domingo, 21 de febrero de 2016

Domingo 21 de febrero

Este fin de semana ha sido más productivo en todos los aspectos. Ayer sábado hablé con la psicóloga Catalina, del Centro de Intervención en Crisis (atención psicológica y le informé sobre mi intención de dejar de ejercitarme de manera caótica, tratando de provocarme agotamiento para anestesiar el dolor psíquico.

Ayer salí a hacer mi recorrido en bicicleta en un circuito difícil, de muchas pendientes, buscando un esfuerzo fuerte, pero al mismo tiempo, mesurado. Me sentí bien, dándome cuenta de que estoy ganando potencia, si bien no parezco estar adelgazando.

La semana laboral que terminó el pasado viernes tuvo días difíciles, en parte por haber salido de la cama demasiado temprano, en parte porque el trabajo se ha vuelto monótono y repetitivo, y en parte porque he incorporado ejercicios con pesas a mis rutinas.

Busqué información en la red y encontré que el entrenamiento de fuerza, específicamente ejercicios con pesas, puede generar cansancio al sistema músculo-esquelético y también al sistema nervioso central, porque este tiene que mandar numerosas órdenes a través de las motoneuronas, a las fibras musculares esqueléticas para que se contraigan un cierto número de veces.

El entrenamiento constituye una gran motivación en mi vida, pero no es suficiente. He tomado la decisión de dejar de entrenar todos los días y en cambio hacerlo un día sí y un día no, entre semana. Los días en que no haga ejercicio, los dedicaré (fuera de las horas de trabajo, que son muchas) a leer (Frankl en este momento) y escribir, y a estudiar inglés de una manera formal, si bien autodidacta.

Siento un vacío en mi vida, el dolor de no tener una compañera, pero lo preocupante del asunto es que sigo viviendo muy aislado, sin salir de mi casa más que para ir al trabajo y a hacer compras y a ejercitarme los fines de semana. Ayer, mientras descendía por una fuerte pendiente en mi bicicleta, en un fraccionamiento contiguo a donde vivo, vi una bella joven que caminaba por la banqueta, dirigiéndose a tomar el transporte urbano, me imagino. La miré y me miró, pero seguí mi camino.

Ahora me pregunto si esa joven tenía algún interés en mí y qué hubiera pasado si me hubiese detenido para hacer un intento por conocerla, por explorar la posibilidad de convivir dirigiéndonos hacia algún lugar para pasar tiempo juntos. La dama parecía ser una trabajadora doméstica, una persona de un origen socioeconómico por debajo del mío; intentar abordarla para establecer una relación afectiva con una mujer de esa procedencia habría parecido impensable hace décadas, ahora es diferente y no creo que se deba a que he aceptado el fracaso, sino más bien a que me he vuelto más humano y me he dado cuenta de que no hay nada de malo en amar románticamente a ninguna mujer, de ningún origen. Después de todo, es un ser humano.

Mi soledad me duele. En unas dos horas veré a una psicóloga (de nombre Carolina) a quien todavía no conozco, en una institución pública. El nombre me trae buenos recuerdos y pienso en la posibilidad de sentirme atraído por ella, como me ha sucedido con la mayoría de mis terapeutas, parte de la transferencia.

Esperemos que sea una buena experiencia.

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