jueves, 25 de febrero de 2016

Mi soledad, un círculo vicioso, Catch-22

Mientras pasaron los años de mi juventud y edad adulta, pude aprender para el futuro, si bien menos de lo que necesitaba por vivir dentro de una burbuja de irrealidad, pero no me fue posible construir prácticamente nada. He comenzado a trabajar cuando rebaso los 50 años de edad y eso parece un rezago imposible de superar.

Este párrafo introductorio es solamente información necesaria para poder entender el porqué de mis procesos mentales tan inadecuados cuando trato de formarme una imagen mental de lo que soy, y de lo que no soy.

No me gusta mi realidad, ser un hombre insignificante por carecer de una profesión, de un patrimonio, de un historial de trabajo, de relaciones laborales y de un círculo social; lo más importante, carecer de una pareja. Todo esto no sería grave si contara con 21 años de edad, pero tengo 51 y en dos meses a ese número habrá que sumarle uno. Entonces voy por la vida como un individuo invisible al que otras personas no toman en cuenta, o peor aún, al que otras personas señalan como la personificación del fracaso merecido, por haber vivido en la irresponsabilidad y en la holgazanería, algo que no es cierto y en cambio es muy injusto.

Me he formado una imagen de mí mismo que no corresponde con lo que realmente soy, y en cambio no parezco conocer cuáles son mis habilidades, mis cualidades, mis potencialidades.

Soy un individuo tremendamente inseguro y de ahí surge mi violencia verbal, que se manifiesta mucho cuando estoy acompañado de gente que me conoce bien, pero que procuro reprimir entre mis compañeros de trabajo porque no quiero una mala reputación.

Pienso que el maltrato al que fui sometido desde mi más temprana infancia, deformó mi personalidad totalmente. Cuenta mi madre que cuando yo era muy pequeño, jugaba con niños más grandes que frecuentemente me pegaban y entonces yo me alejaba y me aislaba. Mi madre me decía: tú también pégales, defiéndete; a lo que yo respondía: no mami, a mí no me gusta pelear.

Unos cuantos años, al comenzar la educación básica, me formé rápidamente fama de peleonero y en realidad no lo era tanto. La verdad es que no era fuerte ni particularmente apto en la actividad física y mi mal comportamiento se manifestaba haciendo payasadas en lugares y en momentos no apropiados. Lo que sucedía más bien es que en algún momento me metía en una pelea a golpes, y después de bastante tiempo en otra, y con eso las personas que me rodeaban exageraban los eventos y me hacían parecer algo que en realidad no era.

Así comenzó mi educación básica y así continuó con el paso de los años, hasta llegar a la edad adulta, ya con un trastorno de personalidad grave, sin darme cuenta de que el modo como vivía iba a llevarme a lo que más temía: a vivir en la pobreza con todo lo que eso implica, y además a una soledad que en mi vida ha sido como un cáncer que no se puede extirpar.

A lo que quisiera llegar, es que necesito rodearme de personas con las que pueda formar relaciones significativas y mi incapacidad para hacer esto me produce un sufrimiento que he padecido durante décadas, pero eso no lo hace menos doloroso y con mi comportamiento, el modo como hablo, lo que dicen otras personas de mí, consigo ahuyentar a la gente, agravando el problema, lo que da lugar a un Catch-22.

domingo, 21 de febrero de 2016

Domingo 21 de febrero

Este fin de semana ha sido más productivo en todos los aspectos. Ayer sábado hablé con la psicóloga Catalina, del Centro de Intervención en Crisis (atención psicológica y le informé sobre mi intención de dejar de ejercitarme de manera caótica, tratando de provocarme agotamiento para anestesiar el dolor psíquico.

Ayer salí a hacer mi recorrido en bicicleta en un circuito difícil, de muchas pendientes, buscando un esfuerzo fuerte, pero al mismo tiempo, mesurado. Me sentí bien, dándome cuenta de que estoy ganando potencia, si bien no parezco estar adelgazando.

La semana laboral que terminó el pasado viernes tuvo días difíciles, en parte por haber salido de la cama demasiado temprano, en parte porque el trabajo se ha vuelto monótono y repetitivo, y en parte porque he incorporado ejercicios con pesas a mis rutinas.

Busqué información en la red y encontré que el entrenamiento de fuerza, específicamente ejercicios con pesas, puede generar cansancio al sistema músculo-esquelético y también al sistema nervioso central, porque este tiene que mandar numerosas órdenes a través de las motoneuronas, a las fibras musculares esqueléticas para que se contraigan un cierto número de veces.

El entrenamiento constituye una gran motivación en mi vida, pero no es suficiente. He tomado la decisión de dejar de entrenar todos los días y en cambio hacerlo un día sí y un día no, entre semana. Los días en que no haga ejercicio, los dedicaré (fuera de las horas de trabajo, que son muchas) a leer (Frankl en este momento) y escribir, y a estudiar inglés de una manera formal, si bien autodidacta.

Siento un vacío en mi vida, el dolor de no tener una compañera, pero lo preocupante del asunto es que sigo viviendo muy aislado, sin salir de mi casa más que para ir al trabajo y a hacer compras y a ejercitarme los fines de semana. Ayer, mientras descendía por una fuerte pendiente en mi bicicleta, en un fraccionamiento contiguo a donde vivo, vi una bella joven que caminaba por la banqueta, dirigiéndose a tomar el transporte urbano, me imagino. La miré y me miró, pero seguí mi camino.

Ahora me pregunto si esa joven tenía algún interés en mí y qué hubiera pasado si me hubiese detenido para hacer un intento por conocerla, por explorar la posibilidad de convivir dirigiéndonos hacia algún lugar para pasar tiempo juntos. La dama parecía ser una trabajadora doméstica, una persona de un origen socioeconómico por debajo del mío; intentar abordarla para establecer una relación afectiva con una mujer de esa procedencia habría parecido impensable hace décadas, ahora es diferente y no creo que se deba a que he aceptado el fracaso, sino más bien a que me he vuelto más humano y me he dado cuenta de que no hay nada de malo en amar románticamente a ninguna mujer, de ningún origen. Después de todo, es un ser humano.

Mi soledad me duele. En unas dos horas veré a una psicóloga (de nombre Carolina) a quien todavía no conozco, en una institución pública. El nombre me trae buenos recuerdos y pienso en la posibilidad de sentirme atraído por ella, como me ha sucedido con la mayoría de mis terapeutas, parte de la transferencia.

Esperemos que sea una buena experiencia.

jueves, 18 de febrero de 2016

El transcurrir del tiempo, tedio, soledad y tristeza, y sin embargo estoy mucho mejor

En dos horas habrá terminado el penúltimo día laboral de esta semana, que comienza en lunes y termina en viernes. Entre la hora de entrada y la hora de salida transcurren nueve y el trabajo que hago, si bien es intelectual, se vuelve monótono y repetitivo.

El pasado martes comenzó un profundo malestar porque gente de Recursos Humanos me quitó el bono de puntualidad y asistencia y esto me da una imagen clara de lo que sucede en esta empresa, como en tantas otras, así como de lo que sucede en mi país y en el mundo; el abuso hacia el prójimo, la incapacidad para respetar a otro ser humano y darle a cada quien lo suyo.

Con la obsesividad que me caracteriza, le doy vueltas al asunto y casi opto por no hacer nada, aunque la decisión no está tomada. Una vez que he dormido durante la noche y comienza otro día, pienso en lo diferente que es mi vida ahora que tengo un empleo y la pérdida de ese bono parece tener poca importancia; no sé si hacerme a la idea de que no lo voy a recibir es cobardía o una decisión inteligente, o que es simplemente aceptar el fracaso.

Entre las 11:00 y las 20:00 horas, el tiempo pasa lentamente y aparece el tedio, no ayuda mi tendencia a permanecer aislado, a no buscar la compañía de nadie, a no hablar con nadie de asuntos personales, el no tener amigos. Pienso en una dama que apareció en mi vida y en lo mucho que la quiero y en el hecho de que en su vida solamente hay lugar para mí como amigo a prudente distancia.

Pienso en ella la mayor parte del tiempo y lo que de ella ignoro constituye un vacío que yo me encargo de llenar mis suposiciones, con mi imaginación, con lo que decido pensar que compone las diferentes facetas de su existencia.

La segunda parte del libro “el hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl habla sobre la transitoriedad de la vida y que pese a esta característica, no impide que esta tenga sentido. El modo como este psicoanalista expresa esta idea me ayuda a fusionarla con otra: que tengo que reconciliarme con mi pasado. Mi presente es infinitamente mejor de lo que sería de no haber conseguido este empleo, y sin embargo sigue siendo difícil, pues mi realidad está dominada por mi patología, por mi soledad y por mi tristeza.

He resuelto dejar de ejercitarme del modo caótico como lo he hecho durante tantos años. Antes de cumplir 40 años, cobré conciencia de que hacía mucho ejercicio para provocarme agotamiento con intención de que este anestesiara el dolor psíquico. Con más de cincuenta años, ya no resulta fácil ejercitarme cotidianamente y esa actividad, aunada a mi proclividad a meterme a la red social twitter, me mantiene alejado de la lectura y de escribir, de plasmar mis ideas y buscar la recuperación mediante la escritura.

Según Frankl, el pasado no se pierde jamás porque lo hemos vivido, no perdemos nada bueno que hayamos hecho o nos haya ocurrido y en el mismo sentido tampoco podemos escapar de los malos actos que podamos haber cometido. Trato de mirar hacia atrás y no encuentro mucho de qué enorgullecerme, y sin embargo, muy frecuentemente se presentan vivencias en las que se pone de manifiesto que tengo los conocimientos y las habilidades para un buen desempeño laboral, y que en mi área soy muy competente.

Es un hecho que me presto demasiada atención a mí mismo, me preocupa excesivamente cómo me ven otras personas, la percepción que tienen de mí, si les resulto un individuo agradable o si mi detestan o si bien, les soy indiferente. Parece que en mi estilo para ir por la vida predomina una visión de túnel, solamente puedo ver hacia el frente sin preguntarme si lo que se supone que hay adelante es necesariamente algo bueno, y no puedo contemplar lo que tengo a mi alrededor. Revivo experiencias dolorosas y agradables una y otra vez y parezco incapaz de plantearme metas y objetivos, aunque comprendo que el desastre que se presentó en mi vida desde una edad temprana y mis esfuerzos para resolver mi situación, el modo como otras personas derrumbaron lo que yo había construido lenta y dolorosamente y la violencia que nunca cesó, solamente cambió de forma, quebrantaron mi voluntad de vivir y deformaron todavía más mi percepción de la realidad.

Todavía no soy un viejo, todavía tengo energía y una buena salud física, tengo un potencial y tengo mucho que dar, pero no encuentro la manera de resolver el problema de mi soledad, específicamente el no tener una pareja o por lo menos una amiga muy cercana.

No sé si esto vaya a cambiar algún día.


Manejo del estrés

Tengo una compañera en el escritorio múltiple que compartimos cuatro empleados, que se ha convertido en un verdadero problema por su comportamiento tan hostil, que aunado a su escasísima inteligencia, su estupidez, su manera compulsiva de hablar y de comer, y su apariencia física tan desagradable (obesa), hacen de ella una persona horrible a la que quisiera tener a mil kilómetros de distancia.

Normalmente esta mujer horrenda se va a comer a las 13:00 horas, pero el día de hoy decidió quedarse en la oficina y su presencia me está provocando un estrés difícil de manejar. He comentado con mi jefa que esta gorda tiene mucho resentimiento, está muy enojada con la vida, por eso come compulsivamente, la obesidad es una forma de autoagresión.

La vieja horrorosa es un ejemplo de pobreza total, no cuenta con ningún atributo. Como decía antes, es extremadamente tonta, inculta, incompetente, analfabeta funcional, fea, gorda, hostil y agresiva; en otras palabras una persona tóxica.

Esto es de lo más desafortunado, pues con mis problemas y mi trastorno de personalidad, un masacote de manteca es lo último que necesito a mi alrededor.

Lárgate ya, inmunda marrana.

lunes, 15 de febrero de 2016

Pequeños cambios, buscando una mejoría en mi calidad de vida

El viernes pasado comenzó una crisis muy dolorosa que incluso involucró violencia verbal, palabras ofensivas, reclamos, reproches e insinuaciones suicidas contra mi madre, que es una anciana. Lamento que haya ocurrido, pero por otra parte las crisis si bien dolorosas, son una oportunidad para analizar los problemas, para tratar de comprenderlos a fondo (insight) y hacer cambios buscando una solución.

Durante el tiempo que he estado trabajando, había dedicado los fines de semana a ejercitarme en mi bicicleta de carreras de una manera obsesiva, con intención de provocarme agotamiento, para anestesiar el dolor psíquico. El resto del tiempo lo pasaba tirado en el sofá de la sala escuchando música o escuchando una película (sin verla) y metido en twitter con mi Smartphone. Hacía además aquellas cosas que no podía dejar de hacer, como ir a comprar el alimento de mis perras y lavar mi ropa. Había detectado que este comportamiento es patológico, pero aun teniendo conciencia de ello, no hacía nada para resolverlo.

Este fin de semana fue diferente. El sábado fui temprano a una sesión de al-anon (programa de doce pasos para familiares y amigos de alcohólicos), experiencia que encontré muy frustrante porque un par de idiotas (sexo masculino) la echaron a perder con sus payasadas y su exhibicionismo. Regresé a casa y hablé por teléfono con una psicóloga, lo que disminuyó la angustia durante algunas horas, pero el efecto no duró mucho. Por la tarde llamé a otro número de atención psicológica (foráneo) y esta vez logré sentirme mucho mejor. Había pensado en hacer ejercicio en la bicicleta, pero decidí que eso sería una tontería por el cansancio y el dolor muscular que sentía. Salí de la casa con mis perras y me dirigí a un parque, donde las dejé correr en libertad y la caminata y la comunicación vía email por medio de mi Smartphone con una dama a la que quiero mucho, me hicieron sentir bien y regresé a casa sintiéndome mucho mejor, listo para dormir y pasar una noche tranquila, habiéndome librado de buena parte de la tristeza, la desesperación y el decaimiento.

Decidí que el domingo fuera un día tranquilo e hice un esfuerzo por leer el libro de Frankl. Después de leer algunas páginas tomé mi reproductor mp3 y escuché la parte correspondiente del audiobook, que bajé de internet. Más tarde me dispuse a lavar mi ropa  y cuando terminé decidí que igual que el día anterior, no haría ejercicio en mi bicicleta.

En lugar de ello, limpié mi dormitorio, que tenía meses acumulando polvo y mugre. Tenía una vaga conciencia de que el desorden tiene que ver con malestar interior y me hice el firme propósito de hacer de mi estilo de vida como deportista algo sano, en lugar de un mecanismo de evasión, en lugar de una manera de alimentar mi narcisismo patológico en relación con mi apariencia física y en lugar de una fuente de sufrimiento físico (por el agotamiento que produce) para anestesiar el sufrimiento psíquico.

El día de hoy me he sentido cansado porque volví a levantarme demasiado temprano (antes de las cinco de la mañana), pero el día ha transcurrido con menos ansiedad y menos angustia y he tratado de que se disipe la tristeza recordándome que mi situación es buena y que nada se ha perdido para siempre.

Procuraré asimilar las enseñanzas de Frankl y enriquecer mi vida, me parece que ya es hora.

Te quiero, Laura.

Termina la pesadilla, pero el sufrimiento no

Sigo leyendo el libro “man’s search for meaning” de Viktor Frankl y al llegar al final de la primera mitad (donde relata los tres años en los que fue prisionero en varios campos de la muerte), cuando es liberado de su infernal cautiverio, identifico un sentimiento que a muchas personas les resultaría difícil entender: el prisionero no disfruta de su libertad cuando acaba de recuperarla. Frankl y sus compañeros se preguntan entre sí, si han disfrutado los primeros días de libertad y casi sintiéndose avergonzados, responden que no.

Guardando la proporción, yo llevo nueve meses y medio en mi empleo, después de haber pasado la mayor parte de mi vida sin trabajar (cuando tuve empleo, la mayor parte del tiempo fue una pesadilla, por el nivel tan pobre del mismo, que hacia su desempeño denigrante; y la correspondiente remuneración extremadamente baja, algo que no creo haber merecido), y en la actualidad no parezco tener plena conciencia de que mi situación es buena, posiblemente mejor de lo que ha sido durante toda mi vida.

Vivir sin trabajar fue una pesadilla difícil de describir porque implicó pobreza, una muy dolorosa soledad, el no sentirme útil y productivo, carecer de la satisfacción del trabajo, vivir mintiendo por la vergüenza que implicaba no ganarme la vida, y el estigma de mantenido, porque había gente que sabía cómo vivía, gente como mi familia y terapeutas, ya fueran médicos psiquiatras o psicólogos.
Ahora que tengo este empleo, la lógica dice que debería sentirme feliz porque si bien no gano mucho dinero, sí soy autosuficiente y me estoy haciendo cargo de mi madre. Sin embargo, cuando cobro conciencia de que haber pasado mi juventud sin trabajar y sin la posibilidad de hacerme de un patrimonio constituye una pérdida de enorme magnitud, siento que una gran parte de mi vida me ha sido arrebatada, que he sufrido un despojo gigantesco.

Me han llegado crisis por la soledad que implica no tener una compañera, una pareja. Necesito querer a alguien y que alguien me quiera, necesito abrazar a una mujer y tenderme en el lecho con ella y pasar mucho tiempo en un contacto físico estrecho acompañado de abrazos, caricias y besos con palabras bonitas, con cariño y amor. El sexo no me interesa tanto.

Me siento insignificante en buena medida. Convivo con pocas personas y no encuentro ninguna mujer que muestre interés en mí, o si la encuentro, establecer una relación de pareja resulta una imposibilidad. A mi edad quisiera vivir con una pareja y no con mi madre anciana. Me siento cansado buena parte del tiempo (no creo que sea debido a que tengo 51 años), posiblemente en buena medida porque estoy demasiado consciente de mí mismo, como corresponde con el tipo de personas que padecen una neurosis y ese tremendo gasto en energía psíquica pudiera traducirse en un agotamiento crónico.

Últimamente he dormido menos de lo que necesito. He salido de la cama antes de tiempo (a veces a las tres o las cuatro de la mañana) y tengo la impresión de que le dedico demasiada energía a ejercitarme en mi bicicleta de carreras, posiblemente porque le doy una importancia excesiva a mi apariencia. Sin tener el físico de un gran deportista, estoy delgado, tengo la espalda amplia y la cintura estrecha y una masa muscular respetable. En un país en el que predomina la obesidad en la población adulta, esta es una característica poco común, pero parezco estar haciendo un esfuerzo por aferrarme con desesperación a una juventud que ya se acabó. No pretendo decir que debería dejar de ejercitarme y llevar una vida sedentaria, sino que debería dedicarle menos energía a esa actividad y más a buscar hacia dónde moverme, hacia dónde encausar mis esfuerzos por concretar lo que he aprendido durante mi existencia difícil.

El sentimiento de pérdida se ve intensificado cuando convivo con personas a las que no les ha sido imposible trabajar y relacionarse de manera normal con otros seres humanos y tienen familias y un patrimonio y no han vivido en una especie de existencia suspendida, en stand-by.

Las crisis que me provoca todo esto son particularmente dolorosas, incluso acarrean pensamientos suicidas, aunque sin letalidad.

viernes, 12 de febrero de 2016

Viernes, íbamos bien y de pronto se rompe el equilibrio


Trato de corregir el rumbo terrible que ha tomado mi vida casi desde el principio, y un incidente que debería considerar menor, me rompe el equilibrio.

Llamé a Cruz Verde Las Águilas y me contestó Sayroli, la psicóloga encargada del turno vespertino
entre semana. Conocí a esta joven en septiembre de 2014 y me causó una buena impresión (como me sucede de manera tan frecuente) y seguí teniendo una opinión muy favorable de ella, hasta el día de hoy.

Como mencioné en entradas anteriores, la psicóloga Delia Algarín Chávez, cubre-incidencias en fin de semana en la mencionada unidad de Cruz Verde, el viernes 4 de diciembre del año pasado, me quitó mi cita del día siguiente, sábado 5 de diciembre (que una semana antes me había anotado Laura Atilano) para hacerle espacio a otro usuario, acto absolutamente reprobable que da una idea de la clase de persona que es esta señora.

Después de hacer eso, me envió una serie de mensajes de texto a mi Smartphone utilizando el suyo, diciéndome que Laura Atilano había cometido un error y que no había cita para el día siguiente, y cuando le pregunté por what’s up "¿eres Delia?", me bloqueó. A Guadalupe Rodríguez, su jefa (otra persona que tampoco se distingue por su honestidad) le dijo que se había presentado una situación de emergencia, un paciente con ideación suicida.

De paso quisiera comentar que Delia le dijo a Guadalupe Rodríguez que iba a denunciarme por amenazas, algo que yo jamás hice. Guadalupe Rodríguez no se lo creyó, pero con la deshonestidad que la caracteriza, cuando le conviene afirma categóricamente que yo jamás hice eso, y cuando sirve a sus propósitos dice que yo amenacé a esta hiena.
Este acto de deshonestidad y falta de vergüenza debería despertar el rechazo de gente como Sayroli  y de cualquier otra persona que se entere de cómo se las gasta la psicóloga Delia, que por cierto también es paciente psiquiátrico.

A las cinco de la tarde del día de hoy, llamé a Cruz Verde Las Águilas sabiendo que me iba a contestar Sayroli, una persona a la que yo tenía en alta estima por considerarla una dama, y el montón de sinsentidos que me dijo me produjeron un profundo malestar. Sayroli debió sentirse molesta por una situación que se dio hace algunas semanas, en las que yo la confronté respecto al conflicto con Delia, preguntándole cómo se había enterado de que yo le mandé un tweet (a Sayroli) en el que me refería a Delia de manera despectiva. Es cierto que mi comportamiento no fue el mejor, pero me disculpé y después de todo, manejar situaciones difíciles es parte del trabajo de un psicólogo.

En la llamada de hoy, Sayroli me mencionó reiteradamente a Carolina (a quien no conozco y quien no me puede atender por el número de pacientes que tiene) y a Delia como las psicólogas que se encuentran en fin de semana, y sabiendo que Sayroli no es tonta, que tiene una buena formación académica puedo darme cuenta de que darme esta información inútil fue una forma de agresión indirecta, un acto reprobable.

El comportamiento de Sayroli no es correcto y al hacer esto, incurre en una traición, como hacen tantas personas. Lo considero así porque tomar partido por una persona que hace cosas indebidas va en contra del comportamiento ético. ¿Por qué hace esto Sayroli? ¿Le debe algo a Delia? ¿Dónde están sus principios?

Ya no soy joven, ya tengo más de cincuenta años y sigo siendo un ingenuo. Voy por la vida pensando que hay gente que no pega por la espalda, a pesar de que la experiencia me ha demostrado todo lo contrario.

Bueno, ahora Delia está en deuda con Sayroli, o la segunda le ha pagado un favor a la primera.

Una verdadera lástima.

El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl y la aparición de una crisis en mi vida

El miércoles pasado fue especialmente difícil porque, como me ha sucedido antes, sentí la magnitud de mis pérdidas causadas por la vida anormal que he llevado. He comenzado a trabajar teniendo más de 50 años y siento que he sufrido una mutilación, que se me ha arrebatado una parte muy grande de mi vida.

No quiero volver sobre lo mismo, porque en entradas anteriores he expresado el sufrimiento que he experimentado a partir de que llegué a la mayoría de edad. Compré el libro de Frankl con intenciones de leerlo minuciosamente y después estudiarlo, leerlo y releerlo analizándolo y tratando de adaptar el aprendizaje a mi existencia pasada y actual.

En lugar de ello, he caído en mi pasividad que consiste en hacer muy poco aparte de trabajar. Por la mañana, después de tomar café y pan, dedico tiempo a pedalear en mi bicicleta sobre rodillos de equilibrio, en dos o tres series de aproximadamente 20 minutos y entre ellas, tomo mi Smartphone y me meto a twitter, en lugar de leer a Frankl haciendo anotaciones en un cuaderno.

De haber hecho esto el pasado miércoles, al sentir el dolor por cobrar conciencia de lo mucho que he perdido y sentir desesperación y una tremenda tristeza, habría tenido en mente la idea de Frankl: no se trata de lo que nosotros esperamos de la vida, sino de lo que la vida espera de nosotros.

El detonante para la crisis del pasado miércoles fue sentir la ausencia de una pareja, de una mujer en mi vida a quien amar y que esté dispuesta a corresponderme. Ese vacío afectivo ha sido el efecto más doloroso que ha dominado mi existencia, esa soledad; se hace presente cuando me encuentro con una mujer bellísima y descubro que no puede ser mi compañera porque no tengo nada que ofrecerle.

Pero si aplico la filosofía de Frankl, puedo evitar caer en la desesperación y en la pérdida de la esperanza. La vida quiere algo de mí y así como me ha sometido a un tremendo sufrimiento, también me ha dado los recursos para evitar conductas autodestructivas, a diferencia de lo que le ha ocurrido a personas muy cercanas a mí, algunas de las cuales incluso ya no están en este mundo.

No es demasiado tarde, la vida todavía espera algo de mí.

jueves, 11 de febrero de 2016

El hombre en busca de..., actitud ante la vida

Cerca del final de la primera mitad del libro “el hombre en busca de sentido”, Frankl se refiere a los últimos meses del año 1944 y los primeros meses de 1945 como prisionero en el campo de concentración. Durante ese periodo murieron más hombres que en la misma época en años anteriores.

Con otro médico también cautivo, Frankl llegó a la conclusión de que muchos de ellos habían esperado ingenuamente, estar en libertad cuando llegara la Navidad. Como esto no ocurrió, la desilusión afectó a su salud física debilitando sus defensas contra la enfermedad y así muchos de ellos murieron, de tifus, por ejemplo.

Frankl describe una condición en la que algunos prisioneros caían al darse por vencidos, quedándose tendidos al amanecer cuando se les despertaba para dar inicio al trabajo del día (sobra decir que era una experiencia terrible) y ni las súplicas, ni las amenazas ni los golpes podían hacer que se levantaran. Se habían dado por vencidos y les quedaban unas horas de vida.

Cuando un prisionero decía “ya no tengo nada qué esperar de la vida”, su existencia había terminado. ¿Qué se podía responder a eso?

Entonces Frankl expone su filosofía, que en su caso y en el de otros hombres que sobrevivieron, probó ser muy efectiva:

Teníamos que aprender por nosotros mismos y, de mayor relevancia, teníamos que enseñar a los hombres que habían caído en la desesperación, que lo importante no era lo que nosotros esperáramos de la vida, sino más bien lo que la vida esperaba de nosotros.

Era necesario que dejáramos de preguntarnos cuál era el sentido de la vida, y en lugar de eso tratáramos de considerar que nosotros mismos éramos cuestionados por la vida cada día y cada hora. Ultimadamente, vivir significa tomar la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a sus problemas y realizar las labores que la vida cotidianamente le asigna a cada individuo.
 

Mi existencia difícil, pese a la mejoría de mis condiciones de vida 2ª parte

En ese empleo tuve un rendimiento que sorprendió a la única persona que me conocía, mi jefe, y a decir verdad, me sorprendió a mí más que a nadie.

Mi desempeño fue muy bueno en parte porque mediante el esfuerzo de años había conseguido una preparación académica muy sólida, y en parte porque las labores son bastantes sencillas.

Contrariamente a lo que me había imaginado desde antes de mi ingreso a la Universidad, como una generalidad en el mundo laboral no es necesario ser muy brillante para poder realizar el trabajo asignado. La producción en la maquiladora electrónica, específicamente, es muy compleja, pero está dividida en una multiplicidad de tareas desempeñadas por un número de ingenieros, técnicos y operadores y esa división del trabajo hace que la parte que cada individuo desempeña sea bastante sencilla.

Algo que me ayudó mucho en mi puesto como técnico ambiental y de seguridad e higiene fue mi dominio del idioma inglés, mi capacidad para hablarlo, leerlo, escribirlo y traducirlo. Esto despertó la envidia de David, mi jefe y una furia homicida que lo llevó a echarme a la calle dos meses y medio más tarde, pegándome una puñalada por la espalda y cometiendo una infamia que me mandó de regreso a la pesadilla de la que me había sacado, que esta vez degeneraría en un verdadero infierno.

Es importante señalar que esta pareció una oportunidad que no podía repetirse de ninguna manera, pues a mí no se me habría ofrecido jamás un contrato en un departamento de ingeniería, no debido a que no hubiera terminado mis estudios, sino a mi falta de experiencia laboral. David había escrito mi currículum con información falsa y se suponía que él iba a estar ahí para ayudarme y orientarme en las dificultades que de manera natural e inevitable iría encontrando en el desempeño de mi trabajo.

David hizo lo contrario y me sometió a un trato denigrante y terriblemente cruel y llegó el momento en que decidí renunciar e irme. Por mi falta de experiencia pensé que tenía probabilidades de encontrar otro empleo, pero esto resultó una absoluta imposibilidad y caí en la inactividad laboral con la consecuente pobreza, el aislamiento, la violencia de mi familia, el agravamiento de mi enfermedad, el término de mi juventud y la llegada a la edad madura y el paso del tiempo hizo que mis probabilidades de conseguir empleo disminuyeran a casi nada.

Mientras tanto, no construí ningún patrimonio y eso me condenó a vivir sin una relación de pareja, a la soledad tan dolorosa pues necesito una mujer a quien amar, a que se intensificara mi sentimiento de insignificancia y a volver a perder la voluntad de vivir.

He pensado muchas veces en el suicidio, pero nunca he hecho un intento real, si bien he pensado siempre que pudiera ser lo único que me queda para dejar de sufrir. Si gente estúpida se atreve a juzgarme y llamarme cobarde o uno de esos clichés imbéciles, la verdad me tiene sin cuidado.

A finales del año 2003 decidí regresar a la maquiladora electrónica entrando como operador, eufemismo de la palabra obrero, experiencia increíblemente difícil porque pasé siete meses desempeñando labores denigrantes y en la empresa se aprovecharon de mí, ofreciéndome la traducción de estándares de trabajo con pago de operador. Abandoné ese empleo a mediados del 2004 con cuarenta años de edad para caer en una desesperación horrible que duró unos tres meses y por hambre acepté otro empleo como operador, esta vez en la maquiladora del ramo metal-mecánico, mismo que abandoné en diciembre de ese año para irme a otra empresa de la maquiladora electrónica.

El año que siguió, 2005 cumplí 41 años, viviendo solo y con ingresos de obrero, fue tormentoso, pues me dolía mucho mi soledad y mi condición de hombre insignificante y la fijación suicida se hacía cada vez más intensa. Ese empleo me daba lo suficiente para no pasar hambre y aparte de eso, casi nada.

En septiembre de ese año me despidieron por problemas entre la agencia y la empresa y entonces comenzó la verdadera pesadilla. Me quedé sin trabajar hasta abril del 2006 cuando entré a una embotelladora de agua (otra vez como operador) y cuatro días después de comenzar, murió Verónica, mi hermana menor.

Mis síntomas de debilidad física, agotamiento, hambre insaciable y desesperación se agravaron y ello me forzó a abandonar el empleo y comencé a vivir otra vez en una pesadilla de enfermedad mental sin atención médica (ignorando incluso lo que padecía), hambre, aislamiento, soledad, desprecio y violencia de mi padre y del resto de mi familia y el darme por vencido.

En los años que siguieron enfrenté más y más problemas y llegué  a los cincuenta años de edad desempleado, improductivo, en la pobreza, con el estigma de mantenido y en una existencia sin sentido.

En el 2014 comencé a trabajar como traductor independiente con documentos de la industria farmacéutica y eso me permitió ganar un poco de dinero y aprender sobre esa rama del conocimiento, evento que me permitió conseguir un empleo comenzando a finales de abril de 2015, el día que cumplí 51 años.

Mi situación actual es buena, pero de pronto descubro que mis compañeros, alrededor de 20 años más jóvenes que yo, ganan el doble de lo que yo gano y me doy cuenta de que si mi pasado no hubiera sido tan desafortunado y no hubiera estado plagado de violencia de las personas más cercanas a mí, mi situación sería otra.

En este momento siento que fui despojado de una buena parte de mi vida y me siento mutilado, siento que jamás voy a recuperar lo que perdí.

Quisiera poder llorar.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Mi existencia difícil, pese a la mejoría en mis condiciones de vida

Leo el libro de Viktor Frankl y crece mi admiración por él, un hombre excepcionalmente fuerte. Y hablando de mí no puedo verme como débil, pero definitivamente no me considero fuerte; sé que esto puede sonar como una contradicción, pero prefiero dejarlo así, no aclararlo en este momento ni en ningún otro.

Tengo nueve meses en este empleo, que espero sea el cambio en el rumbo de mi vida. Una serie de acontecimientos afortunados —aunque difíciles en buena medida— hicieron posible que lo consiguiera. Unas semanas antes de llegar a esta empresa, una pequeña dificultad con el suministro de agua de mi casa me hizo pensar que cuando las cosas se pusieran demasiado difíciles, me quitaría la vida. No tenía idea de cuándo iba a suceder eso, pero lo veía como un acontecimiento altamente probable.

No quiero cantar victoria y afirmar que el peligro ha pasado. Vivo con el temor de perder este empleo, aunque el sentimiento no es muy intenso porque sé que es una probabilidad más bien remota. La verdad es que he tenido buen desempeño y no he dado motivos para que me despidan, la directora de mi departamento me tiene en alta estima y en varias ocasiones se ha expresado bien de mí.

Imagino que debería sentirme bien por todo esto, pero aunque tengo que aclarar que mi existencia es mucho menos difícil, también debo decir que mi mente se mantiene ocupada con pensamientos improductivos que provocan frustración y un enojo siempre presente y me dificultan disfrutar de esta situación que no pensé que pudiera darse, que había considerado perdida para siempre.

Dice Viktor Frankl que quien tiene un "qué" como motor de su existencia, puede seguir con su vida independientemente del "cómo". Me doy cuenta de que en este aspecto no soy fuerte en absoluto, pues no tengo un objetivo en mi vida. Para aclarar esto necesito remontarme a épocas pasadas, retroceder muchos años.

Pisé por primera vez un plantel escolar padeciendo TDAH sin la menor conciencia de ello. Fue fácil aprender a leer y escribir y en todo aquello que tenía que ver con lectura y escritura era siempre el mejor de la clase, o uno de los mejores. En lo que se refiere a otras materias, especialmente a aritmética durante la primaria y álgebra en secundaria y la progresión de las materias de matemáticas, aprendí muy poco y así terminé la enseñanza media superior. Una vez que hube fracasado en la Universidad al intentar estudiar una licenciatura en ingeniería (extraña elección), decidí ponerme a estudiar y resolver el problema que representaba el rezago cognitivo de tantos años.

A una edad en la que se suponía que ya debía de haber terminado mis estudios y estar trabajando, construyendo un patrimonio como corresponde a una persona adulta, comencé a vivir de espaldas a la vida, de espaldas a la realidad, sin ser un enfermo psicótico. Fueron años muy difíciles por la pobreza en la que vivía, por el aislamiento sin un círculo social y sin una relación de pareja, por los síntomas de mi trastorno de personalidad (que desconocía absolutamente), por la familia tan disfuncional a la que pertenecía y la violencia que imperaba en mi casa, y por la guerra sin cuartel que libraba contra mi padre perverso y maldito; una batalla muy desigual.

Acercándome a los treinta años de edad, pude regresar a la Universidad a tratar de concluir mis estudios, pero volví a fallar y después de eso, mi vida pareció terminada. A los 31 años sufrí una serie de crisis en las que surgió la firme resolución de quitarme la vida, algo que por supuesto no hice. Pasé cerca de siete meses internado en una clínica de rehabilitación y al ser dado de alta, había cumplido treinta y dos años y parecía existir una posibilidad de que mi vida tomara un camino diferente, aunque no tenía la menor idea de cómo iba a suceder eso.

Es importante hacer notar que una vez que hube fallado por segunda vez en mis estudios, ya no tuve un objetivo en mi vida y eso me puso al borde del desastre.

A los treinta y dos años, era un individuo sin ninguna experiencia laboral que no había trabajado un solo día de su vida, aunque puedo decir a mi favor que pese a no haber concluido mis estudios contaba con una buena formación académica, y dominaba una lengua extranjera.

Un ex compañero de la Universidad me propuso que me preparara para trabajar en la maquiladora electrónica y eso fue lo que se suponía que debí hacer durante la mayor parte del año 1997, ya con 33 años. A finales de ese año, ese ex compañero me contrató para trabajar en una empresa de esa maquiladora que acababa de llegar al país, como un integrante del equipo de ingeniería.

Comenzó entonces lo que pareció ser el mejor periodo de los años que llevaba vividos, mismo que se convertiría en otro punto de inflexión con consecuencias extremadamente graves, que me llevarían a volver a perder la voluntad de vivir.
 

martes, 9 de febrero de 2016

Uneventful day

Three am in the morning. I come out from deep sleep and to see my female dog standing next to my bed asking me to get her out of the house.

I go downstairs and send my dog away, she’ll be back in a couple of hours. I go back to bed but am unable to fall asleep. I take my mp3 player and listen ‘man’s search for meaning’ for a while. Four o clock and I’m still awake and I realize that I will not fall asleep again. I go to the living room and have coffee and cook oatmeal for breakfast. Later I go upstairs and pedal in my bicycle using my rollers. Light exercise, then a cold water shower and at 7:00 am I leave the house. I go to work earlier this morning because at six pm the office will be sprayed to get rid of pests.

On my way to work I read Frankl’s ‘man’s search for meaning’ and I realize that acknowledging that  life hasn’t been good, accepting that my past has been sad and painful and coming to terms with it is the only path to recovery.

I forgot to take my medication. I know that is not the reason why I feel sad this morning. I’m tired, sad, unhappy but not depressed. What if…? I ask myself again and again. I write an entry in my blog motivated by Frankl’s book but its content is not constructive, or doesn’t seem to be. I’ve hated my father for an entire lifetime and forgiveness seems to be far and away.

I don’t know what I’m feeling. I know that once I get home I’ll take a nap and feel better for a while.
Life goes on.

Leer a Viktor Frankl, sentirme identificado con él si bien el sufrimiento no guarda proporción

Leo el libro “el hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl en inglés (man’s search for meaning), y me llama la atención la exactitud con la que Frankl describe sus condiciones como prisionero al llegar a Auschwitz. Cuando se refiere a la brutalidad de los guardias SS, que junto con los capos eran los responsables del funcionamiento del campo, Frankl usa la palabra ‘insult’, que dudo que pueda traducirse al español como ‘insulto´, pues en inglés la palabra insult significa “tratar a alguien con una falta de sensibilidad, insolencia o evidente desprecio.

Hablando de mí, puedo decir que no me considero fuerte, aunque tampoco débil. Esto pudiera parecer una contradicción, pero en este momento prefiero no aclarar el asunto. A lo que voy es que conozco mis limitaciones y sé que jamás podría ser tan fuerte como Viktor Frankl, pues en dos ocasiones he perdido la voluntad de vivir siendo mis condiciones infinitamente mejores que las de él.

El propósito de esta entrada es simplemente expresar algunas ideas que me vienen a la mente al leer la descripción del maltrato que describe Frankl a manos de los guardias SS y de los capos.

He expresado antes en este blog que odio a mi padre (que murió hace ya ocho años). Durante décadas he sentido el dolor que produjo el maltrato al que me sometió pero no me era posible comprender plenamente dónde se originaba ese sufrimiento. La lectura de este libro me ayuda a cobrar plena conciencia sobre el origen del resentimiento y el odio que siento hacia ese mal individuo.

Pienso que los primeros tres años de mi vida fueron normales, y con esto quiero decir que ese periodo de tiempo pasó como se supone que debe transcurrir para un niño promedio: con las dificultades cotidianas en el hogar que habita con sus padres y hermanos, si los tiene. En algún momento, a partir de mi cuarto año de vida, mi padre comenzó a mostrar una intensa furia contra mí que era fácil advertir en su mirada y en el tono de voz que usaba al hablarme. Raramente me pegó, los golpes estuvieron ausentes la mayor parte de mi infancia. Sin embargo, el odio que sentía contra su padre y encausó contra mí estuvo siempre presente, si bien yo tardé muchos años en tomar conciencia de ello.

Durante mi infancia siempre me llamaron Rafael en mi casa, en la escuela, al convivir con tíos, primos y abuelos de mis familias materna y paterna, con mis vecinos, con toda la gente con la que convivía. A los nueve años de edad, al entrar al cuarto grado, me enteré de que me llamaba Oscar porque la maestra decidió no usar el nombre Rafael conmigo por un motivo personal. Era en mi familia Rafael el único hijo varón con tres hermanas, igual que Rafael mi abuelo paterno, que también fue el único hijo varón con tres hermanas. Mi padre odiaba al suyo. Rafael segundo odiaba a Rafael primero y encausaba ese odio hacia Rafael tercero. Rafael segundo decía que Rafael tercero se parecía a Rafael primero, a quien hacía responsable por la muerte de su madre y por todo el sufrimiento que ello le provocó. Decía mi padre que mi abuelo había sido tan “canijo” que había causado la muerte prematura de su esposa, la madre de sus hijos; que la había matado. Ese odio de mi padre por algo que yo no hice, marcó mi infancia más o menos hasta mi llegada a la pubertad. Una vez que hube llegado a la adolescencia, no me vi relevado de la culpa de los actos de mi abuelo, en cambio se sumó la responsabilidad de todo lo que estaba mal en el mundo.

En la mente enferma del hombre violento que era mi padre, yo era una especie de príncipe de Gales, el niño a quien nunca le había faltado nada y ser protegido por su madre aunado a una existencia fácil lo estaba convirtiendo en un monstruo que lo llevaría a ser tan terrible como su abuelo.

Mientras yo tenía todo lo que el dinero podía comprar e incluso todo el amor que no merecía (según mi padre, pues en realidad vivía con serias carencias en lo material, de lo afectivo mejor ni hablar) millones de niños en el mundo vivían en la pobreza y muchos carecían incluso de lo más indispensable. Luego entonces, esos infantes eran víctimas de la injusticia y el responsable de ese despojo era yo. Mi padre se identificaba con esos niños porque en su pasado tan terriblemente injusto él había sufrido mucho, víctima de la injusticia social.

El odio que mi padre sintió contra mí tenía orígenes tan profundos como su ADN; era una condición que no habría sido posible erradicar jamás, de ninguna manera. Tan es así que se llevó esos sentimientos a la tumba, y al infierno.

Y en relación con los primeros párrafos de esta entrada, lo que tanto me ha dolido y hasta la fecha me resulta muy difícil de manejar, es haber vivido una existencia plagada de insultos, no con el significado que asignamos a esta palabra en español, sino con el significado que tiene la palabra inglesa ‘insult’, con la connotación de agravio, humillación, insensibilidad, insolencia y flagrante desprecio.

Frankl, al igual que el resto de los prisioneros judíos, temía los golpes y las injurias de los guardias SS y de los capos. Lo peor no eran los golpes físicos, que por supuesto producían dolor, sino el sufrimiento psíquico que junto con las injurias provocaban.

Guardando la proporción, yo crecí con el insulto cotidiano y siempre presente, proveniente de la convivencia con mi padre. El problema se veía empeorado por la participación activa de otros miembros de mi familia como mi madre y mis hermanas. Recuerdo una vez en que yo contaba con 16 o 17 años, cuando mi vida era bastante difícil por ser un adolescente delgado y debilucho, con la cara llena de acné y los dientes rotos, con un desempeño escolar deplorable, en que me hallaba en la mesa a la hora de la comida (algo que no era posible evitar, porque comer juntos era obligatorio, parte de la feliz convivencia familiar establecida por decreto paterno) en que mi padre enloquecido por su furia inagotable me reclamaba lo mucho que yo le costaba y me decía con toda la claridad de la que era capaz que yo recibía mucho más de lo que merecía y él no tenía la obligación de darme tantísimo, exclamaba a gritos: “mientras no se te anden viendo las nalgas…”, mi hermana Yolanda soltaba la carcajada y yo no podía hacer nada para defenderme de semejante agresión proveniente de dos miembros de mi familia; mi mamá no se daba cuenta de nada.

Pasaron los años, mi vida se complicó cada vez más por tantos años de un aprovechamiento escolar muy pobre, llegué a la mayoría de edad con un rezago cognitivo de muchos años y me aislé del mundo, y la incapacidad de mi padre para entender nada le imposibilitó percibir que yo vivía enfermo y su furia y su odio fueron en aumento.

Viktor Frankl y sus compañeros judíos, prisioneros de los campos, no merecían los malos tratos que recibían de los guardias SS y de los capos.

Guardando la proporción, puedo decir que yo tampoco merecía los malos tratos que recibí de mi padre y de otras personas de mi familia.

Esto es solamente la expresión de una idea.

martes, 2 de febrero de 2016

2 de febrero, otra fecha significativa

El lunes 2 de febrero de 1998 presenté mi renuncia en esa empresa de la maquiladora electrónica en la que había comenzado a trabajar un lunes 17 de noviembre de 1997, es decir, 65 días antes, sin saber que comenzaba un segundo descenso al infierno que me llevaría a perder la voluntad de vivir, por segunda vez.

Mi falta de experiencia de vida aunada al modo como había vivido, de espaldas a la realidad, imaginándola como algo muy diferente a lo que era, sin la menor idea de cómo trabajar y ganarme la vida y ser productivo, mi desconocimiento del género humano y de las bajas pasiones (algo que mostró David, mi “amigo” al pegarme por la espalda), y la violencia de mi padre y el resto de mi familia me mandaron a otro ciclo de enfermedad mental y de un tremendo sufrimiento que duraría muchos años y que me pondría varias veces al borde del desastre, al borde de la muerte.

He odiado a mi padre, he sentido un tremendo resentimiento contra mi madre, he detestado a mi hermana Mónica al igual que a mi hermana Yolanda y he llorado amargamente la muerte de mi hermana Verónica. A mi “amigo” David, el individuo que me pegó por la espalda dando principio a ese segundo descenso al infierno le he deseado una agonía lenta y dolorosa y la certidumbre de que la infamia que cometió quedó impune me ha hecho la existencia muy amarga.

Sin embargo, ahora que empiezo a leer sobre existencialismo, me doy cuenta de que esas personas que me hicieron daño no necesitan mi resentimiento ni mi odio y no es posible que les vaya bien, de ninguna manera. Quisiera dejar a un lado a mis padres y otras personas de mi familia y concentrarme en David, el cobarde traidor cuando tuvo un poco de poder mostró su verdadera naturaleza.

Hace tiempo, no recuerdo si dos o tres años, puse un escrito sobre él en la red en el que con lujo de detalles describía su desempeño deplorable y su debilidad como ser humano. No niego que lo agredí y eso era lo que pretendía, absolutamente. Ese acto involucró a su cónyuge y en menor medida a sus hijos y David no hizo nada por tratar de defender el honor. Tengo la seguridad de que este traidor racionaliza su inacción argumentando que no vale la pena darle importancia a los actos de un loco, pero en el fondo sabe que lo que hizo no puede justificarse de ninguna manera y que es un despreciable cobarde que no pudo defender a su familia ni convencerla de que no hacer nada era lo correcto.

Para seguir con mi vida y recuperarme tengo que deshacerme del odio y del resentimiento y estoy encausando mi energía hacia eso, por ejemplo mediante la lectura del libro de Viktor Frankl “el hombre en busca de sentido”. Sé que la venganza no es buena, pero no puedo negar que tengo una necesidad irreprimible de devolver los golpes.

Tengo la intención de cambiar mi vida haciendo las paces con mi pasado, amando lo que hay detrás para poder amar lo que hay adelante, pero el momento todavía no ha llegado. Hace 18 años comenzó un periodo de mi vida excepcionalmente difícil y para poder cerrar ese círculo de dolor necesito escribir un poco sobre eso.

Ya lo he hecho.