martes, 10 de noviembre de 2015

De mentiras, falsedad y destructividad

El patrón de comportamiento de mi padre consistía en violentar a su esposa y a sus hijos y no conforme con ello invitar a personas ajenas a la familia a sumarse a esa violencia. A mi manera de ver eso es un acto de traición, pues cuando una persona forma una familia se compromete a tener con ella una relación de amor, de respeto y de protección ante los ataques que inevitablemente llegarán del exterior. Mi padre hizo lo contrario, pues estableció con su familia una relación de odio (aunque en diferentes grados), de absoluta ausencia de respeto y puso las condiciones para que otras personas agredieran a su familia.

Tanto mi hermana Mónica, de mi edad como mi hermana Yolanda, cuatro años más joven, han involucrado a sus respectivos cónyuges para agredirme, mostrando ambas una absoluta falta de conciencia sobre lo que han hecho y sobre la gravedad de sus actos.

Ambas tienen en común ser personas muy dominantes, que durante nuestra niñez y adolescencia hubieran querido tener autoridad sobre el resto de sus hermanos (yo era el único varón, con tres hermanas) y dar órdenes y tomar decisiones; estar solamente por debajo de nuestros padres. Las dos resintieron haber nacido hembras, sexo femenino, conmigo como hermano, sexo masculino. Además, consideraban que yo había heredado los mejores genes y el cociente intelectual más alto. El par de tontas no tomaron en cuenta que yo nací con estrabismo divergente y con una condición cerebral que acarrearía problemas de aprendizaje y de comportamiento. Por si esto fuera poco, mi padre reservaría todo su odio para mí por recordarle a su progenitor y me lo haría pagar por el resto de su vida.

En 1990, Verónica, mi hermana menor (que en paz descanse) tenía 18 años y terminó la preparatoria con buenas calificaciones. El alcoholismo de mi papá había provocado el quebranto económico y ello imposibilitó que Vero ingresara a la Universidad y en el año que siguió, se embarazó y se fue de la casa con su novio, con quien se casó por lo civil para después irse lejos y evitarle problemas a mi mamá, sabiendo que nuestro padre la haría responsable por su embarazo.

Verónica, el miembro más joven de mi familia trajo a mi vida a más personas dañinas, pues debido al nacimiento de su hijo en noviembre de 1991, Yolanda conoció a Enrique, hermano de Marlon, esposo de Verónica.

A principios de 1992, Yolanda contaba con 23 años cumplidos y pese a ser una muchacha de buena presencia no tenía quien le hiciera la corte y temía quedarse solterona, sin hijos y sola. Cuando conoció a Enrique, debió darse cuenta de que ese individuo (supuestamente un año más joven que ella) era un perdedor por naturaleza, pues se hallaba desempleado y su escolaridad era primaria, sin ninguna justificación para ello. Ese par se involucraron fuertemente y después de algún tiempo decidieron casarse, sin tener empleo ni ningún medio de subsistencia, sin muebles, sin un lugar donde vivir, sin nada. Mi padre hizo posible esa unión, que se llevó a cabo el sábado 14 de agosto de 1993, día en que mi terrible progenitor cumplió 56 años.

He mencionado antes que Enrique, mi supuesto cuñado porque en realidad ese matrimonio es nulo, una vez que se hubo casado con mi hermana, pretendió entrar en mi casa y en mi familia como el hijo que muchos años antes sufrió un despojo y regresa a reclamar lo que es suyo. Quiso para sí a mis padres, a mis hermanas, al inmueble que habitábamos, y quiso convertirse en el buen hijo que mis padres no tuvieron. No tengo duda de que este individuo es un desequilibrado mental, pero no puedo sentir ninguna empatía por un lacra como ese y tengo bien claro que sus problemas no son culpa mía en absoluto. Bastante locura y bastante porquería había en mi vida como para que este gigoló de quinta viniera a causarme más problemas de los que ya tenía.

 Después de 22 años, que en su mayor parte ha pasado sin trabajar, Enrique me ve como a un hombre débil, incapacitado mentalmente, inferior a él; es increíble a lo que este imbécil es capaz de llegar.

Una vez que Yolanda se hubo ido de la casa en julio de 2014 (después de vivir ahí con su familia durante un año y medio), le envié un correo electrónico diciéndole lo que pensaba de su comportamiento y el de su esposo y mencionándole que considero a ese mantenido muy inferior a mí, en buena parte por su mínima escolaridad y ella y su padrote hablaron largo y tendido sobre el niño mimado que yo era a mis 50 años, por no haber carecido nunca de nada, por haber contado toda mi vida de la sobreprotección de mis padres y el resto de mi familia. Esto proveniente de mi hermana que conoce perfectamente bien la historia de mi vida, y de su esposo, el padrote que se casó con una perfecta idiota para que lo mantuviera.

Y me pregunto, ¿qué pasaría por la cabeza de mi sobrino Marlon cuando mi hermana y su cónyuge padrote le hablaban de mí, diciendo que no trabajaba y vomitando veneno, habiendo visto a este sinvergüenza durante los últimos dos años que vivieron en Tepic, quedarse en casa navegando en internet y perdiendo el tiempo mientras su esposa se iba a trabajar cada mañana ausentándose durante la mayor parte del día?

Enrique, el esposo apócrifo de mi hermana Yolanda, que vive con una identidad apócrifa y documentos ídem, quiere engañar a sus hijos y a toda la gente que conoce a esa familia mintiendo sobre su escolaridad y sobre lo que ha hecho con su vida. Mi sobrina Paola sigue el mismo camino que su mamá, creyendo afirmaciones e historias que conscientemente sabe que son falsas, pero independientemente de lo que otras personas crean o no, ¿qué sucederá con los mayores responsables, esa pareja?

Creo sinceramente que todos los seres humanos nos mentimos a nosotros mismos, pero varía el grado en que cada quien lo hace. Cuando la falsedad es enorme, se cae en comportamientos muy destructivos que tarde o temprano ponen a quien los asume al borde del abismo.

Eso me releva de la responsabilidad de cobrársela, de hacerle daño a gente como esa.

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