podemos aspirar es que el próximo primer mandatario no sea tan criminal ni tan pendejo, pero podemos tener la seguridad de que va a ser otro delincuente que se va a dedicar a robar y a vivir como magnate, para que una vez que haya terminado su sexenio, hacer lo necesario para continuar perteneciendo a los círculos del poder mientras millones de mexicanos son cada vez más pobres, pero no por ello dejan de reproducirse.
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