miércoles, 10 de febrero de 2016

Mi existencia difícil, pese a la mejoría en mis condiciones de vida

Leo el libro de Viktor Frankl y crece mi admiración por él, un hombre excepcionalmente fuerte. Y hablando de mí no puedo verme como débil, pero definitivamente no me considero fuerte; sé que esto puede sonar como una contradicción, pero prefiero dejarlo así, no aclararlo en este momento ni en ningún otro.

Tengo nueve meses en este empleo, que espero sea el cambio en el rumbo de mi vida. Una serie de acontecimientos afortunados —aunque difíciles en buena medida— hicieron posible que lo consiguiera. Unas semanas antes de llegar a esta empresa, una pequeña dificultad con el suministro de agua de mi casa me hizo pensar que cuando las cosas se pusieran demasiado difíciles, me quitaría la vida. No tenía idea de cuándo iba a suceder eso, pero lo veía como un acontecimiento altamente probable.

No quiero cantar victoria y afirmar que el peligro ha pasado. Vivo con el temor de perder este empleo, aunque el sentimiento no es muy intenso porque sé que es una probabilidad más bien remota. La verdad es que he tenido buen desempeño y no he dado motivos para que me despidan, la directora de mi departamento me tiene en alta estima y en varias ocasiones se ha expresado bien de mí.

Imagino que debería sentirme bien por todo esto, pero aunque tengo que aclarar que mi existencia es mucho menos difícil, también debo decir que mi mente se mantiene ocupada con pensamientos improductivos que provocan frustración y un enojo siempre presente y me dificultan disfrutar de esta situación que no pensé que pudiera darse, que había considerado perdida para siempre.

Dice Viktor Frankl que quien tiene un "qué" como motor de su existencia, puede seguir con su vida independientemente del "cómo". Me doy cuenta de que en este aspecto no soy fuerte en absoluto, pues no tengo un objetivo en mi vida. Para aclarar esto necesito remontarme a épocas pasadas, retroceder muchos años.

Pisé por primera vez un plantel escolar padeciendo TDAH sin la menor conciencia de ello. Fue fácil aprender a leer y escribir y en todo aquello que tenía que ver con lectura y escritura era siempre el mejor de la clase, o uno de los mejores. En lo que se refiere a otras materias, especialmente a aritmética durante la primaria y álgebra en secundaria y la progresión de las materias de matemáticas, aprendí muy poco y así terminé la enseñanza media superior. Una vez que hube fracasado en la Universidad al intentar estudiar una licenciatura en ingeniería (extraña elección), decidí ponerme a estudiar y resolver el problema que representaba el rezago cognitivo de tantos años.

A una edad en la que se suponía que ya debía de haber terminado mis estudios y estar trabajando, construyendo un patrimonio como corresponde a una persona adulta, comencé a vivir de espaldas a la vida, de espaldas a la realidad, sin ser un enfermo psicótico. Fueron años muy difíciles por la pobreza en la que vivía, por el aislamiento sin un círculo social y sin una relación de pareja, por los síntomas de mi trastorno de personalidad (que desconocía absolutamente), por la familia tan disfuncional a la que pertenecía y la violencia que imperaba en mi casa, y por la guerra sin cuartel que libraba contra mi padre perverso y maldito; una batalla muy desigual.

Acercándome a los treinta años de edad, pude regresar a la Universidad a tratar de concluir mis estudios, pero volví a fallar y después de eso, mi vida pareció terminada. A los 31 años sufrí una serie de crisis en las que surgió la firme resolución de quitarme la vida, algo que por supuesto no hice. Pasé cerca de siete meses internado en una clínica de rehabilitación y al ser dado de alta, había cumplido treinta y dos años y parecía existir una posibilidad de que mi vida tomara un camino diferente, aunque no tenía la menor idea de cómo iba a suceder eso.

Es importante hacer notar que una vez que hube fallado por segunda vez en mis estudios, ya no tuve un objetivo en mi vida y eso me puso al borde del desastre.

A los treinta y dos años, era un individuo sin ninguna experiencia laboral que no había trabajado un solo día de su vida, aunque puedo decir a mi favor que pese a no haber concluido mis estudios contaba con una buena formación académica, y dominaba una lengua extranjera.

Un ex compañero de la Universidad me propuso que me preparara para trabajar en la maquiladora electrónica y eso fue lo que se suponía que debí hacer durante la mayor parte del año 1997, ya con 33 años. A finales de ese año, ese ex compañero me contrató para trabajar en una empresa de esa maquiladora que acababa de llegar al país, como un integrante del equipo de ingeniería.

Comenzó entonces lo que pareció ser el mejor periodo de los años que llevaba vividos, mismo que se convertiría en otro punto de inflexión con consecuencias extremadamente graves, que me llevarían a volver a perder la voluntad de vivir.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario