
Mi fracaso escolar se debió a mi enfermedad mental y a la violencia a la que me sometieron mis padres desde una edad en la que yo no estaba apto para pisar el jardín de niños. Después de fallar en la universidad, me encerré en mi dormitorio durante años y me puse a estudiar inglés y materias de ingeniería y así llegué a dominar esa lengua extranjera y a superar mis deficiencias académicas, sin que por ello la enfermedad mental se detuviera. Hice lo más que pude viviendo presa de patologías graves, como mi trastorno límite de la personalidad y una depresión profunda y sin tener la mínima conciencia de que para mis padres, tener un hijo así era vital para perpetuar su relación destructiva.
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