Sigo leyendo el libro “man’s search for meaning” de Viktor Frankl y al llegar al final de la primera mitad (donde relata los tres años en los que fue prisionero en varios campos de la muerte), cuando es liberado de su infernal cautiverio, identifico un sentimiento que a muchas personas les resultaría difícil entender: el prisionero no disfruta de su libertad cuando acaba de recuperarla. Frankl y sus compañeros se preguntan entre sí, si han disfrutado los primeros días de libertad y casi sintiéndose avergonzados, responden que no.
Guardando la proporción, yo llevo nueve meses y medio en mi empleo, después de haber pasado la mayor parte de mi vida sin trabajar (cuando tuve empleo, la mayor parte del tiempo fue una pesadilla, por el nivel tan pobre del mismo, que hacia su desempeño denigrante; y la correspondiente remuneración extremadamente baja, algo que no creo haber merecido), y en la actualidad no parezco tener plena conciencia de que mi situación es buena, posiblemente mejor de lo que ha sido durante toda mi vida.
Vivir sin trabajar fue una pesadilla difícil de describir porque implicó pobreza, una muy dolorosa soledad, el no sentirme útil y productivo, carecer de la satisfacción del trabajo, vivir mintiendo por la vergüenza que implicaba no ganarme la vida, y el estigma de mantenido, porque había gente que sabía cómo vivía, gente como mi familia y terapeutas, ya fueran médicos psiquiatras o psicólogos.
Ahora que tengo este empleo, la lógica dice que debería sentirme feliz porque si bien no gano mucho dinero, sí soy autosuficiente y me estoy haciendo cargo de mi madre. Sin embargo, cuando cobro conciencia de que haber pasado mi juventud sin trabajar y sin la posibilidad de hacerme de un patrimonio constituye una pérdida de enorme magnitud, siento que una gran parte de mi vida me ha sido arrebatada, que he sufrido un despojo gigantesco.
Me han llegado crisis por la soledad que implica no tener una compañera, una pareja. Necesito querer a alguien y que alguien me quiera, necesito abrazar a una mujer y tenderme en el lecho con ella y pasar mucho tiempo en un contacto físico estrecho acompañado de abrazos, caricias y besos con palabras bonitas, con cariño y amor. El sexo no me interesa tanto.
Me siento insignificante en buena medida. Convivo con pocas personas y no encuentro ninguna mujer que muestre interés en mí, o si la encuentro, establecer una relación de pareja resulta una imposibilidad. A mi edad quisiera vivir con una pareja y no con mi madre anciana. Me siento cansado buena parte del tiempo (no creo que sea debido a que tengo 51 años), posiblemente en buena medida porque estoy demasiado consciente de mí mismo, como corresponde con el tipo de personas que padecen una neurosis y ese tremendo gasto en energía psíquica pudiera traducirse en un agotamiento crónico.
Últimamente he dormido menos de lo que necesito. He salido de la cama antes de tiempo (a veces a las tres o las cuatro de la mañana) y tengo la impresión de que le dedico demasiada energía a ejercitarme en mi bicicleta de carreras, posiblemente porque le doy una importancia excesiva a mi apariencia. Sin tener el físico de un gran deportista, estoy delgado, tengo la espalda amplia y la cintura estrecha y una masa muscular respetable. En un país en el que predomina la obesidad en la población adulta, esta es una característica poco común, pero parezco estar haciendo un esfuerzo por aferrarme con desesperación a una juventud que ya se acabó. No pretendo decir que debería dejar de ejercitarme y llevar una vida sedentaria, sino que debería dedicarle menos energía a esa actividad y más a buscar hacia dónde moverme, hacia dónde encausar mis esfuerzos por concretar lo que he aprendido durante mi existencia difícil.
El sentimiento de pérdida se ve intensificado cuando convivo con personas a las que no les ha sido imposible trabajar y relacionarse de manera normal con otros seres humanos y tienen familias y un patrimonio y no han vivido en una especie de existencia suspendida, en stand-by.
Las crisis que me provoca todo esto son particularmente dolorosas, incluso acarrean pensamientos suicidas, aunque sin letalidad.
Guardando la proporción, yo llevo nueve meses y medio en mi empleo, después de haber pasado la mayor parte de mi vida sin trabajar (cuando tuve empleo, la mayor parte del tiempo fue una pesadilla, por el nivel tan pobre del mismo, que hacia su desempeño denigrante; y la correspondiente remuneración extremadamente baja, algo que no creo haber merecido), y en la actualidad no parezco tener plena conciencia de que mi situación es buena, posiblemente mejor de lo que ha sido durante toda mi vida.
Vivir sin trabajar fue una pesadilla difícil de describir porque implicó pobreza, una muy dolorosa soledad, el no sentirme útil y productivo, carecer de la satisfacción del trabajo, vivir mintiendo por la vergüenza que implicaba no ganarme la vida, y el estigma de mantenido, porque había gente que sabía cómo vivía, gente como mi familia y terapeutas, ya fueran médicos psiquiatras o psicólogos.
Ahora que tengo este empleo, la lógica dice que debería sentirme feliz porque si bien no gano mucho dinero, sí soy autosuficiente y me estoy haciendo cargo de mi madre. Sin embargo, cuando cobro conciencia de que haber pasado mi juventud sin trabajar y sin la posibilidad de hacerme de un patrimonio constituye una pérdida de enorme magnitud, siento que una gran parte de mi vida me ha sido arrebatada, que he sufrido un despojo gigantesco.
Me han llegado crisis por la soledad que implica no tener una compañera, una pareja. Necesito querer a alguien y que alguien me quiera, necesito abrazar a una mujer y tenderme en el lecho con ella y pasar mucho tiempo en un contacto físico estrecho acompañado de abrazos, caricias y besos con palabras bonitas, con cariño y amor. El sexo no me interesa tanto.
Me siento insignificante en buena medida. Convivo con pocas personas y no encuentro ninguna mujer que muestre interés en mí, o si la encuentro, establecer una relación de pareja resulta una imposibilidad. A mi edad quisiera vivir con una pareja y no con mi madre anciana. Me siento cansado buena parte del tiempo (no creo que sea debido a que tengo 51 años), posiblemente en buena medida porque estoy demasiado consciente de mí mismo, como corresponde con el tipo de personas que padecen una neurosis y ese tremendo gasto en energía psíquica pudiera traducirse en un agotamiento crónico.
Últimamente he dormido menos de lo que necesito. He salido de la cama antes de tiempo (a veces a las tres o las cuatro de la mañana) y tengo la impresión de que le dedico demasiada energía a ejercitarme en mi bicicleta de carreras, posiblemente porque le doy una importancia excesiva a mi apariencia. Sin tener el físico de un gran deportista, estoy delgado, tengo la espalda amplia y la cintura estrecha y una masa muscular respetable. En un país en el que predomina la obesidad en la población adulta, esta es una característica poco común, pero parezco estar haciendo un esfuerzo por aferrarme con desesperación a una juventud que ya se acabó. No pretendo decir que debería dejar de ejercitarme y llevar una vida sedentaria, sino que debería dedicarle menos energía a esa actividad y más a buscar hacia dónde moverme, hacia dónde encausar mis esfuerzos por concretar lo que he aprendido durante mi existencia difícil.
El sentimiento de pérdida se ve intensificado cuando convivo con personas a las que no les ha sido imposible trabajar y relacionarse de manera normal con otros seres humanos y tienen familias y un patrimonio y no han vivido en una especie de existencia suspendida, en stand-by.
Las crisis que me provoca todo esto son particularmente dolorosas, incluso acarrean pensamientos suicidas, aunque sin letalidad.
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